Tú, yo y otros imposibles

15. Una imaginación superior

 

—¿Y? —Alzo una ceja en su dirección esperando que me de más datos para responder a lo que sea que me esté preguntando—

—¿Y? —Alzo una ceja en su dirección esperando que me de más datos para responder a lo que sea que me esté preguntando—. ¿Has logrado hablar con ella? 

La cama cede con nuestro peso cuando se sienta a horcajadas sobre mí.

Niego intentando sacar esos ojos cargados de ira y vaga decepción que me miraron furibundos cuando le dije lo único que sabía que le sacaría unas palabras. Si algo odiaba Kala, era que la llamaran niña de forma despectiva; tratar su corta edad como un insulto o forma de infravalorarla. Así que es lo que hice. Para mi fortuna, o desgracia, seguía funcionando después de tantos años.

Aún no puedo sacar sus palabras de mi mente. Ni la forma en que le temblaba el labio inferior, ya no sé si de ira o de tristeza. Porque si algo había aprendido de ella, era a no dar por sentado sus sentimientos. Lleva tanto tiempo escondiendo todo lo que de verdad le importa que esconderse detrás de cortinas de humo se ha vuelto su especialidad. 

—Está... enfadada —susurro mientras mi pulgar se pasea por la suave piel porcelana de sus mejillas sonrosadas—.  Pero no hay por qué hablar de eso ahora, ¿verdad?

—¿No le has explicado nada?

—No tengo por qué hacerlo. Además, es algo que solo te concierne a ti, es tu abuelo de quien estamos hablando —suena más brusco de lo que pretendo—.  ¿Por qué tendría que explicarle nada a una niña caprichosa que no es capaz de mantener una conversación de adultos?

La frustración habla por mi casi sin darme cuenta.

—Tienes razón, pero, ¿te has puesto en su lugar? —Más veces de las que querría—. Está sola, en una ciudad nueva en la que tú eres su único apoyo, su única familia. 

—No somos familia —rectifico sin pensarlo. Odio que nos vean como tal, porque ninguno de los dos nos vemos así. No lo somos, ni lo seremos nunca.

—Vale, vale —rueda los ojos—. Lo que quiero decir, es que se merece una explicación. Al menos eso. No le niegues el porqué de tu ausencia y mucho menos cuando yo soy la razón. No quiero sentir que me interpongo en la relación con tu hermana...stra.

—Juls, no te estás interponiendo en nada —la tranquilizo porque sé que necesita escucharlo. Necesita saber que no es responsable de todo lo que pase conmigo, yo mismo sé buscarme mis propios problemas—. Lo que sea que pase entre Kala y yo solo nos incumbe a nosotros. No le des más vueltas, ¿vale? No quiero hablar del tema.

Puede sonar a excusa, pero es la realidad. No quiero pensar en Kala mientras estoy con ella. No, cuando la tengo sentada sobre mi entrepierna cada vez más dura. Mucho menos cuando sus manos se meten vergonzosas por el cuello de mi camiseta, logrando que mi piel comience a quemar con su contacto.

—Hablar nunca a sido lo tuyo, ¿verdad?

Está tan cerca que sus aterciopelados labios rozan los míos con una delicadeza propia de ella.

—Nunca —susurro captando su labio inferior con mis dientes.

—Entonces... ¿se te ocurre algo que podamos hacer?

Mi mano se enrosca al rededor de su cintura, de forma que puedo darnos la vuelta sin despegarme de ella. Su cuerpo se agita ansioso bajo el peso del mío que lo aprisiona contra el colchón.

—Tengo más imaginación de la que crees.

Estampo mis labios con poca paciencia contra los suyos. Como es común, es casi instantánea su respuesta. La intensidad con la que nuestras lenguas se enredan es similar a la apresura con la que mis manos recorren su cuerpo semidesnudo.

Si algo me atrajo de Julia en un primer momento fue su belleza angelical. Como la de una rosa golpeada por la lluvia torrencial, que se balancea en esa delgada línea entre mantenerse en pie o desmoronarse con una sola caricia. Pero fue el fuego que despertó en mi lo que la ha mantenido en mi cama estos últimos años.

—No lo dudo —ahoga un gemido cuando sus pechos se convierten en mi pasatiempo preferido.

***

El local está todo lo lleno que cabría esperar un jueves por la tarde. Un grupo de adolescentes demasiado hormonados se arremolinan al rededor del billar. Si no fueran bastante patéticos podrían incluso haber llegado a hacerme gracia sus infructuosos intentos de llamar la atención de las dos chicas que beben en una de las mesas cercanas.

Un par de grupos más se reparten por el lugar, pero el broche de oro lo ponen los usuales desgraciados que buscan respuestas que nunca encontraran en los fondos de los vasos de alcohol que descansan frente a ellos en la barra. Yo entre ellos.

—¿Sabes cómo se llama o no?

Mi tono demandante logra captar su atención lo suficiente como para que eleve la mirada de los vasos que lleva más de diez minutos secando con meticulosidad.




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