último Soplo de Fe

05: Me di cuenta

 

Él no se dio cuenta que la amaba hasta que lo estaba haciendo. Nunca se sintió más a gusto que con ella; tan espontanea, tan madura, tan hermosa, tan divertida, tan “yo sé que es lo que valgo y lo que merezco”.

Ella se cansó de dar amor y no recibir nada a cambio. Se cansó de rogar, de mendigar amor. Se cansó de buscar y no ser buscada. Se hartó de ser puro verbo. Y fue ahí, cuando se dio cuenta que lo único que necesitaba era enamorarse de ella misma; de su baja estatura, de su pálida piel, sus manos pochas, incluso de sus granos en las piernas, de su manera tan rápida de enojarse, de su terquedad y hasta de su impuntualidad.

Y, cuando finalmente lo hizo, llegó un hombre que le hizo creer que ella no valía la pena y que ningún hombre estaría dispuesto a luchar por ella ni por el amor que estaba dispuesta a dar. Ella era la amiga que no se daba cuenta. Creía que debía cambiar para agradarle a un chico, sin pensar que quien debía cambiar era él, pero de lugar.

Él no pertenecía ahí, a su lado. Porque ella brillaba tanto que no necesitaba cambiar por y para nadie, ella era perfecta así. Él estaba mejor fuera de su vida, y cuando ese día llegó, no había marcha atrás.

—Cuídate. Hoy te perdono, pero llegará el día en que te diga ¡Basta! Y créeme, cuando ese día llegue, ya te habré olvidado.

Sus amigos no dejaban de repetirle que merecía algo mucho mejor, que no era bueno que se conformara con un hombre así. Incluso, le llegaron a preguntar por qué seguía con él, sí le hacía tanto daño. Ella suspiraba y se quedaba callada. Lo que no sabían, era que ella tenía la esperanza de que todo volviera a ser como antes; el mismo hombre romántico, detallista, atento y divertido que había conocido.

El día llegó. No fue tan fácil como decir “mándalo a la fregada”. Sin embargo, la decisión estaba tomada; el desaparecería de su vida. Y, como era de esperarse, él se defendió afirmando que ella era una loca, que nadie la iba a aguantar con ese carácter, sin olvidar la risa irónica acompañado con un “por fin me libre de ti”, “te vas a arrepentir” y un “volverás, yo lo sé”.

 Con la frente en alto, ella caminó rumbo a su casa después de terminar con aquella relación. Estaba destrozada, no por el adiós, sino por dar todo de ella y que no haya funcionado. Sentía que todo su tiempo invertido no valió la pena. Al llegar a su casa, lo único que quería era dormir. Pero no contaba con encontrar a su padre en casa. Él era dueño de un taller mecánico, por lo que consumía gran parte de su tiempo.

Su padre notó algo raro en ella; como si no fuera ella. Meses atrás estuvo así, pero conjeturó que eran cuestiones de la escuela; estrés, por ejemplo. Nunca sospechó que la raíz de su actuar era un hombre. Uno que la destrozó poco a poco. Sin embargo, cuando su hija le contó toda la historia no pudo evitar soltar un par de lágrimas además de sentir un gran coraje para el protagonista de aquella historia. Para ser hombre, era bastante sentimental y de solo pensar que su hija había sufrido por culpa de su ausencia y falta de cariño, se soltó a llorar más.

Se lamentó, se lamentó por no estar para ella, por permitir que un hombre la sobajara tanto. Por no estar pendiente de ella. Y… a partir de ese día, se prometió tratar a su hija como la dama que es, para que ella tuviera expectativas más altas en cuanto a los hombres. Le enseñó que los hombres mienten, que no todo aquel que dice cosas románticas, tienen las mejores intenciones y que todo hombre tiene su etapa de querer algo casual.

A raíz de ese día, ella empezó a ser más ojete con los hombres. Ella ya podía identificar cuando un hombre nada más quería “jugar” y/o cuando un hombre era mujeriego. Ahora, ella sabía que todos los hombres eran lindos al principio, y fue así como sólo los conocía, pero jamás volvió a entrar a una relación porque al ver sus defectos, se daba cuenta que no era lo que ella estaba buscando.

Un día se dio cuenta que si, efectivamente estaba buscando una pareja, entonces dejó de enfocarse en los hombres y se enfocó en ella porque ya no estaba dispuesta a seguir buscando dado que eso le provocaba desgaste emocional. Y fue ahí cuando su prioridad pasó de ser el amor, a su ingreso a la facultad de ingeniería.

Dos años fueron los que dedicó a las matemáticas, la literatura se convirtió en su pasión y el deporte en su trabajo al convertirse en profesor suplente de educación física de niños de preescolar.

—¿Estudiando para los finales? —se acercó un estudiante con una computadora y dos libros de “administración y gestión de negocios para emprendedores”. Era Izan.

Ella estaba estudiando para su examen de Cálculo Vectorial que se avecinaba dentro de cuatro días, de los cuales no había estudiado nada.

No volteó a verlo, siguió escribiendo durante dos minutos más. Le dio la vuelta a su libro y susurró:

—Así es.

 

 

 

Izan salió de la pequeña habitación para que su madre entrara. Cerró la puerta y William empezó a preguntarle cómo Nainari al verse tan sana pasó a estar en quirófano. Izan le explicó todo; desde que ambos se sentían listos para formar una familia hasta las complicaciones que tuvieron cuando le diagnosticaron los quistes.

—No te creas, si fue difícil—explicó Izan—. Más porque nuestras peleas se hicieron más constantes.




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