Tú, yo y otros imposibles

33. Un atardecer reflejado

DYLAN

 

—¿Quieres hablar del tema? —pregunta en baja voz. 

—¿Qué tema? 

La mirada de Juls abandonó mis facciones para volver al camino de tierra que estábamos recorriendo. Las raíces de los árboles cuyas copas se extendían como dedos intentando tocar el cielo, agrietaban el sendero hasta salir a la superficie. Si no estabas pendiente podías acabar con un tobillo torcido o un par de dientes rotos. El sol ya había bajado lo suficiente como para que no ardiera contra la piel, lo que no evitaba que el sudor cayera por nuestras frentes. La brisa fresca que azotaba las inmediaciones del bosque no se adentraba en las profundidades. El canto de los pájaros, sin embargo, aquí era más intenso.

—No hagas eso conmigo, Dylan. 

Sonó triste, si no la conociera bien no habría detectado esa pequeña fractura en su voz. Pero lo hacía. La conocía más de lo que ella quería admitir y entendía su punto. Joder, es que tenía razón. La estaba tratando como si fuera una desconocida, como si pudiera engañarla. Claro que la otra opción era mucho peor. 

—Es que no entiendo por qué querría hablar de cómo mi hermanastra se ha revolcado en el suelo con un tío que apenas acaba de conocer. 

Se paró en seco, volteó a mirarme con una ceja alzada que apenas pude ver porque el pelo se le pegó a la cara. Tuve que contener una sonrisa mientras la veía esforzarse por recogerlo todo en lo alto de la cabeza. La paciencia con la que lo hizo no dio sus frutos. Los mechones más cortos siempre le quedaban fuera, enmarcando su cara con un par de ondas mal formadas. 

Podía escucharla hablando consigo misma sobre lo probable que sería que se quedara calva un día de estos. Aunque la había escuchado decir lo mismo mil veces, jamás se atrevía a cortarlo de más. Le había crecido un desde la última vez que visitó la peluquería. Lo que hace unos meses le llegaba por encima de los hombros, ahora tocaba traspasaba sus clavículas. Estaba preciosa, aún con el ceño fruncido y los labios apretados. 

Sopló uno de los rizos para apartarlo de sus ojos antes de devolverme su atención. 

—Yo me refería a la boda de tu padre, pero si quieres hablar de eso, adelante. ¿Quieres decirme por qué no te importa que Kala se esté liando con Jace? —intentó tirar de un hilo que era muy fino como para tensarlo demasiado. Kala era un tema delicado, pero siempre sería mejor que prestar atención a la inminente boda. 

—¿Por qué iba a hablar de algo que no me importa?

—Porque sí te importa —ladeó la cabeza, intentando leer más allá de mis palabras. Cuando sus ojos se centraban en los míos de esta forma sentía que me desnudaba el alma. No sé en qué momento consiguió las llaves para adentrarse tan profundo, tampoco era como si quisiera echarla de ahí. Cuando Julia me miraba de esa forma, era inevitable caer bajo su embrujo. 

—Deja de hechizarme, bruja. —La señalé mientras me acercaba hasta lograr golpear su nariz con la punta del dedo—. Tus trucos baratos no funcionan conmigo, pero has mejorado. Sigue intentándolo. 

Emprendí camino dejándola con mil preguntas en la lengua y estoy seguro que más de una respuesta recurrente corriendo por su cabeza. Julia sabía cuándo presionar y cuándo dejar de hacerlo. Es una de las cosas que más admiro de ella. No solo su capacidad de observación, sino la empatía que demuestra en cada interacción con cualquier ser vivo. Porque sí, es de esas personas que hablan con las plantas que tiene en el alfeizar de la ventana para que crezcan «sanas y fuertes», sus palabras no mías. Estoy seguro de que sería un buen sujeto de estudio para terminar de relacionar los altos niveles de oxitocina en el cuerpo con la capacidad de comprender las emociones del otro. 

Las hojas secas que crujieron bajo su peso la delataron antes de tener en mi campo de visión. 

—No puedes evitar el tema eternamente —Quizás no, pero podía intentarlo, pensé mientras me adelantaba por la derecha—. Y mis trucos no son baratos.

No pude evitar reírme a carcajada limpia cuando levantó el dedo medio de la mano sin mirar atrás. No le veía la cara, tampoco lo necesitaba, sabía que estaba sonriendo con la mirada. El azul veraniego de sus ojos está brillando como lo haría un día soleado. Como siempre que digo alguna tontería que le hace gracia pero no quiere subirme el ego.

No quedaba demasiado para llegar a la cima cuando decidí unirme al grupo. Anya y Julia pasaron el camino riendo y descubriendo las miles de cosas que parecían tener en común. Alex, el del pelo color chicle, estaba contándole alguna anécdota graciosa a Kala que no escondía su sonrisa. Henry, el tal Jace y y Thony caminaban unos metros por delante, hasta que mi amigo me vio y decidió romper el trío. 

Subimos el último tramo de la ladera en silencio. No pronunció palabra ni esperó que yo lo hiciera, ambos sabíamos que una conversación ahora no acabaría bien.

Diez minutos más tarde, la brisa volvió, los árboles se dispersaron y un pequeño claro con bancos de madera al filo de la ladera, se abrió ante nosotros. El sol estaba tan bajo que alcanzabas a ver el cambio de luz amarilla a naranja. El dorado del atardecer haciéndose más profundo y rico con cada segundo que pasaba. Las hojas de las ramas más cercanas cantaban en un susurro al danzar con el viento. Algunas aves que desconocía alzaron vuelo en una bandada de más de tres decenas pasando sobre nuestras cabezas directas a perderse en el horizonte. Nos sentamos en el suelo con la espalda apoyada en la madera de los bancos y las observamos abandonar su hogar con el sonido del río de fondo. Nadie habló, nadie se atrevió a poner en palabras lo que te hacía sentir aquel lugar. Lograba robarte el aliento. 

Miré sobre el hombro hasta encontrar las iniciales J + D + T grabadas en la madera. Una sonrisa se formó en mis labios y no pude evitar mirar a Julia. Los mechones que se escapaban del recogido se habían multiplicado considerablemente. Podías incluso ver las mechas de colores que tenía encondidas entre tanto rubio. Empezó a hacérselas cuando rompió con Carden. Al principio, solo fue una mecha azul que se perdía en la nada, con el tiempo fue añadiendo alguna más de un color diferente. Ahora tiene más de diez mechones salpicándole el pelo de colores. 




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