Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

Listos para el mañana

—Y a todo eso —agregó Joseph sacando un objeto de la bolsa que traía —. Walter y yo te trajimos algo que te gustará. Es una cámara instantánea. 

El joven la tomó boquiabierto. La única cámara que había tenido la había perdido tras el ataque a Concord. Volver a ver una así...

—Tus padres siempre me contaban que te gustaba la fotografía. Así que ahora que estás grandecito y listo para labrarte tu futuro, bueno, qué mejor momento para esto.

No sabía qué decir, se había quedado sin palabras. Solo atinó a unas cuantas.

—Gracias tío. Muchas gracias.

No había salido de su sorpresa cuando aparecieron otras dos personas. Los padres de Valentina. 

—Hey, ustedes. Son los amigos de Valentina, ¿verdad? —dijo la madre.

Hans intentó decir algo, sorprendido por la sorpresa, pero se le atragantaron los palabras. Fue su hermana quien se adelantó.

—Sí, lo somos. Gracias por venir a vernos. 

—No hay de qué. Parece que están dispersos, pero no importa. Queremos entregarles algo.

Los tres miraron con interés a la familia José-Roma. El padre sacó lo que parecía un papel brillante del bolsillo de su camisa y se lo pasó a Sophie. Al verlo mas de cerca, vieron que era una fotografía, y no una cualquiera. Era una foto que Mason quería hacerse con sus dos círculos de amigos al final de la fiesta de graduación. A su derecha estaban Claire y Janira, y a su izquierda estaban Paulo, Valentina, Asama, Hans, Desmond y Sophie. Todos estaban de cuclillas, mirando la cámara instantánea que pertenecía al instructor.

—La encontramos entre las pertenencias de Valentina, y pensamos que era mas acorde que ustedes la conservaran en vez de nosotros. 

Los tres sintieron algo al verse antes de la batalla. Ver a sus compañeros fallecidos. Verlos felices y sonriendo después de ese encuentro, quizás la última que  estuvieron juntos.

—Está... bonita. Es un bonito gesto de su parte... —dijo Hans sin dirigirles la mirada como era su costumbre.

—Agradecemos mucho el gesto señor José-Roma —agregó Sophie.

—Es lo mínimo que podemos hacer por ustedes, que hicieron que nuestra hija hubiese sido feliz. La sonrisa de esa foto... fue la primera vez que la veía tan radiante en mucho tiempo.

Otra vez una rara mezcla de felicidad con tristeza se apoderó de ellos. Sin embargo, lograron sobreponerse a ella.

Mientras pasaban los minutos, Desmond pudo ver a varios rangers que estaban apartados y que no parecían querer interactuar con los otros. Entre ellos vio a Asama. Cuando parecía que todos estaban retirándose, apareció una mujer y una niña que se acercaron al joven Péricand con unos objetos. 

—Disculpe señor ranger —dijo la menor con un agudo tono infantil —, ¿conoce a niña de allá?

Desmond, al girarse, vio que ambas eran personas con rasgos que eran conocidos como "asiáticos", no muy diferentes a la de su compañera de armas. La pequeña apuntaba a Asama.

—Buenas señor —interrumpió la adulta que parecía ser madre —, pero, esa joven de allá, ¿es japonesa?

De no ser por lo que la joven Tanai le había contado, no habría entendido la pregunta.

—Sí, lo es. 

—Es que queríamos regalarle estas dos cosas —dijo la pequeña mostrando los regalos que tenía, un muñeca de madera que solo era una cabeza redonda y un cuerpo alargado, y una cinta blanca. Desmond se giró y llamó a Asama, quien se dirigió extrañada por ello. Pero al ver a las dos mujeres allí, y los regalos que tenían, pareció cohibirse.

—Habíamos escuchado que había una asiática luchando entre los que salvaron la ciudad, y queríamos agradecerle de alguna manera, pero no estábamos seguro si era de las nuestras. Entre las comunidades asiáticas, es visto como falta de respeto confundir o mezclar elementos culturales de pueblos distintos. 

El ranger no pudo evitar recordar cuando su compañera se molestaba cuando le decían "china". La soldado Tanai mientras recibía los regalos. Los tomó con las dos manos e inclinando levemente la cabeza, y dijo algo en un idioma que no entendió. Le respondieron en el mismo idioma y se retiraron, yendo cada una por su lado.

Cuando los citadinos se hubieron regresado, todos se prepararon para las comidas que les habían traído. Carne natural, verduras cultivadas en tierra, y zumos de fruta, algo que para ellos era un manjar luego del entrenamiento y de estar varios días viviendo de raciones. Desplegaron unas mesas de madera traídas por los citadinos, a la vez que otros prepararon las fogatas y parillas improvisadas que usarían para preparar la carne, a la vez que otros hacían lo suyo con las verduras para hacer ensaladas. 

Los platos ya preparados fueron llevados a las mesas puestas en hileras. Cada recluta sacó su plato, vaso y servicios de metal para ir a sentarse y servirse. Todos estaban impacientes a la espera que dieran la orden de comenzar. Un oficial se puso en medio de todo con su vaso al aire y dio un breve discurso.

—Disfrutad de la comida camaradas, que la conseguimos gracias a nuestros esfuerzos y sacrificios de ayudar y conectar a otros. Comed, porque mañana nos volveremos a llenar de gloria y escribir otro pasaje en los libros de historia. ¡Salud!

—¡Salud! —respondieron todos, brindando violentamente para servirse rápidamente la cena. Alguno antes empezaron a rezar juntando las manos para dar gracias por la comida. Asama hizo algo similar, pero fue una frase corta y breve, y empezó a servirse. Los platos se llenaron de lechugas blancas y remojadas, papas cocidas, maíz en coronta, y carne de vacuno. Algunos comían rápida y violentamente, otros tranquilamente, masticando la comida con parsimonia. Hans estaba entre los primeros.

—Está comida —tragó un trozo grande de carne —, es tan buena como la comíamos en tu casa Desmond. Ya hasta había olvidado lo deliciosa que era.

Janira, que estaba entre los segundos, intentó pararles los carros.




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