Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

Una loca geografía

Los dos rangers vieron a dos oficiales caminando cerca de allí. Al principio con la oscuridad les costó reconocerlos, pero al afinar la vista, notaron que uno era el comandante Villanelo Arlegui. 

—Lo sabes perfectamente, ¿verdad? —decía el oficial que no reconocieron.

—En Oakland solo viven nómades y bandidos que están en guerra con San Francisco. No creo que de repente la ciudad-fortaleza salga con ganas de querer ayudarlos ante un ataque zombie. Aparte, la zona roja mas cercana está demasiado lejos como para que hayan logrado entrar tanto.

—¿Y aun así estás de acuerdo con el plan?

—Claro. Si llegasen a enterarse de algo, sospecharían y saldríamos peor parados, especialmente las reserva que se queden atrás. Lo mejor que podemos hacer es hacerles creer que el plan va bien y luego recién intervenir. No creas que me voy a quedar aquí.

—¿Hay otro camino?

—Dicen que hay una cuesta un poco mas al norte, pero no sabemos donde está. Yo iré con los Húsares Sangrientos a caballo para tantear el terreno en cuanto podamos porque no quiero que sospechen algo por irme prematuramente. 

—¿Crees que hay informantes?

—No me extrañaría. Si todo va bien, entraremos por West Oakland. De cualquier forma, si pasara algo grave, di que vienes por parte de Villanelo Arlegui, ellos me conocen.

—De acuerdo, confiaré en usted —. Suspiró.

Seguidamente ambos oficiales se alejaron del lugar. Desmond y Asama no se levantaron hasta cerciorarse de que se hubieran ido de verdad. Cuando estuvieron seguros, volvieron a hablar.

—¿Entendiste parte de a lo que se referían? —preguntó el primero.

—Sí, o eso creo. Me encantaría conversar sobre eso, pero ya me está dando sueño —contestó ella bostezando. A su compañero se le contagió el acto, y decidieron ir a acostarse.

—Me gustó mucho la conversación que tuvimos —concluyó Desmond —. Mañana si quieres continuamos. Buenas noches.

—Buenas noches.

Mientras se recostaban, ambos temían que lo escuchado de ambos superiores iban a darles vuelta y dejarlos con mas ansiedad que antes. Pero para su sorpresa, no fue así y ambos pudieron quedarse dormidos.

Durante el amanecer, la gente fue a ducharse rápidamente en las duchas improvisadas, además de afeitarse y arreglarse el cabello. Varios llevaban mas de un día sin asearse, y querían comenzar esta misión de la forma mas pulcra posible. Seguidamente levantaron las tiendas y las pusieron todas en un camión. Cuando los soldados hubieron estado listos, guardaron sus últimas pertenencias en sus mochilas y bolsas, las pusieron a sus espaldas y se dirigieron a los camiones que les llevarían. Durante toda la mañana, tanto Desmond como Asama, aunque estuvieron lúcidos pues durmieron la cantidad mínima para no estar "como zombies", si estaban un poco distraídos por la conversación que habían escuchado anoche. ¿Debían contárselo a sus compañeros de pelotón?

Sí, pero eso sería mas tarde, no allí, cuando la gente iba y venía en todas direcciones cargando las últimas cosas y preparándose para subir a los camiones, los cuales fueron trasladados mas cerca del campamento y en filas listos para partir en cuanto estuvieran llenos. Con todo cargado, los soldados se agruparon en los pelotones respectivos y empezaron a subir a los transportes, los cuales tenían bancas en los costados para que los soldados se sentaran uno frente a otro. El escuadrón de Janira subió a uno y se sentaron todos en un lado. Asama llamaba la atención porque llevaba con ella su arco y flechas en un carcaj, y la cinta blanca que le habían regalado (ella la llamaba hachimaki) y todos se quedaron mirándola por un buen rato. Otros dos escuadrones llenaron los espacios restantes, todos reclutas, mas un oficial. 

—Bueno, allá vamos. Primera expedición —dijo uno.

—Yo estoy algo nerviosa —agregó otra —. Ya se que tuvimos que luchar contra zombies antes, no me miren así, es que esto será distinto.

—Lo bueno es que iremos a un lugar donde hay gente. No tendremos que ir a un lugar solitario rodeado de enemigos.

Desmond y Asama, que estaban sentados juntos, intercambiaron miradas incómodamente.

Con todos arriba, el oficial mayor a cargo subió al camión de adelante y dio la orden de avanzar. Los camiones se fueron encendiendo uno tras otro como una mecha consumiéndose de a poco. El primer camión empezó su camino, y el resto le siguió como el cuerpo de un ciempiés, dejando atrás únicamente unas pocas carpas para la segunda oleada y las reservas. Mientras, desde la zona alta del muro de Craco, varios civiles y milicias se fueron a despedir de ellos. Varios les daban las gracias por haberlos venido a ayudarlos, aplaudiendo y haciendo vítores. Otros les deseaban suerte y que todo saliera bien. También entre ellos estaba Walter Gallagher, quien no podía dejar de sentir orgullo por sus hijos, pero también una fuerte preocupación.

"Sobrevivieron a su primer ataque zombie, ya saben mejor como funciona esto", se trataba de convencer a sí mismo.

Los camiones rodearon la ciudad por el este para seguir por la cara sur, dirigiéndose finalmente a un camino que iba por el lado sur de la pequeña cadena montañosa al oeste. En un principio estaba todo lleno de un profuso y verde bosque, que apenas dejaba ver mas allá del camino de tierra y piedras, interrumpido cada cierto tiempo por un trozo o bache de asfalto que quedó de la antigua carretera, que hacía que todos adentro dieran un salto en sus asientos. Luego, mas adelante, a su derecha, una planicie levemente inclinada apareció, y en ella, habían algunas vacas pastando, y un grupo de personas que dedujeron eran los dueños de las mismas. Estos, al verlos pasar, corrieron rápidamente a verlos, y otros miembros de la familia que estaba allí se unieron tras dar una gran carrera por toda la planicie, siendo dos hombres, dos niños y una niña. Todos saludaban a la caravana, y los soldados les devolvían los saludos con movimientos de manos o con gritos y silbidos. Cuando el camión de Desmond pasó por allí, al ver a los niños saludarlos alegre y enérgicamente al pasar, recordó cuando había sido uno de ellos y veía las caravanas de rangers pasar por su pueblo. Una fuerte sensación de nostalgia le recorrió, pero al contrario de otras veces, esta le hizo sentir bien, muy bien, en especial al escuchar los las palabras de aliento que les lanzaban.




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