Todos bajaron de la torre y se dirigieron a los carros estacionados. Allí también vieron a un grupo de milicianos que tenían ciertos objetos en sus manos. Eran las pertenencias que iban a devolver. Allí estaban el arco, carcaj y kaiken de Asama; también estaba el mecanismo para la mano de Paulo, y fue Sophie quien le ayudo a colocársela de nuevo; y la cámara de Desmond, quien la colgó al cuello. Después, los llevaron hasta un carro que tenía al mejor amigo de Adela como conductor e hizo que subieran.
—Los llevaremos hasta el centro de Fruitvale, allí podrán descansar mejor, y tal vez reunirse con sus otros compañeros de armas —dijo La Coronela —. Ah, lo olvidaba, mi amigo se llama Antonio Magón, discúlpenlo si es algo brusco.
"Algo", pensaron al unísono los seis.
Subieron y se sentaron en los bancos que estaban puestos de la misma manera que en los camiones con motores de combustión que usaban ellos. Con todos arriba, Adele le dijo a su amigo que se pusieran en marcha. Los animales se espabilaron con el látigo y comenzaron a andar. Entraron a una ancha avenida con dirección al noroeste y de allí siguieron en línea recta. Durante el trayecto vieron algún que otro carro viajando o personas caminando, algunos siendo civiles, y otros militares.
—Así que esa era la historia de mi gente resumida —continuó ella —. No importando si son de Oakland o de otra ciudad, o si eran citadinos o pioneros, los de afuera nos quieren muertos y siempre nos hemos tenido sobreponer y vivir con eso.
—Disculpe señorita, pero no nos mezcle con los de la ciudad, somos diferentes —interrumpió Hans —. A nosotros si nos interesa lo que pasa afuera, en el mundo, y no mataríamos a otros de esta manera. Además, soltar eso cuando apoya a Villanelo Arlegui...
Un silencio incómodo recorrió todo. El carro frenó bruscamente, y Antonio se dio vuelta con una cara llena de rabia.
—Di eso de nuevo niñato —dijo con la voz conteniendo la ira.
—Que los nuestros nunca harían atrocidades como las que mencionan —continuó el joven Gallagher subiendo el tono de su voz —. Y te digo mas, si han llegado a matar a algunos de ustedes, es que de seguro hicieron algo que tenían merecido.
—¡Maldito desgraciado! —le contestó al abalanzarse hacia la parte de atrás para intentar hacerle algo, pero Adela le detuvo, mientras que Hans también se lanzó sobre él y fue Sophie quien le interrumpió.
—¡No te atrevas a insultar a los pioneros, somos el futuro de la humanidad! —dijo Hans casi gritando —¡Nosotros nunca haríamos cosas así!
—¡Cierra el hocico Hans, ellos tiene razón! —exclamó Janira de repente. Respuesta que hizo que todos la miraran extrañados.
—¿De qué hablas? —preguntó el joven Gallagher.
—Los pioneros y los rangers si serían capaces de hacer cosas así. Lo sé.
—Espera —le interrumpió un todavía mas extrañado Antonio —. ¿Cómo lo sabes?
—Mi padre me lo contó —contestó, y procedió a narrar la historia que le había contado hace mucho sobre cuando se negó a disparar a un grupo de nómades, incluyendo como lo callaron.
—Su historia se perdió, y salvo por unas pocas personas, es como si nunca hubiera pasado. ¿Cuántas cosas mas habrán hecho que no nos hemos enterado?
Sujetó el silbato de su padre que llevaba colgado en el cuello. Eso último no lo había pensado hasta ahora, y la sola posibilidad le provocó escalofríos. El señor Magón volvió adelante y reanudó el viaje. Los pasajeros siguieron en silencio hasta que Adela volvió a hablar.
—Bueno, pero para darle el beneficio a ustedes —siguió en tono distendido —, Villanelo Arlegui y sus soldados sí que fueron rangers que nos apoyaron contra los citadinos. Supongo que allá afuera hay mas gente como él, pero todavía no los hemos conocido.
En cuanto llegaron a cierta esquina, giraron la derecha y un poco mas allá, apareció un edificio a su derecha. Una parroquia con dos torres en los costados de su fachada pintada de blanco, pero sucia y desgastada en varias partes. Tenía cornisas en todos sus bordes, así como una terraza sobre su entrada, en el segundo piso. Las ventanas por su parte, que habían dos en cada torre en la parte del frente, y tres sobre la entrada, estaban tapadas con trozos de madera. Todo coronado con pilastras que decoraban cada puerta y cada ventana por sus costados.
Por alguna razón pensaron que irían allí, pero carro siguió al siguiente edificio que estaba un poco mas allá. Este ocupaba un cuarto de la cuadra, era de dos pisos y estaba pintado de color durazno, sucio por el paso del tiempo. El carro se detuvo y todos bajaron. Adela iba al frente, con Antonio cerrando la marcha. Al entrar al edificio por el costado de la calle, varias milicias se volvieron a mirarlos fijamente. Estaban al tanto que un grupo de rangers estaba en camino y no sabían como sentirse al respecto. Ya dentro, se les acercó el que parecía un superior de los mismos. Usaba el mismo uniforme, pero tenía cosido una especie de símbolo dorado que parecían varias capas de líneas doradas. Era calvo, de piel morena y ojos café.
—¿Así que estos son los que vienen de parte de Villanelo Arlegui? —preguntó con un tono malhumorado.
—Sí señor —contestó La Coronela —. ¿Ya decidieron donde se reunirán los que vayan llegando?
—Sí. El gran espacio abierto que está tres cuadras hacia la costa. Mas tarde organizaremos la búsqueda de los muertos de ambos.
—Perfecto.
—Sigue encargándote de ellos. Yo debo volver a trabajar —concluyó bruscamente. Ella por su parte se dio vuelta para dirigirse a los rangers.
—Bueno, supongo que ustedes ahora solo quieren descansar y relajarse después de tanta movida, ¿verdad?
Las cabezas asintiendo lentamente con ojos cansados les decía todo. Así que les llevó afuera de allí hasta la parroquia que habían cruzado antes. La puerta estaba sin llave, así que empujaron y entraron.