Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

No quiero crecer

Janira estaba en un rincón junto a ellos, también sentada en el suelo. Se sentía enojada y triste al mismo tiempo. Contenía las lágrimas porque no quería que la vieran llorar. Allí estaban quemándose tres personas que tenía bajo su cargo, ahora muertas. ¿De quién era la culpa? ¿De ellos? ¿De ella? ¿De las personas que dirigieron la operación? Se sentía mal, muy mal. Había dicho que nunca nadie iba a morir bajo su mando, que iba a ser mejor, que iba a dejar marca. Ahora tenía miedo de que alguien mas muriera bajo su mando.

*

—Papá, cuéntame otra de sus historias —decía una niña Janira en pijama mientras estaba acostada en la cama de su cuarto. Su padre, de nombre Colton, era un hombre de treinta y tantos años con el pelo negro corto, ojos café y piel blanca.

—Muy bien Janny. ¿Te conté la vez en que estábamos en medio de un bosque y empezamos a escuchar gruñidos de zombies por todas partes?

—No, nunca. Suena emocionante, cuéntala.

Así eran varias de sus noches. Un ranger retirado que contaba historias de luchas contra zombies a su hija. Solía omitir el hecho de si era él u otra personas quien había pasado por eso. 

—Que miedo papá. Mirar a todas partes y no ver algo en un bosque casi sin luz debió ser jodido. Es como cuando se corta la luz y no ves nada y tienes miedo de chocar con algo. 

—Exactamente hija.

Otra parte de su rutina consiste en ir al cementerio a visitar a su madre fallecida cuando Janira todavía no tenía memoria. Estaba enterrada en un cementerio en las afueras de la ciudad. El haber crecido solo con su padre, y mas cuando entró a la escuela, hizo sentirse rara al enterarse que todos vivían con su madre, acompañado por un padre, pareja o como mamá soltera. Ella era la única persona que vivía solo con su padre que supiera. Solo recuerda una vez, cuando al salir del cementerio, vio a un hombre con dos niños entrando, y pensó que a lo mejor ellos también fueran ese caso. 

A pesar de eso, ella no se lamentaba. Amaba a su padre, y a pesar de que tenía que ir a trabajar buena parte del día, siempre estaba contándole alguna historia sobre los Rangers o lo que había mas allá de los bosques y montañas que rodeaban Craco. Incluso le explicó cómo funcionaban los vehículos.

—El combustible viene debajo de la tierra. Son restos de animales descompuestos que pueden encenderse y hacer todo funcionar. Lo sacan de unos campos al sureste de aquí, lejos, y los Rangers siguen buscando mas de esos.

—¿Son de animales que vienen de antes del apocalipsis?

—Puf, mucho antes. Yo diría incluso del periodo de los dinosaurios.

—Guau.

Cuando ella entró en el colegio, no hubo muchos problemas. Se adaptó bien rápidamente al ambiente y tuvo su propio grupo de amigos. Y sin embargo, también tuvo otra, llamada Gabi, que abusaba fuertemente de ellos. Llegaba incluso a seguirles para acosarles. Hubo un día en que ella se aburrió y la encaró.

—Déjate de molestar, ¿ya?

—¿Y qué harás, golpearme?

Un combo en la boca fue lo que se ganó. Fue tan fuerte que incluso hizo que su labio sangrara. Nadie hizo nada.

Al día siguiente, durante la clase de educación física, hubo una partida de quemadas. Fue allí donde Janira y la chica que le había molestado tuvieron su encontronazo al estar enfrentadas. Durante la misma, no tardaron en centrarse en quemar una a la otra, ignorando casi por completo a los otros. Ambas lograban estivar los tiros de su rival, logrando que la otra se ofuscara. Fu casi al final, cuando quedaban pocos jugadores, donde el hielo se rompió. La joven Gimpert se colocó al borde izquierdo de la cancha y logró anticiparse a la ruta de su rival, quien acabó quemada. Esto la enfureció bastante que no se contentó con eso. Al ir saliendo de la cancha para salir, desde atrás fue e hizo que Janira tropezara. Ella pudo sentir como sus rodillas se raspaban, pero aguantó el dolor. No tardó en reparar quien fue la responsable. Sin levantarse se arrojó sobre su pierna y la mordió con sus dientes de leche para luego hacerle perder el equilibrio y caer. Janira se puso de pie con sus rodillas ardiendo y comenzó a patearle la cabeza. Sus compañeros solo miraban, y no fue hasta la intervención del profesor de Educación Física que no se detuvo. 

Este momento, sin embargo, marcó un antes y un después. De repente mas compañeros comenzaron a juntarse con ella. Incluso los amigotes que tenía su rival se acercaron a ella. No tardó en darse cuenta que después de la paliza que le había metido antes, había ganado el respeto de todos. De repente todos hacían lo que le pedía. Era la jefa en los grupos de trabajo, si decía que tenían que pintar de cierto color algún dibujo se hacía, y en los equipos de educación física era la capitana. Siempre tenía a gente junto a ella a todas partes, e incluso su rival se volvió cercana a ella y no volvió a molestarla. 

Y esta sensación le gustaba. La idea de ser la líder, estar en la cima, y que todos la siguieran tuvo un efecto atrayente que quiso mantener. Una idea que iba a acorde con las historias que su padre contaba quien, a pesar de pasar mas tiempo afuera por el trabajo, siempre se daba el tiempo de estar con su hija, y eso era algo que agradecía. 

—Una vez un grupo de piratas acorraló a un amigo en las ruinas de una ciudad. Ellos resistieron gracias a él, que no paraba de arengarlos y decirles que mantuvieran la posición hasta las últimas.

Cada historia que le contaba era material para aplicar en la escuela. Durante una partida de fútbol en Educación Física, no paraba de gritar a sus compañeros que siguieran los roles que les asignaron y que jugaran bien. Cuando lograban una buena jugada o marcar en el arco rival, ella gritaba de alegría y felicitaba a sus compañeros por haberlo logrado. Esto, aunque les incomodaba un poco, no le decían nada y hasta agradecían un poco su actitud.

Esta era una actitud que él también tenía con su hija. Cada buena nota, cada reconocimiento que ganaba era traducido con una felicitación, un abrazo, y hasta la preparación de una comida especial. Su padre siempre le decía que la mejor forma de mostrar gratitud y amabilidad a otra persona era con comida. Y esa y otras actitudes eran algo que a Janira le hacía sentir muy feliz y muy agradecida con su progenitor.




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