El tiempo que Nainari estuvo hospitalizada le sirvió a Izan para pensar mucho sobre su vida; desde su familia, amigos, trabajo, hasta su mismo matrimonio. Se dio cuenta que no estaba siendo empático con los sentimientos de su esposa, que había abandonado a su mejor amigo cuando más lo necesitaba y que había olvidado todo el amor que sus padres estaban dispuestos a darle.
Ahora, Nainari había terminado su incapacidad y le tocada regresar a trabajar. Ese mismo día, Izan le había dicho que se quedaría más tarde en el trabajo así que ella aprovecho para adelantar unos exámenes que tenía que calificar.
Al salir de su jornada laboral, Nainari se dirigió al estacionamiento de maestros cargando un sinfín de papeles. Abrió la cajuela, los metió ahí y en eso escuchó que a sus espaldas gritaron su nombre. Cerró la cajuela y volteó; era Arian, su mejor amiga.
—¡Nai! —vuelve a gritar una mujer de cabello castaño claro, ojos marrones y tez blanca. Estaba cargando dos bolsas enormes de despensa.
Nainari corrió para ayudarle a cargar una. La respiración de su amiga se tornaba agitada mientras se dirigían a un Chevy rojo.
—¿Crees que me puedas acompañar a dejar estas despensas? —preguntó su amiga mientras abría la cajuela de su carro.
—¡Claro! ¿A dónde?
—Al orfanato que está enfrente del parque. —contestó mientras guardaba las bolsas en la cajuela.
Nainari aceptó. Ambas se subieron a sus respectivos carros después de que Arian le dijera a su amiga que la siguiera. Y así fue, arrancaron sus carros y empezaron a manejar para dirigirse a dicho orfanato. Después de 20 minutos, se estacionaron enfrente de un enorme portón rojo. La estructura era grande.
Nainari se bajó de su carro y ayudó a su amiga con una de las bolsas. Arian sacó su celular y marcó un número con sus dedos para después llevárselo a la oreja izquierda.
—Ya estoy afuera—dijo antes de colgar y dirigir su vista a Nainari. —Supuse que esto te ayudaría.
Nainari, quien se encontraba admirando la estructura del lugar, volteó a ver a su amiga un tanto confundida.
—¿Ayudarme?
Arian suspiró, dejó la bolsa que estaba cargando sobre sus piernas.
—Sé que ha sido un año muy difícil para ti—Nainari agachó la mirada—. Y conociéndote… apuesto a que ahorita estarías encerrada en tu casa.
—¿A dónde quieres llegar?
—Quiero que te distraigas y te olvides un poco de todo. Tal vez este no sea el mejor lugar para hacerlo, ¿verdad? —soltó una pequeña carcajada—Pero quizá te sirva estar en otro ambiente.
Nainari se quedó pensativa. Al parecer su amiga la conocía más de lo que creía. Y, hasta cierto punto, tenía razón. Tenía tiempo que no salía de su casa por motivos que no fueran de trabajo; se la pasaba leyendo, cocinando para cuando Izan llegara de trabajar, acudir al doctor para que le diera el mismo diagnóstico con el mismo tratamiento de siempre y así sucesivamente.
No fue hasta ese momento en el que se dio cuenta que su vida se estaba tornando monótona y aburrida. ¿Eso era realmente lo que ella quería? Si, era cierto que era una de las mejores maestras de su escuela, que era una buena esposa, buena hija y hasta cierto punto, buena persona. La verdad, no se quejaba. La vida que soñó años atrás era la vida que estaba teniendo en esos momentos. Entonces, ¿qué le faltaba? ¿Un hijo? Posiblemente. Por desgracia, estaba cansada; cansada de los doctores, los exámenes médicos, los tratamientos, la cirugía, Izan rejego en no querer adoptar… y todo, por tener un hijo.
Estaba cansada de poner todo de su parte para que las cosas funcionaran, pero parecía que mientras más intentaba, más fracasaba. Entonces fue ahí que se dio cuenta que esa frase de “el que quiere, puede” era totalmente falsa. Ella quería; ponía empeño, fe y toda su esperanza en la posibilidad de embarazarse, pero tal parece que la vida le estaba diciendo que todos sus esfuerzos no valían de nada.
Izan siempre le decía que las cosas pasaban por algo y que todo era a su debido tiempo. Durante mucho, esas fueron las palabras de aliento que más le llegaron a la cabeza; tuvo paciencia, y dejó todo en manos de Dios. Después de un año, ya no pensaba así. Se sentía mal, desanimada y sin ningún propósito.
—¡Hola, Arian! —soltó una señora de edad avanzada después de abrir una de las puertas del enorme portón. Logrando así, sacar a Nainari de sus pensamientos.
—Hola, Bea. Mira, ella es mi amiga Nainari—soltó Arian.
Bea estiró el brazo y estrecho la mano con Nainari con una enorme sonrisa que inundaba su rostro. Era castaña con cabello ondulado hasta el hombro y unos enormes ojos marrones.
Bea las dejó pasar y las guió por el enorme jardín que estaba al frente caracterizado por la fuente que yacía en el centro. Al fondo, se encontraba una puerta negra semiabierta. Arian pasó primero, después Nainari y al final, Bea quien tomó la delantera para guiarlas a la cocina donde se encontraban alrededor de veinticuatro niños comiendo con la supervisión de cuatro señoras.
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Editado: 28.07.2020