Tú, yo y otros imposibles

30. Una elección inconsciente.

 

KALA

 

«Sigo esperándote despierta, Dylan» 

Había admitido tantas cosas con esa frase. Le había dicho que seguía queriéndolo, que aún me preocupaba por su bienestar. Había gritado en silencio que seguía luchando por un nosotros incierto. Fueron tantas las promesas que hice con solo cuatro palabras que mi corazón lloraba de alivio. Mi cabeza... Bueno, no estaba del todo de acuerdo con bajar las barreras con él todavía. Porque mientras la bomba cardíaca lo veía como el joven de sonrisa fácil cuyo cabello contrastaba con la luz de los campos de girasoles, mi mente recordaba la estela que dejó su abandono. Porque eso había sido. Un abandono. Se rindió. Me dejó. 

Niego cuando la punzada llega de repente. No quiero ni pensar en ello.

Me sacudo el pasado, cojo aire y me preparo para esbozar mi mejor sonrisa. Aunque la realidad es que solo quiero tirarme en los brazos de Liv y decirle que no tenía razón. Que por mucho que me lo pintara de rosa, volver a convivir con Dylan era de todo menos un cuento de hadas. 

—¡Hola! —una rubia preciosa de ojos azules me mira con una sonrisa genuina que me cuesta corresponder con la misma luz—. No sabes cuánto tiempo llevo queriendo conocerte, eres todo un misterio. 

Mi ceja en alto hace la pregunta por mí. 

—Oh, es qud Dylan no suele hablar  mucho de su familia, para algunas cosas es bastante reservado —su voz disminuye lo suficiente como para darme cuenta de que se ha percatado de lo profundo que cala eso en mí. No habla poco de su familia, habla poco de mí. Ambas sabemos que esa es la verdad detrás de la excusa—. Aunque supongo que no te estoy diciendo nada nuevo. 

—Rubia, creo que es mejor ir poco a poco. —El brazo del moreno de su lado, pasa por los hombros de la chica—. Encantado de volver a verte, Kala. 

—Sí, lo siento —sonríe con dulzura. 

—¿Podemos pasar?

Esta vez es Anthony, el dueño del pub al que fui con Anya y el mejor amigo de Dylan en San Francisco. Entiendo por qué la peliazul está loca por sus huesos. Es el tono caramelo de su piel, la calidez en la mirada y la sonrisa afable. Es la intensidad sincera que desprende, el magnetismo que parece dejarte sin opciones. Es eso y su presencia, su no se qué, que se yo que hace que no puedas apartar los ojos de los suyos. Es guapo de una manera diferente, como un conjunto que pierde sentido si lo analizas por partes. 

Mi mirada se desvía de su dentadura perfecta y ojos atentos para pasar a la rubia de su lado. Su belleza es angelical, casi inhumana. El halo de luz que desprende por cada poro es igualmente impresionante. El mar de sus ojos tiene ese tono paradisíaco que adquiere el Mediterráneo sobre la arena blanca de las Baleares. Tan bonita que cuesta respirar. Parece que esas personas de sonrisa perenne, de buenas vibras. Casi juraría que entiendo por qué Dylan ha acudido a sus brazos. Julia da la sensación de ser un remanso de paz, un refugio. Una isla paradisíaca cuyo arrecife aleja el oleaje furioso de las tormentas más duras. Y esa es la cosa. Que mientras ella es la calma, yo tiendo a ser como las olas, siempre golpeando de lado a lado. Furiosas, suaves, limpias o turbulentas. Yo soy una consecuencia del ciclón, ella es un refugio. 

La mirada perdida de Julia se ilumina con el carraspeo a mi espalda. No necesito girarme para verlo, lo siento en cada centímetro de piel.

—Si, claro. Adelante —invito apartándome de la puerta y de la repentina sensaciones ahogo que llega con los ojos comprensivos de Anthony que se detiene un poco más de lo necesario para observar mi reacción. 

¿Cuánto le habrá contado Dylan sobre mí? Sobre nosotros ¿Hubo un nosotros? ¿Lo hay ahora?

Me sacudo las dudas sin respuesta y la punzada de dolor en el pecho que me pincha cuando volteo a ver la mirada del que pensé que sería el amor de mi vida puesta sobre la rubia que ahora parece ser su faro personal.

No escucho su saludo, ni siquiera me paro demasiado a analizar el abrazo que se da con Anthony. Con lo reacio que es el moreno a ellos, solo puede significar que él es más importante de lo que pensaba y que el Dylan que conocí ha evolucionado. ¿Cuándo queda de el joven cansado de seguir las reglas que llegó a mi casa arrastrando un par de maletas? ¿Qué queda de las promesas que nos hicimos? ¿Queda algo siquiera? 

—¿Qué les queda por cargar? —pregunta Julia con entusiasmo—. Tenemos quince minutos para hacerlo si queremos tener las casetas montadas  antes de que se vaya la luz. Además he encontrado un lugar precioso para ver el atardecer. Un mirador a veinte minutos a pie de Three Rivers, si nos organizamos bien podemos ir hoy. 

La sonrisa de Anthony y Dylan se extiende con admiración y diversión. Puede que no sólo el faro de mi hermanastro. Algo me dice que está chica es la luz de todos los que la rodean. Y estoy empezando a ver por qué. 

—¿No puedes evitarlo, verdad? 

—No sé de qué me estás hablando —se cruza de brazos la aludida. 

—Mientes fatal, rubia —interviene con la misma sonrisa de lado—. Solo como apunte. 

Resopla con los ojos en blanco. 

—No te pongas de su lado, Thony —Lo advierte levantando el dedo en su dirección—. Además, si no lo hago yo, quién lo iba a hacer, ¿ustedes? 

Ambos elevan una ceja, haciéndose los ofendidos. 

—Lo intentamos un año y terminamos perdidos en una carretera abandonada.  Así que, por favor, seamos realistas. 

Dylan asiente a la vez que su amigo eleva las manos en señal de paz. 

—No hemos dicho nada. 

—Ni falta que hace —ríe sin vergüenza, volteandose a mirarme a mí—. Lo siento, pero cuando estos dos se alían son insoportables. A ver, es cierto que me gusta planear las cosas, pero quién no quiere saber dónde nos vamos a quedar, cómo llegar y qué hacer cuando estemos allí. 

—Yo... no sé, nunca me ha importado demasiado el futuro —confieso con una sonrisa de disculpa y una incomodidad palpable que aumenta con la mirada de Dylan sobre nosotras y el análisis completo que está haciendo Anthony. 




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