Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

Hijo de Hombre

A unos dos kilómetros de Craco, se había levantado una base que consistía en barracas de madera con techos de metal, las cuales rodeaban un gran patio central. Todo estaba encerrado entre rejas de alambres coronadas con alambradas formando espirales. En el susodicho patio, una gran cantidad de jóvenes, hombres y mujeres, de doce a quince años habían formado varias filas uno al lado de otro, todos portando una chaqueta verde oscura cerradas con cinturones terciados por encima, pantalones azules y botas café. Al frente de ellos había una tarima en la que había un hombre adulto de metro noventa portando el mismo uniforme, pero llevando pequeñas condecoraciones en su lado izquierdo, mostrando su rango.

—Bienvenidos reclutas, yo soy el sargento instructor Tyson Zim y me encargaré de su entrenamiento para que sean lo mejor de lo mejor de la humanidad— les decía gritando con todas sus fuerzas y con el ceño fruncido —. Pero ahora mismo ustedes no son mas que un montón de buenos para nada, inútiles inadaptados que prefirieron escapar y morir haciendo rarezas aquí afuera, en lugar de hacer algo productivo en las ciudades-fortalezas, y por eso estoy orgulloso de ustedes.

Hans, junto a otros reclutas, se sintieron descolocados ante este brusco cambio en las palabras. 

—Pero no se confundan, bola de gusanos miserables — continuó sin cambiar el tono —. Lo que les espera afuera va a ser peor que el mas inhumano trabajo que tendrían en esas ciudades. Mi trabajó aquí no será que les caiga bien, si no que obtengan las herramientas necesarias para sobrevivir, pero no aseguro nada. Muchos morirán allá afuera, yo solo me encargaré que sus muertes no sean tan miserables como sus vidas. ¿Entendido señores?

—¡Sí Señor!

El instructor bajó entonces de la tarima y se acercó a una de las reclutas, que tenía la piel blanca, los ojos y el pelo largo café, cuyo lado izquierdo rapado estaba oculto con los mechones que venían de mas arriba.

—¡¿Cuál es tú nombre, pendeja?!

—¡Soy Janira Gimpert, señor!

—¡¿Por qué estás aquí recluta Gimpert?!

—¡Para dejar mi nombre en la historia, señor!

Esta respuesta sorprendió al sargento, pero no tardó en recuperar la compostura.

—Ya veo, es una razón bien especial... —y sin mediar aviso le propinó un golpe en la entrada del estómago, que hizo que ella se tirara al suelo producto del dolor.

—¡¿Quién te dijo que podías echarte al suelo?! —exclamó él mientras ella se retorcía en el suelo —. ¡Si no eres capaz de aguantar un golpe así sin perder la disciplina, ni creas que podrás dejar tu nombre en la historia!

Se alejó de ella y fue donde otra joven, que tenía el pelo rubio largo sostenido con un cintillo, la piel blanca y los ojos verdes.

—¡¿Y usted, blanquita, qué hace aquí?!

—¡Soy Claire Verdi, Señor! ¡Estoy aquí para ofrecer a los pioneros toda la ayuda posible! —dijo con acento como si tuviera un trozo de papa debajo de la lengua, característico de las personas mas adineradas de las ciudades-fortalezas.

—Excelente recluta pituca.

Volvió a alejarse y se encontró con otra joven, la cual parecía estar tiritando. Inmediatamente le llamó la atención que su cara tenía vitiligo. Se acercó donde ella.

—¡Y usted, recluta zombie, ¿cuál es su nombre?!

—Soy... Valentina José-Roma.

—¡Que nombre tan largo! ¡Serás la recluta zombie desde ahora!

—Señor, disculpe, pero...

Repentinamente, el instructor le propinó una cachetada con la parte posterior de su mano derecha.

—¡¿Quien te dijo que podías responderme?! ¡¿Qué acaso no te gusta el nombre?!

—No me gusta que me llamen zombie...

—¡Pues es tu culpa por haber nacido con esa cara, y la de tus padres por haberte puedo ese nombre tan largo!

Desde el otro lado, una voz resonó.

—¡Sargento, deje de comportarse como un idiota!

Un profundo silencio siguió a esa frase. Todos miraron disimuladamente a Hans, quien era el que la había soltado. Tyson se acercó lenta y amenazadoramente, con una voz también lenta y amenazadora.

—Oye, desgraciado, ¿quién te crees que eres? —decía mientras pasaba entre reclutas que se mostraban cada vez mas nerviosos a medida que se acercaba. Cuando finalmente llegó frente a él, estalló —. ¡VUELVO A PREGUNTAR DESGRACIADO! ¡¿QUIÉN TE CREES QUE ERES?!

—¡Soy Hans Gallagher!

—¡¿Dónde está el "señor" recluta Gallagher?! ¡¿Y cómo se atreve a responderme así?!

—¡Usted se está poniendo muy pesado con ellos, especialmente con ella que se notaba mal por eso!

—¡Qué bien que se ponga mal, eso significa que está aprendiendo cómo va a funcionar la cosa a partir de ahora!

Un rabia repentina afloró en Hans, que se tradujo en pegarle una patada al instructor. Por un breve momento  el tiempo se ralentizó, y todos vieron en cámara lenta la cara de sorpresa y rabia del sargento Zim ante esto, incluyendo el cómo se contuvo para sobarse la zona del golpe.

Una hora después, estaban todos reunidos a la entrada del edificio que servía de casino, formando distintos grupos de conversación. Excepto por el joven Gallagher, que estaba sentado sobre la tarima a todo sol como castigo por su indisciplina, no pudiendo recibir la compañía de nadie bajo castigo, ni pudiendo recibir agua o comida. Lo que sorprendió a todos fue lo impasible con que estaba tomando su castigo, casi sin importarle su situación, en especial por su indiferente cara.

—Ese chico sí que es raro —comentaba Janira a sus compañeros.

—No sabría decir si es valiente o idiota —decía uno llamado Mason, un joven de piel morena y pelo negro ondulado que formaba una melena —. Aun así le admiro por haber desafiado así al jefe.

No reapareció hasta la hora de la cena. Allí comía junto a su hermana y Desmond, mientras él estaba con la cara roja. Varios dirigían sutilmente la mirada al grupo, en especial viendo como él estaba de mañoso por la comida, la cual consistía en cuscús mezclado con aguacate y carne molida que formaban una masa.




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