Tú, yo y otros imposibles

14. Una ventana abierta

 

—¿Aún no han hablado?

—¿Aún no han hablado?

Niego evitando mirar sus ojos en la pantalla. No puedo esconderle las cosas. A ella no.

No le he contado nada, solo que hace dos días que Dylan no me dirige la palabra y prácticamente no pasa tiempo en casa.

—Hoy he quedado con Anya y los chicos. 

—No me cambies de tema, Kala. Puedes evitar mi mirada, callar todo lo que sientes e incluso enterrar lo sucedido, pero a mí no puedes engañarme.

Ruedo los ojos porque sé que tiene razón. Esconderme de Olivia dejó de ser factible cuando descubrí que jamás podría hacerlo. Por muchas capas y capas de mentiras y sonrisas vacías que pusiera, ella siempre descubría la verdad. Puede que por eso la quiera tanto. Porque incluso cuando quiero esconderme del mundo, no logro hacerlo de ella. Pero, sobre todo, porque cuando de verdad lo necesito mira a otro lado como si no supiera lo que pasa por mi mente.

¿Qué se supone que voy a decirle?

No es tan sencillo como un: Liv, ¿recuerdas que hace tres años pasé una semana entera en la cama llorando después de que Dylan se fuera sin avisar? No fue porque tuviera la regla y mis emociones a flor de piel me hubieran deprimido tras ver la saga completa de Crepúsculo sino porque mi primer —y único— amor me había abandonado sin dejar rastro. ¡Ah sí! Por cierto, ese era Dylan, mi hermanastro. Sí, bueno, puede que sea un poco confuso por todas las veces que he dicho odiarlo y lo poco que lo soportaba... Lo siento, la realidad es que no queríamos que nadie lo supiera porque nos lo habían prohibido. ¡Lo sé! Es una locura. Que la única cosa que me haya pedido mi madre en los últimos años sea lo único que he incumplido, es toda una cagada. Sobre todo cuando implica al hijo del que pronto será su marido. Sí, por si aún no lo sabías, se casan. ¡Se casan! Y no me dijeron nada. ¿Que cómo me siento al respecto? Me alegro por ella, aunque estoy un poco enfadada porque no me dijera nada antes, me siento traicionada y como una mierda de hija por no poder ser parte de su familia perfecta, porque después se lo sucedido jamás podré ver a Dylan como un hermano. Chao. ¡No olvides que te quiero!

—¿Desde cuándo contarle a tu mejor amiga, a la que echas muchísimo de menos porque está en la otra punta del continente, lo que vas a hacer en el día es querer evitar el tema? —pregunto inocente dándole la espalda para sacar los ingredientes necesarios para mí sándwich.

—Desde que el tema te hace tanto daño que no eres capaz de hablarlo con ella —dice con el mismo tono despreocupado—. Sabes que jamás te juzgaría, gnomita.

—¡Deja de llamarme así! —elevo la voz fingiendo estar enfadada. Desde que le conté que Dylan pensaba que era como un gnomo de jardín y por eso me llamaba enana, no ha dejado de utilizarlo en mi contra.

Ambas reímos. Esta es una de esas veces en las que pretendo esconder mis emociones detrás de una risa sonora que sería capaz de engañar a cualquiera.

Río por lo mucho que la echo de menos, por lo tantísimo que odio ese apodo (aunque confieso que en el fondo le tengo hasta cariño ya) y por lo todo lo que no he llorado estos últimos dos días.

—Sé que pasa algo, al igual que sé que necesitas tu tiempo para poder hablarlo. Solo quiero que sepas que no podrás esconderte eternamente de mí y cuando decidas dejar de hacerlo estaré aquí, ¿vale?

Asiento con un nudo en la garganta. Quiero decirle que he vuelto a caer en sus brazos. Que por mucho que intentara mantenerme al margen, Dylan ha vuelto a despertar los sentimientos que me negaba que seguía sintiendo por él.

¿Es amor? No lo sé. Quizás sí, quizás solo sea el encantamiento de una cría de dieciocho años que tiene delante al chico con el que se dio su primer beso. Sin embargo, eso no evita que me duela. Que me arda el corazón cada vez que entra en casa y hace como si nada hubiera pasado. Como si no me hubiera besado, me hubiera tocado como hacía hace años y luego me hubiera dejado en la puerta de casa como a un perro abandonado.

—Todo está bien, Livi. Con respecto a Dylan, supongo que será cuestión de tiempo, tiene que acostumbrarse a mi presencia aquí. No creo que sea fácil pasar de ser independiente y tener tu privacidad, a tener a una persona dando vueltas por la casa veinticuatro siete. —Me encojo de hombros y muerdo mi deliciosa sándwich de pavo, queso y zanahoria—. Además, si tiene algún problema que lo hable con nuestros padres. Tampoco es como si yo estuviera aquí por decisión propia.

Asiente examinando mi rostro sin estar del todo conforme con mi respuesta.

—Está bien. Dramas a parte, cuéntame, qué tal te trata la ciudad.

—Quitando al insoportable de Dylan, la ciudad es maravillosa. El otro día pude hacer un poco de turismo por los puntos más emblemáticos y me quedé enamorada del lugar.

—¿¡Viste el Golden Gate!?

Trago duro recordándo los labios de Dylan sobre lo míos en aquel mirador. En cuanto las lágrimas acuden a mis ojos, la rabia lo hace con ella, desechándolas.




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