Tú, yo y otros imposibles

20. Una semilla de esperanza

Una noche

Una noche. El peso de una promesa que seguía quemando en la superficie de mi piel. Un quejido que aún resonaba entre las cuatro paredes que decidieron acallar nuestro tormento. Porque si nos sentábamos a pensarlo un segundo, eso es lo que había sido. Una placentera pesadilla que calló sobre nuestras cabezas con más fuerza que nunca mientras un torrente de recuerdos nos salpicaba en la cara para aclarar el pensamiento. Claro que ambos sabíamos lo que eso supondría. Una tortura lenta, dolorosa. Porque cuando el pasado te golpea y te tienta con un futuro prometedor, el presente ennegrecido resulta, cuanto menos, deprimente. 

El peso de sus brazos aferrados a mi cuerpo desnudo fue suficiente. Toda prueba necesaria para saber que había sucedido de verdad, que esta vez no era un sueño húmedo que quedaría ahogado en el sudor y las lágrimas con las que me despertaría. Era real. Nuestros cuerpos se habían reencontrado y nuestras almas se habían agrietado un poco más. 

Es real.

La sombra de una sonrisa apareció en mi cara cuando me permití aferrarme un poco más a su contacto. Me deshice de toda la distancia posible entre mi espalda y su pecho y me acurruqué ahí, en esa zona segura que ahora amenazaba con desestabilizarme. Quería grabar sus manos en mi cuerpo, su recuerdo en mis sentidos, para poder sobrevivir unos años más sin él. Porque solo había sido eso. Una noche.

Nueve horas de puro desenfreno, de puro reencuentro carnal. Un pequeño momento fuera de todo raciocinio en el que nos habíamos permitido desdibujar tanto los límites, saltarnos tantas reglas y ser tan egoístas, que volvimos a caer. Regresamos a las ascuas que aún ardían en silencio, esperando por un poco, solo una brisa de oxígeno, de esperanza, que las reavivara. Y tanto que habían ardido, las llamas llegaron tan altas como las hogueras del Averno.  Quizás eso explicaba las marcas que sabía que tenía en el pecho derecho, donde había decidido marcar un territorio que no le pertenece y nunca lo hizo, pero siempre desee que reclamara como suyo. Porque por mucho que me negara a verlo seguía siendo suya, en cuerpo y alma. Y eso era lo que más me jodía. 

Cuando me pidió que nos dejara ser, por una noche, entendí la súplica y la barrera que esas palabras ponían entre nosotros. Una sola frase en la que me recordaba lo que éramos y nunca seríamos. Como estrellas fugaces cuya existencia se reduce a un par de segundos, la nuestra era de una noche. 

Una mísera noche.

Una infinita noche.

Una noche en la que volvimos a ser todo.

Una noche tras la que volveríamos a ser nada. Peor que eso; tras la que volveríamos a ser hermanastros.

La bilis me subió a la garganta con el simple pensamiento. Pero no quería seguir dándole vueltas a algo que no tenía solución. No mientras su respiración seguía acariciando mi cuello. Mientras sus manos seguían enredadas en mis curvas. 

Aún recuerdo el día que decidimos saltar al vacío sin temerle a nadie. A nada. Porque sabíamos que por muy profundo que cayéramos, lo haríamos juntos. Quizás no fue más que un sueño adolescente, un espejismo de un amor que no existió y ahora somos la consecuencia de todo ello. Quizás simplemente nunca debimos saltar, pero si un par de segundos a su lado suponen años de sufrimiento y decepción, quizás y solo quizás, me plantearía volver a pasar por ello. 

¿Lo sensato? Eso sería levantarme y desaparecer todo el día. Evitar su mirada en lo posible y actuar como si nada hubiera pasado, porque al fin de cuentas, es lo que me espera cuando él despierte. Solo prometió una noche. Solo quería eso y yo acepté con gusto, no podía culparlo por ello. No debía. No se lo merecía. O sí. No, no lo hacía. Fue honesto conmigo, al menos esta vez. 

El problema es que estaba cansada de ser sensata, por eso mi dedos comenzaron a dejar caricias en su brazo. A dibujar constelaciones en su piel, mientras me drogaba con su olor y rezaba por que se quedara impregnado en las sábanas. Lo sentí tensarse a mi espalda bajo mi roce. No estaba despierto, no tenía que voltear para comprobarlo, de estarlo ya habría desaparecido. 

Me quedé completamente quiera cuando su cuerpo se removió para acercarse más, inconsciente, en mitad de un sueño. No sabía si era consciente de que era a mí a quien abrazaba ni de si se arrepentiría cuando abriera un ojo y me viera. Prefería no pensarlo, no apresurarme. Sacar conclusiones precipitadas era mi especialidad, sobre todo cuando se trataba de Dylan. Bueno o malo, sabía que era así. 

Sus labios quedaron más cerca de mi piel, tanto que me rozaban con cada inspiración. Un roce mínimo, un reflejo fugaz de lo que éramos y tan intenso como lo que había sucedido entre nosotros. 

Mi corazón se aceleró. Traidor. 

Su cuerpo volvió a moverse, a acercarse más, si es que era posible. Fue en ese momento, justo cuando mi palpitar en la entrepierna se hizo más notorio, cuando noté la presiente presión en mi espalda baja. Sin pensarlo demasiado mi cuerpo reaccionó frotándose un poco contra la dureza implacable que amenazaba con romperme en dos. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.