La tormenta había limpiado el aire que se sentía puro en mis fosas nasales, salvo el olor inexorable del océano con su característico rastro salino.
Mi madre me había despertado a las seis para avisarme que se iba a trabajar y que me había dejado café sobre la barra, pero yo emití un gruñido y me volví a dormir. Si me levantaba a las seis y cuarto llegaría perfecto a mi clase de las siete. Ahora me encontraba corriendo en la playa con la mochila a cuestas para no llegar tarde gracias a un "cinco minutos más" que se volvieron cuarenta.
Gracias a Dios por oír mis plegarias que el profesor estaba atrasado y pude respirar con alivio después de sentarme en mi lugar en la última fila del curso.
—¿Qué pasó? ¿Se te pegó la almohada a la cara? —se burló Jennifer, mi mejor amiga.
—Sí, estoy bien, Jenn, gracias por preguntar —puse los ojos en blanco.
Ella se rió con esa risita suya tan chillona y llamativa pero a la que estaba acostumbrada. Ya me había obligado a hacerlo hace años al darme cuenta que cuando se reía, llamaba la atención de todos y se quedaban viéndola como si le faltara no un tornillo, la ferretería entera.
—Sabes que te amo —me lanzó un beso—. ¿Hiciste lo de biología? —arrugó la nariz, falsamente entristecida.
La muy perra buscaba que le pase todas las respuestas. ¿Ustedes realmente piensan que yo le daría las respuestas que me enloquecí buscando a esta irresponsable que no hizo nada porque cualquier cosa es mejor que la tarea pendiente?
Por supuesto, es mi mejor amiga.
—Le cambias algunas palabras —acusé.
—¡Gracias! —chilló cuando le alcancé el cuadernillo.
Si fuese responsable con sus estudios buscando ella misma las consignas con la misma velocidad con la que se copiaba, sería la mejor de la clase.
—¡Te amo! —me abrazó justo cuando el Dr. Murphy cruzó el umbral de la puerta.
—Lamento la demora y haberlos ilusionado con una posible ausencia, pero aquí estoy y espero por sus trabajos sobre mi escritorio.
La cafetería estaba más vacía que de costumbre y eso me puso de buen humor. Todo era más sencillo: transitarla, hacer la fila para comprar comida y encontrar mesas libres.
—Hey, Tabbs —me llamó Jenn—, supe por Candy que Jonathan está por casarse. Lo siento —sus ojos cargados de compasión me observaron.
—Sí, me enteré —hice una mueca—. Pero está bien, estoy bien —sonreí.
—Eso veo. Me alegra que lo estés aceptando tan bien —suspiró con alivio.
—Él es feliz y es lo único que importa.
—¿Y tú? —curioseó con picardía.
—¿Y yo qué?
—Dime quién es el chico. No podrías tomártelo tan bien si no hubieses pasado de él por otro.
—¡Oye! —me quejé— Yo no dependo de nadie para superar mi corazón roto. Tengo problemas peores que ese —le recordé, y ella cambió su semblante a uno arrepentido.
—Tienes razón, lo siento —se disculpó.
Estaba al tanto de mi problema familiar y había estado conmigo cada vez que la angustia y el enojo me embargaban. Ella fue la persona que más estuvo para mí en aquellos momentos difíciles.
—Descuida. Cambiando de tema, ¿A qué hora tenemos las prácticas en el hospital?
—A las tres. De tres a siete, pero puedes quedarte hasta las nueve si quieres.
Asentí y terminamos de almorzar. El resto de las clases se pasaron rápido y me despedí de Jenn a eso de las once y media cuando salimos para caminar con lentitud hacia mi casa.
Mamá no llegaba hasta las dos, así que la idea de una siesta me tentó poderosamente. Las actividades pendientes del día de hoy no se entregaban hasta el jueves así que mañana me pondría al corriente.
Me estiré sobre mi cama y bostecé exageradamente. Busqué mi almohada más suave para acurrucarme a ella y en menos de tres minutos ya me había sumergido en mis más profundos pensamientos.
Un "bip-bip" incesante me hizo abrir los ojos de repente. Las dos y cuarto. Mierda, no quería levantarme pero si me arriesgaba a mis "cinco minutos más", perdería mi práctica de hoy.
—¿Mamá? —pronuncié con voz enronquecida.
—Estoy en la sala —alzó el tono para que la escuchara con claridad.
—Haré horas extra hoy —avisé, acomodando mi bolso—, puede que llegue a las nueve o diez.
—De acuerdo —respondió poniéndose de pie para darme un abrazo—, cuidate mucho.
Besé su frente y salí hacia la parada del bus. Podría ir caminando, pero estaba aún con el cerebro dormido.
—Buenas tardes, Sra. Hall —saludé.
Abrí mi locker para buscar el uniforme de enfermera celeste. Dejé mi bolso dentro y apagué mi móvil para dejarlo en el bolsillo del pantalón.
—Hola, querida —dijo la amable señora junto a mí—, ¿Cómo estás hoy?
La miré sonriendo. Siempre que estaba con la Sra. Hall sonreía. El amor y la ternura que irradiaba era sumamente contagiosa. La quería muchísimo.
—Muy bien, ¿Qué tal está usted? ¿Sabe si el doctor nuevo llegó? —cuestioné.
—Estoy bien, cariño. No todavía, el Dr. Blake tuvo algunos inconvenientes y dicen que llegará el mes que viene a más tardar —me explicó mientras ordenaba una pila de papeles en el archivador.
El Dr. Hoffman se había jubilado hacía dos meses y el hospital lo había reemplazado con un practicante de medicina que tenía muy buenas recomendaciones de su rector, pero la solicitud de traslado de un doctor de San Diego fue aprobada y en breve se efectuaría.
—¡Aquí estaba! —exclamó tomando un documendo de la gaveta— Aún no me dijiste de qué quieres el pastel —me reprochó.
Me reí. Claro que no iba a dejarlo estar.
—No quiero que se moleste.
—Qué va —agitó las manos restándole importancia—. No se cumplen veinticuatro nunca más en la vida —me guiñó un ojo.
—Chocolate con almendras está bien —me rendí.
—Perfecto —sonrió triunfante y regresó al ordenador para crear un nuevo documento con el que acababa de encontrar.
Negué con la cabeza sonriente y me dirigí hacia los pasillos del hospital de Ocracoke rumbo a la habitación 104 donde se encontraba el niño que estaba cuidando.