Tú, yo y otros imposibles

24. Un concierto de recuerdos

 

—¿En serio? ¡Siempre hemos querido ir a Three Rivers!

—¿En serio? ¡Siempre hemos querido ir a Three Rivers!

El pelo de Anya bailaba desordenado al son de la suave brisa veraniega que refrescaba lo justo la tarde calurosa. Algunos niños jugaban con globos de agua a nuestro alrededor. Juro que jamás había estado tan agradecida con los juegos infantiles como cuando alguno se rompía cerca de nosotras y nos mojaba.

El sol brillaba imponente en lo alto, aún calentando en demasía a pesar de que eran cerca de las cuatro de la tarde. Mientras ella parecía una semidiosa acuática con esos reflejos marinos en los mechones, yo me asemejaba a un alga salida de un pantano mugroso. El pelo se me pegaba al cuello y frente sudadas, la ropa corta permitía que el césped húmedo chocara con mi piel desnuda y picaba. En serio, estaba intentando no centrarme en las gotas de sudor que bajaban por mi espalda ni en las cientos de hormigas que podían estar trepando por mis piernas, pero no lo lograba. ¿Y si alguna conseguía acercarse a mi oído y hacía un nido en el conducto auditivo?

Creo que Liv tiene razón cuando dice que soy algo dramática. Aunque yo prefiero llamarme realista.

—Quita esa cara de espanto, Kal. ¿Qué pasa, no es una invitación grupal? ¿Solo para mí?

—N-no... —negué imaginando las miles de minihormiguitas en mi cerebro—. O sea sí, pero no.

Su cara de confusión era un poema. Puede que después de un par de semanas se hubiera dado cuenta de lo rarita que soy.

—Era una invitación para ti, pero no creo que haya problema con que vayamos todos. En realidad, me gustaría que fuéramos los cinco —Le preguntaría a Dylan nada más llegar a casa.

—Me estoy perdiendo. Eso es bueno, ¿no? —Asiento sin pensar. Por supuesto que era algo bueno, me encantaría poder hacer una acampada con todos—. ¿Entonces..? Venga, suéltalo ya.

—¿Sabes que las hormigas pueden entrar en tu cuerpo por las orejas y hacer nidos? Se pueden quedar a vivir ahí dentro, An.

Mi cara de asco debió de ser la guinda del pastel para que estallara en una carcajada.

—¿De dónde sacas eso?

—Lo leí en Twitter, un hilo de esos que comenta la gente y se hacen virales.

—Sé del hilo que hablas y no es por las orejas por donde le entraron a la chica —ríe casi llorando—. La pobre se tumbó en el césped con shorts y le entraron por la...

La simple idea hace que todo el cuerpo me arda. Levanto de un brinco a tal velocidad que un pequeño mareo me desestabiliza momentáneamente.

—¿Cómo puedes decirlo tan tranquila? ¡Estamos en shorts en el césped! —Compruebo la piel de mis piernas como una obsesa—. ¡Anya! No te rías que es algo serio. ¿Y si mañana despierto con cientos de hormigas caminando por mi intestino delgado? Creo que me pica todo el cuerpo. Deberíamos ir al médico.

Las lágrimas caen por sus mejillas como cascadas salvajes. Lo peor de todo es que me contagia y termino agarrándose el estómago de tanto reír.

—¡Si me cuentan el chiste me uno a ustedes! —grita una voz conocida acercándose desde atrás. La loción característica llega a mí antes de que su brazo me rodee el hombro. Su pelo ya no es rosa, ahora ha optado por un morado más arriesgado.

—Kala piensa que tiene hormigas en el co...

—¡No lo digas!

Los ojos de Alex se abren como platos familiares y las lágrimas se acumulan en sus pupilas. Lleva las manos a la boca antes de estallar en otra carcajada igual de humillante. Esto es patético.

—¿P-Por qué ibas a tener hormigas ahí? —Le cuesta formular la frase entre tanta risa. Le falta el aire y ha comenzado a ponerse rojo como un pimiento bien maduro.

Madurez, estaría bien un poco de eso por aquí. Fulmino a Anya con la mirada.

—¿Hormigas dónde? —la pregunta de Henry hace que se me encoja el estómago.

Estoy segura de que se ha quedado rezagado hablando con Jason mientras Alex corría a nuestro encuentro. Siempre pasa lo mismo. Alex corre para adelantarse a cualquier situación mientras Jason parece tener todo el tiempo del mundo. Va por la vida sin prisa, pero sin pausa. O así me lo había hecho saber días atrás.

—En la flor de loto, el donut azucarado, en la almeja, en el...

—Creo que lo hemos pillado —le susurra con una sonrisa divertida cuando se acerca a su lado y le da un beso en la sien para que se tranquilice.

Le agradecería su infructuoso intento por cerrarle el pico, pero parece que nada funciona cuando los dos mellizos se juntan.

—¡No, Hen! No lo entiendes —rompe en otra carcajada la traidora—. Kala cree que tiene hormigas en el...

—¡Que no tengo hormigas en el coño! —grito muerta de la vergüenza ganándome la mirada de los padres de aquellos niños que jugaban tranquilamente en el parque.




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