Tú, yo y otros imposibles

3. Un comienzo agridulce

 

—¿Cómo ha ido con tu hermana?

—¿Cómo ha ido con tu hermana?

Me encojo de hombros sin intención de profundizar demasiado en la situación. Llevo la copa a los labios y dejo que el líquido ardiente queme mis entrañas.

No tenía ganas de recordar la voz pastosa de Nancy anunciando la presencia de otra mujer en el descansillo de mi casa ni tampoco el malestar que acudió a mí cuando me di cuenta de que era Kala. 

Cuando la vi en el umbral de la puerta con su gran maleta y una mochila pequeña colgada al hombro, no pude creerlo. Una parte de mí seguía autoconvenciéndose de que no vendría, porque estaba seguro que verme era lo último que quería hacer en la vida, pero ahí estaba. No sabía si actuar como si nada hubiera pasado o arrodillarme frente a ella y rogarle perdón. 

Terminé optando por la primera opción, siempre era más sencillo fingir que no sentía nada antes que sentarme a analizar y expresar sentimientos que ni yo comprendo. Sentimientos que debieron dejar de existir hace años, pero ahí seguían, durmiendo en el lecho de la corteza cerebral, esperando a tenerla delante para salir de la hibernación.

Las pocas palabras que compartimos fueron suficientes para desbloquear cientos de recuerdos y sensaciones vertiginosas que nos implicaban a los dos. Las mismas que me hicieron querer alejarme de ella lo máximo posible.

—Todo bien.

Me rasco la nuca, algo nervioso y confuso. Me sorprende que después de todo haya sido capaz de tratarme con tanta frialdad, como si nada hubiera pasado. Aunque, para ser justos, yo fui quien desapareció.

—Dylan...

—Ni siquiera la he visto más de cinco minutos, Juls.

—¿¡La has dejado sola en su primer día en la ciudad!?

No me gusta el tinte de reproche con el que va cargada su pregunta. Ni siquiera comprendo por qué me pregunta por ella.

Julia es mi mejor amiga. Y no solo en la cama, también fuera de ella. Nos conocimos el primer día de clase en la universidad. Ella también había tenido que mudarse y estaba tan sola como yo en esta ciudad, así que, decidimos hacernos compañía. Al principio todo iba bien, transmitía una energía fresca que necesitaba en ese momento, pero con el tiempo mis demonios terminaron alejándola. No me conoció en mi mejor momento, es más, es la única que me soportó durante mi primer año aquí. Por eso le tengo tanto cariño, es una persona muy importante en mi vida, aunque a veces pueda ser un auténtico grano en el culo.

—Sí, es exactamente lo que he dicho —confirmo sin ganas de aguantar otra de sus charlas moralistas. Sé lo que me va a decir incluso antes de que lo diga.

—¡Eres lo peor! ¿Has pensado en lo asustada que estará? Está en una nueva ciudad sin nadie que conozca, lejos de casa y su único apoyo la abandona en una casa que no conoce. Además, ¿y si ha salido y se ha perdido? ¿Y si algún malnacido la ha acorralado en un callejón oscuro?

Su voz aguda resuena en mi conducto auditivo como una tortura medieval de descabelladas proporciones.

—¿Por qué coño te importa mi hermana ahora?

Mi voz enfurecida logra hacerla dar un salto en su butaca. La luz azul del neón de la pared ilumina su ceño fruncido. Esta sentada junto a mí en la barra del bar de nuestro amigo Anthony, con los ojos bien abiertos y los brazos cruzados sobre el pecho.

—Ella no me importa, me importas tú.

Ruedo los ojos con desgana. De verdad que la quiero, pero no estoy de humor para aguantarla.

—Thony, ponme otra —le pido a mi amigo que nos mira preocupado desde detrás de la barra. Sabe lo borde que puedo llegar a ponerme y el numerito que nuestra amiga es capaz de montar en su local si no controlo bien mis palabras.

—Pensaba que lo de ser un capullo había quedado atrás, Dylan.

Joder. ¿No podía cerrar la boca y punto? Había salido de casa con intención de olvidar la mierda que se me venía encima en los próximos tres meses y ella no hacía más que meter la uña afilada en la herida sangrienta.

—Sabes lo capullo que puedo ser —advierto bajo la atenta mirada de Anthony que me ruega calma— así que déjate de victimismo. Paso del tema, si no vas a hablarme de otra cosa es mejor que te vayas.

—¿Por qué siempre haces lo mismo? Conmigo no tienes que fingir, te conozco mejor que nadie. No sé porqué, pero sé que te afecta su presencia. Desde que te enteraste de que vendría has vuelto a perder el control. Cuando te miro puedo ver al chico perdido en la oscuridad que llegó a la ciudad hace tres años y eso no me gusta nada.

Su comentario logra cabrearme más de lo que habría hecho en otro momento. Supongo que la tensión acumulada, junto al alcohol y la culpa, tienen algo que ver.

—Julia, hoy no es el día —susurra el mulato de ojos oscuros que veía cómo se acercaba la tormenta a su local. Él conocía mi pasado con Kala, sabía lo jodido que era el tema.




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