Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

Los Caminos

El día siguiente a los funerales, la situación parecía vacía. No existía la algarabía o ganas de realizar actividades que había antes de la batalla. En las afueras de Craco se había establecido un campamento para los rangers, incluyendo a los reclutas. En ellos la gente parecían muertos en vida, cansados física y emocionalmente, apenas hablaban para saludarse o preguntar si querían comer algo o si buscaban a alguien. También fue cuando un tema salió a relucir entre los reclutas.

—¿Te vas a ir? —preguntó uno.

—Sí. Pensaba que iba a aguantar, pero veo que ya no. Lo siento, esto no es lo mío.

Este tema también llegó a nuestro grupo, y fue Asama, quien estaba de pie, la primera en decir algo. 

—Yo voy a quedarme. Hice una promesa a mi familia, y la voy a cumplir —contestó con determinación.

Le siguió Paulo también de pie.

—Yo también pretendo seguir. Mi lugar está acá. 

Hans, quien seguía ido y sentado, contestó algo propio de sí.

—Sí... la verdad, pues... sí... supongo... lo haré —. Seguía confundido. Aunque en lo mas profundo de él quería seguir y estaba convencido, otra parte le decía basta.

—Tú toma la decisión que quieras, que yo te apoyaré —contestó Sophie que estaba cerca de su hermano, sentada—. Dije que quería estar junto a mi familia y lo haré.

—Gracias hermanita —le contestó.

Sutilmente las miradas se desviaron hacia Desmond, que estaba mas cerca, de pie. Esos últimos días había pensando en varias cosas sobre todo lo que había pasado. Había vuelto a sentir ese mismo dolor de hace cinco años, y ya había olvidado lo mucho que detestaba esa sensación. Había visto otras personas morir, pero nunca lo experimentó tan cerca hasta que le tocó a su padre y luego al resto de su familia. Trató de racionalizar todo, mirando el lado positivo, y había descubierto uno. Había encontrado a una familia. Si había terminado por sufrir de esta manera por ellos, es porque sus camaradas se habían vuelto tan cercanos a él como si de una familia se tratarse, ¿cierto? Este pensamiento le había calmado un poco, y hasta alegrado, porque aparentemente su búsqueda había terminado, y por fin había encontrado otra familia. Había comenzado con los Gallagher, y ahora se había extendido a sus compañeros de armas. Sabía que no iba a calzar en la ciudad, por eso tomó este camino, y fue lo mejor.

Mientras, al otro lado estaba Janira, quien guardaba silencio y no parecía querer interactuar con nadie. Paulo se dirigió a ella, preguntándole si iba a seguir.

—¡Cállate! —contestó ella con voz algo quebrada, una reacción que descolocó a todos, aunque al segundo la encontraron entendible y no dijeron nada.

En la mañana, la joven Gimpert había tomado sus cosas y había salido del campamento, dirigiéndose a la ciudad. La compuerta seguía abierta desde la llegada de los refuerzos rangers, y la cruzó mientras algunos patrullaban. La ciudad había vuelto a la normalidad, con las tiendas abiertas, la gente caminando y los vehículos andando. Aun así habían rastros del combate librado, como montones de basura y restos amontonados que antes habían sido usados como barricadas, o manchas de sangre que salpicaban las paredes y que eran limpiados de forma progresiva por milicias citadinas con limpiadores a vapor. 

Iba de regreso a su casa, pero no sabía como su padre la recibiría. Lo había visto durante la marcha en el público, pero ella no le había prestado atención. Eso le dio la idea de que a lo mejor si iba a resultar bien, pero no estaba segura. A fin de cuentas, si fuera al revés, ella estaba segura no recibiría a un hijo que le hubiera hecho todo eso...

*

El último año y medio para Janira había sido un infierno. Había perdido el respeto de sus compañeros, quienes comenzaron a tacharla de tonta por tomar esa decisión. 

—Tiene todo un futuro por delante, ¿y lo va a desperdiciar de esa manera? —comentaban algunos a sus espaldas.

Además de eso, había perdido cierta conexión con su padre. Los saludos y tratos ahora eran fríos, casi como una formalidad y no algo que saliera del corazón. El saber que no le iba a apoyar en su sueño (se lo había repetido en mas de una ocasión, e incluso le pidió que buscara alternativas) le molestaba. Incluso le contó lo que habían dicho sus compañeros y él nunca dijo nada al respecto. Hasta ya pensaba que estaba de acuerdo con ellos. Ahora ella no quería decirle nada de su futuro o cosas personales, pues yo no confiaba en él. Quería ser ranger, y no le importaban nada ni lo que pensara él y sus compañeros. Esto provocó un sentimiento que ella nunca había sentido y que le desagradó particularmente. Ya no sentía su hogar como suyo. Ahora era un lugar que lo sentía incómodo y horrible por la frialdad y la incapacidad de relajarse por no ser tal. Ahora prefería encerrarse en su cuarto leyendo novelas y libros sobre hazañas pioneras y de rangers para mantener la mentalidad correcta sobre su futuro. Esto último de alguna forma le hizo empezar a añorar a su padre de antes, aquel que le contaba tales historias y que parecía estar allí para ella y apoyarla en todo. Sentía que lo había perdido.

Todo esto hizo que su personalidad cambiara. La chica alegre y que motivaba a otros dio paso a una adusta. Como sus compañeros de clase casi la elegían por obligación en grupos, ella nunca se sintió a gusto con ellos, y a la mínima estallaba, insultándolos por sus errores o algún comentario mordaz. Llegaba a amenazarlos, lo cual si bien funcionaba para mantener las cosas mínimamente funcionando, sí volvió mas áspera la relación con ellos y los alejó mas. En una partida de quemadas, de pura frustración arrojó la pelota a su propio compañero de equipo en la cara por no saber lanzarla, cosa que hizo que el profesor la increpara.

—Saben, me equivoqué. Janira sí pertenece a los pioneros. Mira esa actitud inadaptada que está teniendo —fueron las clases de comentarios que empezaron a salir sobre ella.




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