Tú, yo y otros imposibles

16. Una cita misteriosa

 

 

—¿Aún no han hablado?

—No es una cita —repito por décima vez en quince minutos. Desde que mencioné que había quedado con Jason esta tarde, no ha parado de parlotear a mi alrededor.

—Creo que todos sabemos que sí, menos tú. 

Su helado comienza a derretirse deslizándose por el cucurucho, manchando la mano que lo sostiene.

—Eso es el karma, por pesada.

Sé que la conozco desde hace poco tiempo y no deberíamos tener la confianza que tenemos, pero no puedo evitar sentirme como en casa cuando estoy con ella.

No podría decir que Anya es como Olivia, es más, son bastante diferentes, pero sí que he encontrado en la peliazul un apoyo similar al que mi mejor amiga me brindaba en el pueblo.

—No, listilla, es el calor. El karma jamás atentaría contra mí. ¡Sería como morder la mano de quien te da de comer! Además, el universo me debe demasiadas cosas. —Río moviendo la cabeza a ambos lados. De verdad que no entiendo cómo puede mantenerse tan activa todo el tiempo—. Pero, vayamos a lo importante: tu cita con Jas.

—Que no es una...

—Cita. Sí. Lo sé. Sigue repitiéndolo que a lo mejor logras creértelo y todo. —Su movimiento de muñeca resta importancia a mi frase—. No sé si has buscado fotos del sitio, pero si no lo has hecho, no lo hagas. Ninguna cámara es capaz de captar la belleza de ese lugar. Yo lo habría reservado para una tercera o cuarta cita, pero se ve que va con todo.

—Ni siquiera sé a donde vamos a ir.

—¿¡Qué!? ¿No te ha dicho nada? —niego divertida—. ¡Pero eso es genial! Añade más misterio al asunto.

—Cualquiera diría que eres tú la que tiene una cita. —Una sonrisa maliciosa asoma en sus labios y justo en ese momento me doy cuenta de lo que acabo de decir.

Gracias por nada subconsciente.

—Acabas de admitirlo.

—¡Qué no es una cita! Si apenas lo conozco.

—Para eso son las citas, para conocerse mejor.

Me niego a seguir en ese bucle, así que opto por no corregirla.

—Si tú lo dices...

—Lo pasarás genial, ya verás. Jason es un buen chico. Además, es bastante más atractivo que la media del continente, según mis propios cálculos.

—Estás fatal.

El sonido del claxon de un coche aparcado a las afueras de la heladería capta nuestra atención, interrumpiendo la pequeña queja que estoy segura saldría por la boca de Anya.

No necesitaba mirar a través de la ventana para saber que era Jason quien esperaba fuera, pero aún así lo hice. Como en esas películas románticas en las que parece que todo va a cámara lenta.

Un escalofrío recorre mi cuerpo. Vale, acaba de ser bastante raro, pero no en el mal sentido y eso hace que me extrañe más.

—El amor... —susurra Anya a mi lado—. Ojalá alguien viniera a buscarme en su corcel blanco de melenas plateadas y me llevara a los campos de lavanda donde haríamos el amor hasta el amanecer.

No puedo evitar mirarla con extrañeza antes de plantearme seriamente si su locura roza lo patológico. Me gustaría decir que no, mas en momentos como este no estoy del todo segura.

—Creo que te vendría bien ir a ver a tu amigo de la discoteca. Seguro que estaría encantado de que te subieras a su corcel.

—Y yo de cabalgarlo —dice antes de estallar en una carcajada a la que no tardo en unirme—. Venga, vete, que Romeo te espera.

Ruedo los ojos con disimulo, en momentos como este parece que tenga a un clon de Olivia delante. Dejo un billete sobre la mesa y me despido de ella antes de salir del local.

Para cuando llego al coche la sonrisa en mi cara sigue siendo un hecho. Quiero pensar que es por la reciente conversación con la peliazul, pero algo me dice que tiene más que ver con los nervios que se han acomodado en el bajo vientre y hormiguean ascendiendo. Lo justo para erizarme la piel cuando esos ojos marrones me miran con una calidez propia de una hoguera invernal.

—No sé si quiero saber qué ha dicho la loca para que siga riéndose ella sola en el interior del local.

—No quieres saberlo, te lo aseguro —niego abrochándome en cinturón de seguridad.

Jason y Anya se despiden a su manera, es decir, ella le sacándole la lengua y él poniendo los ojos en blanco.

—¿Se conocen desde hace mucho tiempo?

—Bastante. Alex y yo íbamos juntos a natación y ella pasaba todas las tardes sentada en las gradas animándolo o riéndose un poco de él. Es imposible ser amigo de uno sin serlo del otro. Son como un pack indivisible.

—Sí, algo he notado —río.

El silencio que se instaura entre nosotros pasa totalmente desapercibido para mí. Estoy tan centrada en disfrutar del camino que me olvido de que voy con alguien en el coche. Las casas coloridas, la diversidad cultural observable en los peatones que recorren las calles despreocupados, los rayos del sol que reflejan en los cristales de los edificios que se alzan hacia el cielo... Todo me parece espectacular.




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