Tú, yo y otros imposibles

25. Un mar paradisíaco.

 

Llego a casa más tarde de lo esperado

 

Llego a casa más tarde de lo esperado. El tráfico de los viernes noche es agotador, sobre todo después de pasar todo el día de allá para acá. Julia ha insistido en aprovechar para hacer las compras para la acampada y ni Anthony ni yo hemos podido negarnos. Así que nuestro viernes se podría resumir en gritos de niños, señoras peleándose por una misma prenda de rebajas y acompañantes malhumorados sentados a las afueras de las tiendas. Claro que, algo bueno teníamos que sacar de todo esto: ya tenemos lo necesario para la escapada a Three Rivers. No es que nos hicieran falta demasiadas cosas, solo reponer lo que rompimos el año pasado. Es decir, una de las casetas, dos sillas y un colchón hinchable. Espero que a mi yo borracho no le vuelva a parecer buena idea utilizar esa mierda como cama elástica o volveré a gastarme más de ochenta dólares en uno nuevo.

—No puedes con todo tú solo —apunta dirección al maletero de su coche repleto de cosas.

Una sonrisa ladeada se forma en mis labios. No puedo evitar apoyarme en la carrocería cruzado de brazos para observarla. Le pone nerviosa que llo haga con paciencia. No le importan las miradas rápidas, pero cuando me detengo más de dos segundos en cada centímetro de su piel, todo cambia. Lo noto en el rubor de sus mejillas, en el temblor de sus rodillas, incluso en la separación de sus labios que parecen buscar oxígeno.

—Deja de mirarme así, Ashton —advierte con un dedo amenazante—. Me conozco todos tus trucos.

Río sin vergüenza.

—Lo dudo mucho. Y, créeme, puedo con —paso la mirada por el maletero antes de volver a darle un repaso a su cuerpo— todo. 

—No creo que hablemos de lo mismo.

Algunos mechones rubios escaparon hace horas de su recogido perfecto. Sin embargo, sigue tan bonita como siempre. Tan llena de vida que el mar de sus ojos se vuelve paradisíaco. 

Julia es una luz que nunca se apaga. Es el faro que todo marinero ansía ver tras una larga travesía. Julia es la brisa matutina que te ayuda a afrontar un nuevo día y también la manta que te arropa en la noche. Eso es. Una constante inalterable. Admiro eso de ella. Su lealtad, su constancia. Aunque me cueste admitirlo, me alegra que sea fan de las causas perdidas, porque de no ser así, jamás habría aguantado tanto a mi lado.

—Ambos sabemos de qué estamos hablando, Juls —aseguro restando los pocos centímetros que nos distancian.

Si dijera cualquier otra cosa, estaría faltando a la verdad. Nos conocemos lo suficiente como para evitar mentiras sin sentido. Somos conscientes de que no solo somos amigos, ni siquiera mejores amigos. Somos familia, somos realidad pura, dolorosa y sangrienta. Ni siquiera sé en qué momento se convirtió en la compañera de vida que ahora anda a mi lado. Pero sí estoy orgulloso del cambio que he logrado. Ya quedó atrás el Dylan autodestructivo que trataba de hundir a todo su entorno con él y su destrozado corazón. Ahora soy una persona nueva, sigo luchando por serlo. Mentiría si dijera que la rubia de ojos oceánicos no tiene nada que ver con ese cambio.

Ríe en voz baja pasando los brazos por mis hombros. Su nariz choca con la mía, nuestras frentes descansan unidas. Su esencia rodea mis sentidos, sumergiéndome en una nube imprecisa de sensaciones persistentes. A su lado la vida se vuelve más nítida, tanto que termina siendo borrosa. Porque cuanto más la miro, menos me interesa lo que nos rodea.

—¿Te he dicho que eres preciosa?—susurro en su oído.

Lo hago tan bajo, tan para nosotros, que cualquiera diría que simplemente estoy acercándome a ella. Pero no es así. Lo que me pasa con Julia va más allá. No necesito gritarle a los cuatro vientos que es importante, solo necesito que ella lo sepa, que lo sienta.

—¿Y yo te he dicho que tus trucos no funcionan conmigo?

Se ha acercado tanto que nuestros labios se rozan cada vez que pronuncia una palabra. Es desquiciante. Joder.

—Ambos sabemos que mientes. Sé que tú piel grita, que tus labios están enloqueciendo y que tu mundo puede volverse agua con solo un roce.

La punta de su lengua acaricia mi labio inferior sin prisas. Está saboreando cada palabra que sale de mi boca, permitiéndo que las sílabas la toquen donde yo no estoy haciéndolo. Que las letras se arremolinen en las curvas de su cuerpo. Estoy seguro de que ya no sería necesaria esa caricia para humedecer su visión. Tampoco necesito rozar sus labios para hacerla sentir deseada. Está viéndolo todo en mis ojos que arden sin remedio, sintiéndolo en la brisa que acaricia su piel erizada. Lo sabe porque no temo decírselo, porque no me escondo.

—O a lo mejor me equivoco y mis trucos no funcionan contigo. ¿Sabes por qué? —Está demasiado concentrada en mis labios y en avivar el incendio de mis pupilas como para responder—. Porque contigo hace tiempo que no necesito trucos. En realidad, te confieso que nunca los utilicé —susurro antes de dejar un beso en la comisura de sus labios—. Nunca.

Beso su frente y alejo los brazos de ella. Es real. Que nunca lo hubiera exteriorizado por miedo a pensar  demasiado en ello no evita que sea así. No fue un objetivo ni una cara bonita que quisiera llevarme a la cama. Juls era... Juls. Solo ella, desde el primer momento. Y sí, puede que termináramos en la cama, pero, joder, quién podría resistirse a esos ojos que te hacen sentir que nunca nadie te había mirado antes. Aunque puede sonar a capullo integral —no niego que lo sea— Julia y yo éramos algo inevitable. Ella tan necesitada de una vida que recomponer para olvidar sus propios problemas y yo tan hasta el cuello de mierda que no podíamos acabar de otra forma. Enredados y asfixiados. Fue cuestión de tiempo que se me metiera bajo la piel. Fue suerte que la encontrara. Es un milagro que no la perdiera después de todo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.