—...Lo siento, Aurora.
Duke evitó mi mirada en todo momento, no se posó en mí ni un segundo ni de casualidad mientras hablaba. Yo, por el contrario, no podía apartar la vista de él, el shock me impedía hacerlo, pero cada vez lo veía más borroso. Mis ojos empezaban a aguarse y, justo en ese momento, en el más humillante, fue cuando se dignó a mirarme. Suerte que no podía distinguir su expresión con claridad.
—Por favor, no llores.
Su voz sonó como un susurro, suave y suplicante. Incluso, después de todo, tuvo la osadía de tomar mi mano y acariciarla para darme consuelo. Me aparté de su toque, como si me quemara, no quería su lástima. Lo único que hacía era hacerme sentir peor. Entonces, por primera vez desde que nos sentamos en la mesa de aquel café, hablé:
—¿Que no llore? —Sin poder evitarlo, mis cejas se hundieron— Después de cinco años juntos, vas y me dejas por otra, me engañas y, ¿me dices que no llore? —Finalmente, las lágrimas se desbordaron y empezaron a caer por mis mejillas.
No quería seguir con esto, así que me levanté de golpe y agarré mi bolso para marcharme a casa. Pero Duke se levantó después de mí y me agarró del brazo para evitar que me fuera. ¿Es que no había terminado? Ya lo había dicho todo, no quería escuchar más.
—No quise engañarte, no sé cómo, pero solo pasó. Nunca quise hacerte daño, Rory. Si pudiera haberlo evitado, yo...
Apreté los labios. No quería mirarlo, no quería responder. No quería.
—Pudiste hacerlo —respondí finalmente—. Era tan fácil como no follarte a mi mejor amiga.
Tiré para deshacerme de su agarre y caminé hacia la puerta, pasando por al lado de un par de mesas curiosas que me miraban como si estuvieran viendo una telenovela fascinante. Les puse la peor cara que me salió y enseguida volvieron a sus propios asuntos, como si nunca me hubieran prestado atención.
Escuché a Duke llamarme, pero no iba a girarme. Duke ya no existía, ni Eliza, mi mejor —mejor dicho, ex— mejor amiga. Ahora iría, entraría al supermercado de al lado de mi apartamento y compraría chocolates, golosinas y una caja de pañuelos para pasarme el resto del fin de semana sobreviviendo con eso dentro de mi cama mientras pasaba por uno de los peores llantos de mi vida. Y, el lunes siguiente, regresaría una Aurora renovada, totalmente nueva y mejor que la anterior.
Pero me equivocaba.
El lunes fue incluso peor. Después de un fin de semana lleno de lágrimas y un atracón de películas románticas, poner todas las cosas de Duke que tenía en casa dentro de cajas, me hundí más en la depresión. Más teniendo en cuenta que esa tarde tenía que ir trabajar, y estaba tan agotada mentalmente que no quería ni poner un pie fuera de casa, mucho menos para encerrarme en una oficina durante cinco horas a organizar papeleo. ¿Cómo se iba a trabajar con un corazón roto?
—¿Esto es todo? —preguntó Caroline, mirando las tres cajas que había dejado encima de la mesa de la sala de estar.
Caroline era una amiga de la infancia, al igual que lo era Eliza. Las tres habíamos ido juntas a la primaria y al instituto, luego en la universidad Caroline se había ido fuera, mientras que Eliza y yo nos quedamos aquí en la ciudad, pero siempre mantuvimos el contacto con Caroline. Y, cuando volvió, volvimos a ser las tres. Y, ahora, la pobre había quedado en medio. Pero había venido a ayudarme, ella se encargaría de devolverle sus pertenencias a Duke por mí.
—Sí, todo.
Caroline me pasó un brazo cariñoso por los hombros, reconfortándome.
—Piensa que vendrá algo mejor. Cualquier cosa es mejor que Duke.
Caroline no era especialmente fanática de Duke, nunca lo fue. La única razón por la que tenía algún tipo de vínculo con él había sido por mí y por Evan, novio de Caroline y hermano de Duke.
—No solo es por él... —Me crucé de brazos.
—Eliza es una estúpida —Me frotó la espalda, tratando de levantarme el ánimo—. ¡Eso no se hace, ha sido tan asqueroso! Se ha saltado la regla número uno de la amistad. Pero puedes estar tranquila —Se agachó y levantó las tres cajas sin esfuerzo—, yo también he dejado de hablarle.
Abrí los ojos.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque eso es imperdonable. Y, mira, yo la quiero, pero siendo sinceras, yo siempre he sido más cercana a ti.
Eso era cierto. La verdad es que Eliza y Caroline habían peleado mucho a lo largo de los años, en la época de instituto sobretodo y, curiosamente, era casi siempre era por el mismo tema: chicos.
—Sí, pero... —Bajé la mirada a mis pies— Toda esta situación me da pena.
Al volver a levantar la mirada, Caroline ladeó la cabeza y apretó los labios, seguramente pensando en qué decir para levantarme el ánimo.
—Lo sé, y lo entiendo, a mí también. Pero tienes que pasar página y lo primero —Alzó un poco las cajas— es deshacernos de la basura y luego, tú y yo, vamos a ir de copas cuando salgas del trabajo.
Hundí los hombros. No me apetecía salir, pero antes de poder negarme, Caroline ya estaba cruzando la puerta —ya abierta de antes— y exclamó un:
—No acepto un no. ¡Nos vemos! —A la par que cerraba la puerta ayudándose del pie para hacerlo al ir cargada.
***
Y el día no hizo más que empeorar. En el trabajo, mientras estaba terminando de fotocopiar unos informes, Josefine, mi jefa, vino a buscarme para colmar la gota del vaso. Venía acompañada de Kolt Marshall, mi némesis. Crucé miradas con él, nada agradables, por supuesto. Kolt me odiaba casi tanto como yo a él, el año pasado chocamos varias veces por un ascenso en el que ambos competíamos por obtener. Él ganó y se convirtió en editor jefe, mientras que yo seguía en una oficina enana repasando números y ventas. Lo único bueno es que al menos apenas nos cruzábamos al estar en secciones distintas.
—Morrison, por fin te encuentro —dijo Josefine, acercándose con una expresión de urgencia.
—Hola, Josefine. ¿Qué pasa? ¿Necesitas algo?