No es que no le gustara que no la presumiera con todos, sino que aparentaba que no había pareja como ellos; que fingiera que ella era perfecta cuando no era así; cometía errores como cualquier otro ser humano. Que de ellos se aprende y que necesitaban estar juntos no por el qué dirán, sino por el amor que ambos se tenían. No quería que luchara por ella, sino con ella. ¿De que servía tener a un gran hombre a su lado si huía de los problemas cada que tenía oportunidad?
—Si estoy aquí es porque quiero que arreglemos las cosas, porque todavía hay tiempo—espetó ella después de varios segundos de no obtener respuesta por parte de su marido.
—¿A qué te refieres? —cuestionó preocupado.
Ella suspiró.
—Va a llegar un momento en que los problemas se junten, en el que yo no tenga ganas de resolver nada y mucho menos de hablar. Un momento en el que… —volvió a suspirar—en el que simplemente deje que las cosas se las lleve el viento, incluido a ti.
Izan no quería pensar en la posibilidad de un divorcio. No quería y no pensaba aceptarlo. Él amaba a Nainari y no se imaginaba con otra persona que no fuera ella, pero estaba cansado. No han sido los mejores meses de su vida, y no la culpaba por ello; se culpaba a él por permitirse estar en último lugar, por no darse sus propios lujos, por no darse un respiro ni de cinco minutos, por estar 24/7 para ella, y eso no le molestaba. Al contrario, para él, era un privilegio estar al tanto de ella.
—No huyo de los problemas—habló finalmente Izan—. Nadie mejor que tú sabe que nunca lo hago. Y sí es así, es porque no quiero tener problemas, mucho menos contigo. No me gusta que estemos mal—la agarró de las mejillas—. Te amo, Nai. Y tu salud es muy importante para mí.
Nainari defendió su punto de vista afirmando que a ella tampoco le gustaba estar mal con él, pero buscaba resolver cada una de las diferencias que ambos tenían, porque llegaría un punto en que los problemas serían tantos que no soportaría cargar con ellos sola. Pensaba en el divorcio como una opción, pero era lo que menos quería.
Nainari soltó en llanto al lamentarse en no poderle brindar un hijo, que para ella era muy difícil, que todos los días pensaba en rendirse, pero que él era su motor de arranque. Ella sabía lo que significaba para Izan el formar una familia y quería decirle que ella no quería ser un impedimento, que se fuera con alguien más que si le pudiera brindar ese sueño, pero sabía que eso era demasiado dramático y que él se reiría de ella. Sabía que le diría que dejara de ver sus telenovelas después de abrazarla y recordarle lo mucho que la amaba.
—El matrimonio no es un “vivieron felices para siempre” —argumentó William cuando su mejor amigo terminó se contarle sobre la pelea que tuvo con su esposa—. De hecho, es el comienzo de un cuento; un cuento que se escribe día con día, donde el antagonista serán sus defectos y diferencias. El punto aquí es que ambos se tomen de la mano y decidan luchar juntos por seguir adelante.
William le explico que de eso trataba el amor; de levantarse con cada caída, que los problemas llegarían más fuertes de lo que imaginaba y que era ahí donde se ponía a prueba su amor, pero sobre todo su lealtad.
Cuando dio la noche, William invitó a su mejor amigo a cenar. Éste se negó, justificando que quería cuidar de su esposa. Su padre dijo que no se preocupara, que era su cumpleaños y, si no podía celebrarlo como esperaba, por lo menos podía ir a despejarse un poco. Izan, dudó un poco, pero terminó aceptando la invitación de su amigo.
—Está bien, pero aquí cerca—dijo finalmente—. No quiero alejarme por si algo le pasa a Nainari.
William asintió, agradeció a los padres de su mejor amigo, quien devolvió el gesto de igual manera, no sin antes pedir que le llamaran si ocurría algo.
—Sólo será un ratito. Regreso en menos de una hora.
Ambos caminaron en dirección contraria para llegar a la salida del edificio y adentrarse a la brisa fresca que les brindaba aquella noche de abril. Los doctores caminaban a paso apresurado con café en mano, otros, esperaban en las bancas. William e Izan caminaban tranquilamente; el cumpleañero estaba pensativo con la mirada dirigida al suelo, mientras su amigo con la frente en alto buscando un lugar adecuado para llevar a su amigo. Ambos, con un silencio apenas audible para los dos.
—¿Qué tal la familia? —interrumpió Izan sin quitar su vista del suelo. Se metió las manos dentro de sus bolsillos mientras seguía caminando.
William se quedó callado. No respondió a manera inmediata porque no sabía por dónde empezar. Los últimos meses no han sido de los peores, pero tampoco de los mejores. Su hijo mayor entró a la adolescencia, la mamá de su hijo se mudará a Canadá y pretende llevárselo, Dania; su actual esposa renunció a su trabajo para cuidar de su hija de dos años y él, bueno, sigue trabajado en la agencia de marketing.
—Bien—mintió—, ya sabes. Los niños en la escuela, yo trabajando…
—Que bueno, me los saludas mucho. A ver si voy para las vacaciones de verano.
William asintió. Izan notó algo raro en su mirar y sabía que tenía algo, pero lo dejó pasar. William no era de ocultar las cosas y, de ser así, era porque necesitaba tiempo para aclarar sus ideas.
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Editado: 28.07.2020