Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

La calma

En plena noche, en medio de un profundo bosque, estaban nuestros protagonistas alrededor de una fogata. Ya habían pasado casi tres años de instrucción y estaban realizado las últimas actividades y enseñanzas. En este caso, debían saber armar un campamento y sobrevivir con los suministros que les dieron, mas los que debían encontrar en la naturaleza. Allí Claire estaba preparando la comida, sopa, calentándola en unas ollas gastadas de metal mientras la revolvía con un cuchara grande de madera. En eso llegaron Desmond, Paulo y Mason de su turno de patrulla. 

—Pero qué delicioso aroma sale —comentó Mason—. Buen trabajo Claire, realmente sabes cómo hacer las cosas.

—Gracias. Tuve que aprender cuando mis padres estaban ausentes por sus estupideces.

—Pues demos las gracias por tales estupideces, pues ahora eres nuestra cocinera.

Dejaron sus armas junto a las tiendas y se sentaron alrededor de la fogata junto a los demás, empezando a calentarse las manos junto al fuego. De forma inteligente para todos, pusieron a Hans y Janira en dos extremos opuestos, para que interactuaran lo mínimo. Entre medio de las siluetas negras de los árboles podían ver otras fogatas donde otros grupos interactuaban. 

—¿Y cómo estuvo la vigilancia? —preguntó Sophie.

—Tranquila, aunque hacía bastante frío. Fue fácil coordinarnos con las otros grupos. Ahora es el turno de los pelotones restantes de patrullar.

La joven Gallagher, junto a Mason, ayudaron a Claire a servir la comida en los platos para luego dársela a sus compañeros, quienes comenzaron a comer profusamente. Como era lo normal, Hans comía haciendo mucho ruido con su boca, incluso con la misma cerrada, aunque para ese punto todos se habían acostumbrado.

El último día fueron reunidos todos en el mismo patio cuando habían llegado por primera vez. Ahora todos de edades de quince a diecisiete años, lucían sus uniformes mientras llevaban sus armas a la espalda. Era de mañana y el sol estaba asomando por las montañas al este. El sargento Tyson estaba al frente en una tarima.

—¡Felicidades reclutas! ¡Desde hoy, el aniversario de la Primera Expedición, oficialmente serán Pioneros, Rangers! ¡No lo olviden! ¡Su trabajo será empujar a la humanidad mas adelante, recuperar sus sueños de antaño, y darnos el futuro que los nuestros querían antes de la aparición de la plaga!

—¡Sí Señor! —respondieron todos.

—¡Nada de sí señor! —respondió de sorpresa —. ¡Ninguno de ustedes está aquí para servir a alguien en particular, a un superior! ¡Todos están aquí para servir a los demás! ¡Todo lo que hagan será en cooperación con el otro! ¡Yo solo era su instructor, ahora ustedes decidirán su futuro y el de la humanidad por su propia voluntad!

Janira emitió un bufido que nadie alcanzó a escuchar. El sargento entonces ordenó que todos miraran a su derecha, donde estaba izada la bandera de los primeros Pioneros, la cual estaba dividida en tres franjas verticales, siendo la del medio blanca y las otras de color azul prusiano. Al medio había una silueta también azul de un águila con pose de ataque. 

—¡Esta bandera no representa ninguna ciudad, territorio, país, raza o grupo arbitrario! ¡Esta bandera puede ser de quien quiera, solo tiene que abrazar los ideales mas grandes y profundos que ha tenido la humanidad en sus puntos mas altos! ¡Saluden!

Y todos colocaron la mano derecha extendida sobre el pecho, con la palma hacia abajo, a la altura del corazón.

La noche anterior habían dejado casi todas sus pertenencias guardadas porque irían a la ciudad de Craco luego de la graduación. De los reclutas que venían de fuera, las respuestas eran diversas.

—No entiendo por qué nos envían a la ciudad —decía uno de ellos —. Allá odian a la gente como nosotros.

—Pues es la primera vez que iré a una y siento demasiada curiosidad —comentaba otro.

Todos subieron con sus mochilas a los camiones que les llevarían. Los instructores subieron como copilotos de los mismos. Cuando el último de ellos hubo revisado la base y los vehículos, subió a su puesto y dio la orden de partir. El convoy empezó su viaje de vuelta a la ciudad de Craco.

Durante el trayecto, varios empezaron a recordar a los que venían de la ciudad, y les pidieron que comentaran cómo era vivir allí.

—Pues a decir verdad, era una mierda —dijo Hans.

—Yo les dije que este chico tenía la sangre de Pionero —respondió Mason —. Estoy de acuerdo con él.

—Bueno, al menos mi familia me quería —comentó Valentina.

—Me alegro por ti, recluta zombie... perdón, Vale —agregó Claire.

Todos miraron a la recluta Gallagher, quien era la única que no hablaba.

—Oye Sophie, nunca has contado por qué estás aquí. Supongo que al igual que tu hermano, la cosa no era muy bonita.

—Bueno, la verdad, sí era bien bonita.

Esta respuesta sorprendió a varios, quienes comenzaron a mirarla.

—Lo cierto es que, y perdón si sueno brusca, pero yo sí tuve una vida mas funcional. Tenía amigos, me iba en la escuela, y encajaba. Es mas, hasta me habían ofrecido estudiar en la Escuela de Ingeniería. Pero rechacé todo eso para estar con mi familia —contestó para tomar con sus brazos a Hans y Desmond, que estaban a sus lados. Este comentario sacó sonidos de ternura entre todos los presentes. Su hermano, por su parte empezó a reír, cosa que descolocó a varios.

—Perdón, perdón, es que no podía dejar de pensar una cosa —se excusó calmándose —. Casi todos los que venimos de la ciudad teníamos una vida disfuncional o rara, y aquí todos nos sentimos normales en eso. En cambio, las personas que han tenido vidas normales, se sienten raros.

Todos se miraron entre ellos, empezando a asentir ante este comentario mientras sonreían.

Los camiones llegaron a la entrada de la ciudad. Las grandes compuertas empezaron a abrirse mientras soldados de la guarnición vigilaban desde la zona superior de las murallas y algunos mas desde afuera. Desmond recordó cuando llegó a la ciudad por primera vez, incluyendo el contexto en el que lo había hecho. Se sintió momentáneamente mal, pero con un sacudón de su cabeza logró apartar tales sentimientos. Los vehículos entraron y empezaron a caminar por la calle principal. Los que venían de esa ciudad se aprestaron a mirar el lugar, reencontrándose con varios lugares ya conocidos. La ciudad prácticamente no había cambiado, salvo alguna tienda de ropa o comida desaparecida y reemplazada por otra. La gente que iba por las calles se giraba para mirar extrañados la fila de camiones que pasaban, con alguno que otro mostrando molestia o disgusto.




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