Tú, yo y otros imposibles

19.Un sueño muy real

 

—Por favor

 

 

—Por favor...—ruego como un cachorro abandonado necesitado de calor humano. Patético.

No puedo pensar con claridad. La necesito más que al oxígeno que baila en mis pulmones. Kala siempre ha sido la fruta prohibida. Esa que una vez probada no puedes sacar de tu cabeza. Es como si mis papilas gustativas no hubieran olvidado su sabor. Es casi enfermizo. 

Inhalo su olor a primavera, dejando que el cálido frescor se instale en lo más profundo de mi ser. Tremendo error. Mi memoria desbloquea recuerdos que preferiría mantener bajo llave, esos en los que me dejaba enterrar la nariz en el hueco de su cuello y dormirme pegado a su pecho. Los últimos segundos de dicha que vivimos juntos antes de que todo se fuera a la mierda. 

Sé su respuesta antes de que sus labios se encuentren con los míos. La tibieza de su piel deja de ser reconfortante. Mis palmas arden con las caricias desesperadas y silenciosas que no pude reprimir. Fue algo automático, casi mágico. Mi cuerpo buscó al suyo sin pensar demasiado en el por qué ni en todo lo que estaría en juego si los dos cedíamos ante nuestros instintos más primarios. Estábamos cruzando una línea que hace años se desdibujó tanto que desapareció casi por completo. Claro que ahora estaba más marcada que nunca, o eso pensaba. 

Casi puedo oír el humeante choque de temperaturas cuando la apoyo sobre la fría encimera. Tan calientes que el infierno nos temería, tan consumidos que disfrutaría con nuestra muerte. 

—Dylan —gime en un pequeño susurro ahogado cuando mis manos dejan de tantear el terreno y deciden atacar sin piedad los rosados picos de sus pequeñas cimas. 

Mis manos comienzan con una pequeña tortura deliciosa que arranca súplicas cuando mi lengua se aventura a hacer lo mismo. Ya no hay límites entre dónde empieza ella y dónde termino yo. Porque cuando estamos juntos nunca existe, nunca debió haber existido.

Sus piernas se abren más con cada segundo, con cada gemido que no quiere dejar escapar, mientras se arquea hacia mí. Buscando deshacerse de la distancia ridícula que casi no nos separa. 

La luz del salón ilumina vagamente este rincón de la cocina, pero cuando me separo para verla, admirarla, el poco oxígeno que quedaba en mis pulmones, desaparece. Su piel erizada y extremadamente caliente, sus pechos expuestos,  labios hinchados y... Sus ojos. Su mirada. Hambre. Un hambre tan voraz que tengo que agarrarme a ambos lados de su cuerpo para no tambalearme. Lo desea tanto como yo. Desea que deje de controlarme, que deje de pensar en los límites, en la finísima línea que separa nuestra libertad de la condena a la que nos amarraron nuestros padres. 

Aparto esos pensamientos tan pronto como llegan, porque teniéndola delante no puedo permitirme pensar en nada más. Es esto lo que quiero, lo que necesito. Ella. Yo. Nosotros. El fuego ardiente que lleva tiempo intentando consumirnos y ahora brilla con más intensidad. 

Una sonrisa inconsciente tira de la comisura de mis labios cuando su pierna se enrosca en mi cintura, tirando de mí. Exigiendo ese contacto que tanto necesitamos, que tanto añoramos. 

Enarco una ceja, pero dejo que haga de mí lo que quiera. Hace mucho que dejé de luchar contra ella. Puede que me rindiera, puede que tirara la toalla cuando debía seguir luchando, pero eso no implica que la sacara de mi mente en un solo jodido momento. Cada beso, cada cuerpo que recorrí, cada embestida iba dirigida a ella. En mi mente llevo años tocándola, besándola, sintiéndola en cuerpos diferentes. Porque siempre ha sido ella la dueña de mis pensamientos, de mi placer, de mi dolor. 

Un grito ahogado emerge de lo más profundo de su ser cuando me tiene justo donde quería. Mi dureza presionando su humedad, a través de tantas capas de tela que no puedo disfrutarla, tan cerca que puedo sentirla. Joder. Joder. Me tiene como un puto quinceañero virginal cuando su mano deja recorrer la piel desnuda de mi pecho y continua descendiendo. Más. Y más. Y más. Hasta que el gemido ahogado es el mío. 

—Kala... —susurro en su oigo más como una plegaria que como una súplica, porque necesito que esto sea real. Y si tengo que rezarle al mismísimo rey del Averno lo haría sin pensar, sin pestañear siquiera. 

—Uhum —dice de vuelta con una sonrisa malvada colgada de sus labios ligeramente maltratados por la cantidad de mordidas que se ha dado para retener su anticipación. 

Como adolescentes. Como putos niños dando sus primeros pasos en el mundo del sexo. Así estamos. Tan nerviosos, tan decididos, tan ansiosos y desesperados que cualquier ligero roce es susceptible de hacer que explotemos en mil pedazos que nadie más salvo el otro sería capaz de volver a juntar.

Dejo un camino de besos húmedos en la base de su cuello, descendiendo con cada suspiro. Hasta que sus manos liberan mi palpitante entrepierna y la deja justo en ese punto donde el placer y la locura se funden sin compasión. Sus dedos tantean la cerradura del pantalón, tan ansiosos, tan nerviosos que tiemblan.

—¿Es-estás seguro? —Se separa lo suficiente para analizar mi expresión. Me siento casi insultado por esa pregunta. Con ella siempre quiero, hasta cuando la odie querré tenerla a mi lado de tantas maneras que no es sano siquiera imaginarlas. 




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