Jennifer
¡Pero qué pequeño es el mundo! Tabby, amiga de la familia de mi novio. No podía creer en las casualidades de la vida.
—¡Cuéntame! —me pidió por videollamada.
—¿Por WhatsApp? —arrugué la nariz— Ya estás de nuevo en tu casa, ¿Por qué no voy para allá?
—Voy a poner la tetera. No te tardes.
Sonreí y colgué. Me levanté de la cama por primera vez en el día. Eran las tres de la tarde y yo seguía entre sábanas y edredones, disfrutando de un domingo como se debe: haciendo absolutamente nada.
Me puse los primeros jeans que encontré tirados y me abrigué con la chaqueta de peluche que tenía a mano. Había refrescado bastante y no quería enfermarme por dármela de diva. Ya tenía novio, ya no tenía que preocuparme por mi aspecto por si conocía a mi futuro amor por la calle.
Tabbs se escuchaba realmente ansiosa por saber todo, y la entiendo. Yo en su lugar estaría peor, soy una completa metiche. Bueno, me encanta saber de la vida de mi mejor amiga. Supongo que no hay nada de malo en eso.
La castaña de ojos mieles abrió la puerta de su casa con la intriga brillando en sus ojos y la curiosidad bailando en su sonrisa. Me contagió verla así.
—Ya, ¿A qué esperas? —me apuró como una niña pequeña— Cuenta, cuenta.
Estábamos sentadas con las piernas cruzadas una frente a la otra sobre su cama, con una taza de té con limón entre las manos.
—¿Por dónde empiezo? —soplé un poco sobre la superficie del líquido.
—Jane dijo que se conocieron en una fiesta —dijo ella, dándome el pie para empezar.
—Ah, sí —bebí un poco. Sonreí en mi interior. Estaba perfecto de azúcar—. En esa que no quisiste acompañarme porque Greg estaba con fiebre.
Ella apretó los labios recordando. Sentía un afecto muy grande por ese niño.
—No me fui de ahí hasta que se normalizó —suspiró, y le dio un sorbo a la infusión.
—Te aseguro que cuando menos te lo esperes, van a estar dándole el alta —la animé.
Me dedicó una sonrisa débil y yo le correspondí con una más alegre. Cambié rápidamente de tema antes que se enfrascara en su nube de tristeza.
—La fiesta —seguí— fue mejor de lo que esperaba. Y no —la interrumpí cuando quiso hablar. Ya sabía lo que iba a decir—, no fue por Vik. Bueno, no fue sólo por Vik.
》Estaba casi segura que sería un descontrol porque, vamos, era viernes después de un examen, y ésas siempre son las más descontroladas. Además de las de inicio y fin de año, claro. Estoy divagando mucho, ¿No? Bueno, estaba casi segura que sería un descontrol.
》Fui con Zack puesto que ninguno de los dos tenía nada mejor que hacer esa noche. Llegamos, vimos el desorden predicho y nos miramos con diversión, mezclándonos en la multitud. Supimos por un grupito que la propiedad era de Stefan Rinks, el rey del curso y el de la casa más grande.
》Zack había tomado unas cuantas latas de cerveza y cinco o seis vasos que le pasaron. Me dijo que necesitaba ir al baño porque su vejiga iba a explotar y yo le respondí que lo esperaría en la cocina. No había mucha gente, alguna que otra pareja casi follándose sobre la isla y otra sobre la mesada, un grupito conversando y él.
》Me apoyé sobre la isla y lo observé con curiosidad. Estaba solo y parecía querer suicidarse del aburrimiento. Sus gestos de disgusto y cansancio querían hacerme reír, pero sólo consiguieron arrancarme una sonrisa. Me gustó en el mismo momento en que lo vi. Ya sabes, mi target favorito son los extranjeros, así que imagínate mi sorpresa cuando vi a un chico guapísimo y con rasgos asiáticos. Casi me muero.
》En fin, me acerqué a él y fruncí el ceño cuando ni me registró. Pensé que era porque no le interesaba o porque no le gusté, pero me di cuenta que no ponía atención a nada. Estaba como aislado mentalmente, lo cual es sorprendente en medio de semejante ruido.
—¿Me pasas aquel vaso?
El chico me miró indiferente, luego dirigió su mirada al vaso junto a él, lo agarró y me lo alcanzó sin inmutar su expresión.
A la mierda mi excusa para hablarle.
—Gracias —bebí un poco de aquel líquido y transformé mi cara en una arruga gigante, porque sabía horrible—. Ugh.
Dejé el vaso sobre la mesada y escupí en la bacha. Lo único bueno que saqué de ese mal trago, literalmente, fue oírlo reír. Aunque se riera de mí, en fin.
—¿Quieres agua?
Mi Jenn interior se puso a gritar con los puños alzados y dando saltitos en su lugar. La Jenn exterior sólo dijo:
—Sí.
Tiró el contenido del vaso descartable rojo del que había bebido, lo lavó, lo enjuagó y lo rellenó con agua.
—Gracias —lo recibí.
—¿Agradeces siempre por todo?
Una sonrisa sutil bailaba en sus labios y sus ojos rasgados brillaban con diversión.
—Eh... no.
Él rió y frunció el ceño sorprendido sin abandonar el semblante risueño.
—Es extraño —dijo.
—¿El qué?
—Generalmente, yo soy el tímido. Me resulta divertido y hasta un poco tierno que tú me superes.
Me ruboricé. Yo no era tímida. Él me ponía nerviosa. Pero ni loca lo admitiría en voz alta.
—No te ves tímido.
Se encogió de hombros, robándome el vaso y dándole un sorbo.
—A comparación de mis hermanos y mi prima, lo soy.
Fue mi turno de reírme. Lo entendía. Era como Tabby conmigo.
—¿Viniste con ellos? —me recargué sobre la isla, mirándolo con intriga.
Cada vez que le prestaba más atención, me parecía más y más guapo.
—Con mi prima —la señaló con el mentón.
Dirigí la mirada hacia una morena de rizos perfectos que se encontraba bailando con un chico pelirrojo que parecía no querer estar aquí, así como el chico frente a mí.
Ahora que me daba cuenta, no nos habíamos presentado.
—Soy Jennifer —sonreí mirándolo—. Pero dime Jenn.
—Victor —respondió él—. Pero dime Vik.
—¿Como el de Frankenstein?
—¿Como Aniston?
Nos reímos al unísono y noté que hace tiempo no tenía una sensación de nervios, curiosidad y ansiedad, todo a la vez, por un chico como la estaba teniendo con él.