Tú, yo y otros imposibles

8. Una fiesta distinta.

 

 

—No es gracioso

—No es gracioso...

La risa de Liv desde el otro lado del móvil me hace añorarla aún más. Lleva el pelo recogido en un moño desordenado, un peto amarillo y una camiseta blanca básica que me recuerda a los colores de casa. Cuando hablo con ella es como si nada hubiera cambiado.

—¡Claro que lo es! —refuta con lágrimas en los ojos.

—¡Andrew, ayúdame! —ruego mirando el lado de la pantalla en el que veo a su novio.

Eleva los brazos en señal de rendición mientras disimula la gracia que le causa la situación. Nunca se le ha dado bien poner paz en nuestras peleas, su imparcialidad se traduce en darle la razón a Olivia sin ser demasiado descarado. Claro que, normalmente, ella lleva la razón, y la verdad, me alegra ver cómo la apoyaba hasta en cosas tan insignificantes como estas.

—A mí no me metan, soy imparcial.

—¡Mentiroso! ¡Llevas diez minutos riéndote conmigo! —lo deja en evidencia la pelinegra golpeándole el hombro con cariño. El rubio pasa su mano por los hombros de mi chica y la estrecha contra su pecho para dejar un beso corto en la punta de su nariz.

—No seas mala —susurra como si no pudiera oirlo.

Me alegra verlos tan bien. Olivia siempre ha sido como una hermana para mí, mi familia de elección, mi compañera incansable. Ha pasado por tantas cosas tan duras que no sé de dónde saca tanta vitalidad y ganas de vivir.

Sus padres emigraron a Estados Unidos desde Cuba, en busca de una mejor vida para ella y su hermano. Todos los principios son duros, pero los de aquellos que abandonan su hogar, su familia, su país, en busca de un futuro mejor, es aún peor. El racismo fue el principal problema que tuvieron que enfrentar y, a día de hoy, aún siguen conviviendo con él. De verdad que intento comprender qué sucede en la cabeza de aquellos que discriminan por el lugar de origen, pero por muchos croquis que me hagan, jamás lograré entender la mente perturbada de esa gente sin corazón.

A Andrew lo conocemos desde hace unos años, era nuestro compañero de clase y el tercer escudero del trío inseparable. Nunca dejamos de ser tres, pero con la muerte de la madre de Liv, la relación entre los dos tortolitos comenzó a estrecharse con una rapidez vertiginosa. Las chispas siempre habían estado ahí, esperando a prender la mecha que nunca dieron el paso de encender. Mi amiga estaba loca por él y con Andy pasaba más de lo mismo. Son gente buena que se merecen lo mejor, se merecen el uno al otro.

—Bueno, mañana le lanzas un vaso de agua para despertarla y ya me cuentas si es divertido o no —finjo indiferencia mientras me arreglo el pelo para salir.

La llamada de Anya hace unas horas me cogió desprevenida. Mi intención era mantener una charla civilizada con Dylan y, quién sabe, quizás incluso le habría pedido que me enseñara algún rincón bonito de la ciudad.

Después de sus palabras de anoche, algo en mí corazón se había abierto. Una pequeña ventana que dejaba entrar un poco de luz en el agujero oscuro en el que llevo años encerrada. Pero, parece que el moreno tenía otros planes en mente que no me incluían. Ni siquiera fue capaz de cruzar más de tres palabras conmigo.

—Venga, deja de ser tan dramática. ¡Ni que tú nunca lo hubieras hecho! Yo me acuerdo de alguien —me acusa con la mirada— que me hizo lo mismo en la acampada de sexto curso.

—¡Pero no es lo mismo, Liv! Pasé toda la tarde en el rellano, sin llaves, esperando que volviera a casa y cuando regresa lo hace borracho. Es su vida, no me voy a meter en eso, pero, vamos... —Ruedo los ojos—. Lo ayudo, le cedo mi cama y su forma de agradecérmelo es lanzándome un vaso de agua de buena mañana. ¡Ni un gracias! ¡Nada!

—Ahí tiene razón —me apoya el rubio asintiendo antes de lanzarme un beso como despedida.

—Gracias, rubio.

Me guiña un ojo desapareciendo de la pantalla.

—Entonces, lo que te molesta no es el vaso de agua, es la ausencia de agradecimiento. Bueno, su ausencia, en general.

—Puede ser...

Sonríe asintiendo, como si acabara de unir la última pieza de un importante rompecabezas. Sin embargo, no comparte su hallazgo conmigo. En su lugar, cambia de tema.

—¿Vas a salir?

—Ajá —respondo como puedo con la boca abierta y toda mi concentración en aplicar una capa de rimmel en las pestañas sin mancharme el párpado.

—Cierra la boca que pareces pececillo fuera del agua.

—¡Calla! —Río sabiendo que tiene razón—. Anya llamó hace un par de horas para invitarme a una fiesta y... —El sonido del timbre me interrumpe—. Me tengo que ir, acaba de llegar.

Grita de la emoción.

—¡Disfruta de tu primera fiesta en San Francisco! Mañana me cuentas. Te quiero —finaliza lanzándome un beso.

—Y yo, siempre.

Compruebo que mi coleta alta está perfectamente estirada, odio cuando se quedan pequeñas montañitas de pelo mal enganchado. Cojo la única chaqueta de salir que Liv puso en mi maleta y compruebo el contenido del bolso.




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