El grupo salió de la parroquia con un ánimo y moral renovadas, y con un consejo de Pierre: visitar la feria que se había puesto a unas cuadras de allí al oeste. "Si quieren conocer mas de nosotros, es el mejor lugar para empezar", había dicho. El refrán de los rangers resonó en su mente y decidieron ir allá. Cruzando la calle se encontraron con una persona nómade que también iba cruzando la calle un poco mas allá. Tenía la piel morena, el pelo café con mechones a cada lado de la cara, y el resto parecía estar amarrado debajo del kepi que usaba. Llevaba la puesto el uniforme de la milicia nómada, los mismos pantalones y botas que los demás, pero la camisa café la llevaba abierta, revelando abajo una polera blanca.
Esto no habría pasado a mayores de no ser por Hans, pues cuando iban a dar vuelta en el callejón que les habían indicado para llegar a la feria, se dieron cuenta que él se había quedado atrás y estaba mirando fijamente a la susodicha persona. Se acercaron y al verlo notaron que estaba sonrojado.
—¿Qué pasa, estás bien? —preguntó su hermana preocupada.
—Sí, es que me quedé mirándole —dijo apuntando a la persona cruzando —, y...
—¿Lo encontraste bonito, o bonita? —interrumpió Janira con voz socarrona y una sonrisa de oreja a oreja.
—Pues, sí.
—Aw, que tierno, nuestro Hansito está creciendo —dijo con un tono exageradamente maternal mientras le revolvía el pelo—. ¿Te sentiste raro? Acaso... ¿cómo era eso que dijiste en el entrenamiento? Ah sí. ¿Estás teniendo pensamientos impuros al contemplarle?
El joven Gallagher le miró entrecerrando los ojos.
—Pues si crecer implica empezar a tener pensamientos impuros al ver personas atractivas, creo que mejor me hubiese quedado como niño.
La joven Gimpert rio sutilmente.
—Que lindo de tu parte, eres una persona demasiado buena, nunca harías nada malo.
Sophie, Desmond y Hans se preguntaron hasta qué punto fue sarcástico ese comentario.
—Disculpen —interrumpió Paulo de repente —, entiendo que Hans esté experimentando la adolescencia y que el primer enamoramiento es especial, pero, ¿podríamos continuar nuestro viaje? Tengo fatiga y quiero ver si en esa feria hay algo para comer o saber cómo conseguir comida.
El grupo prosiguió por la calle por la que le habían dicho, a la vez que el joven Gallagher iba lentamente saliendo de su ensimismamiento. Antes de doblar, sin embargo, Desmond aprovechó de tomar una fotografía de la parroquia. La foto no tardó en salir y la guardó en un bolsillo con botones de su uniforme, junto a las otras que había sacado.
La calle terminaba a la mitad de una cuadra, así que dieron un rodeo por el lado norte y llegaron a su destino.
Una cuadra completa estaba atestada de puestos de feria con sus toldos de vivos colores. Había un camino entre ellas que vendían distintas frutas y verduras. Otra vendía herramientas y utensilios varios hechos de madera y metal. En algunos rincones que daban a la calle habían puestos de gente que arreglaba partes de los carros. Un pequeño tramo vendía distintos tipos de carnes, incluyendo mariscos y pescado. Un montón de gente caminaba por los puestos comprando o conversando con los tenderos. El pelotón se quedó mirando todo esto hasta que desde atrás llegó la voz de Adela.
—Hola chicos, perdón si demoré, es que estaba atendiendo unas cosas. ¿Quieren entrar allí? Yo tengo para intercambiar —dijo mostrando una bolsa llena de objetos —. Son los que he ido consiguiendo de las ruinas y otros restos durante las patrullas.
Asintieron todos, excepto por alguien.
—Yo no —comentó Hans que había comenzado a mover su cuerpo de un lado a otro.
—Yo me quedaré con él —dijo Sophie tomándolo de la mano para que se calmara —. Detesta las multitudes.
El grupo lo comprendió y siguieron a La Coronela. Los dos hermanos, por su parte, fueron a sentarse a un montón de cajas que estaba en el lado norte de la calle.
Los que entraron a la feria fueron a paso lento, viendo de a poco lo que vendían los puestos. A través de lo que oían se enteraron de varias cosas. Algunas eran cultivadas en la misma Oakland, en campos de tamaño relativo entre las ruinas. Otras eran exportadas de campos mas allá de la ciudad, incluso de campos pioneros. Este último grupo para el trueque buscaba objetos particulares que usualmente encontraban en las ruinas de ciudades. Mas allá escucharon una peculiar conversación.
—Habla bien pues, no digai aguacate.
—Mis viejos la llamaban palta, ese era su nombre en las tierras donde vivió mi familia, no me hagai olvidar mis raíces.
En general, empezaron a darse cuenta que algunos hablaban con acento y expresiones que nunca habían escuchado. Y aunque no lo notaron, algunos de los habitantes que los veían pasar se giraban para mirarlos y al reparar en que eran rangers les dirigían malas miradas. Los que llevaban a sus hijos incluso hacían que se fueran para un lado para que no se toparan con ellos. Adela se acercó a un puesto que vendía manzanas verdes y compró algunas a cambio de unos objetos que llevaba en la bolsa. Les ofreció a sus acompañantes, quienes la mordieron y comieron, sintiendo un maravilloso sabor agridulce, una pulpa consistente y mucho jugo al arranchar un trozos.
—¡Maravilloso! Hacía mucho que no comía una así —comentó Desmond. Efectivamente, la última vez que había comida una así fue hace cinco años.
Siguieron caminando por otros pasillos. Al entrar en el de la carne, vieron a muchos ofreciendo distintas variedades, como vaca, pollo, cerdo, o...
—¿Caballo? —preguntó sorprendida Asama.
—Así es, sabemos que no es lo mas convencional, pero tiene su punto.
Allí les explicaron que los animales los criaban en las zonas al sureste de la bahía, donde de los antiguos suburbios quedó casi nada, así que pudieron aprovechar los campos despejados para intentar criar ganado.