Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

Ni un paso atrás

Los centinelas y observadores habían detectado una gran concentración de soldados, armas y artillería en el lado ocupado por sus enemigos. Era clara señal de un ataque inminente.

Los refuerzos habían dejado sus armas y equipamientos en una casa, así que todos fueron a buscar la suya. Totalmente armados y preparados, salieron a la avenida para dirigirse a sus puestos. Al salir, vieron un pequeño caos de gente que iba a distintas direcciones, destacando principalmente milicias de West Oakland que iban a sus puestos, los cuales eran parapetos en los los cruces de las calles adyacentes a la plaza para proteger los flancos. Lo mismo se podría decir de otras posiciones mas lejanas, pero que seguían la avenida, la última línea de defensa de esta parte de la ciudad. También vieron unos extraños cañones arrastrados por caballos. Parecían morteros bien grandes, que tenían dos ruedas de madera, mientras que el cañón estaba hecha de metal tosco. 

Las posiciones de los refuerzos estaban al oeste de la plaza, junto a unos edificios remodelados con madera a manera de parches. No habían árboles, solo quedaban tocones y lo que había sido un muro ahora desaparecido. Todos corrieron a sus posiciones, dándose cuenta recién que algunos milicianos locales estaban apostados allí, pero no les importó. Todos fueron hacia las ventanas, las aberturas en las paredes, los techos, cualquier lugar que pudiera colocarles en buen posición para la futura batalla. Algunos incluso se colocaron en un trinchera que estaba al frente del edificio y que servía de primera línea defensiva. Frente a ellos, un parque de mas de doscientos metros de largo y ciento cuarenta de ancho se abría. En la parte final se asomaban unos edificios de poca altura, con el horizonte dominado por los altos edificios del centro de Oakland. Fue esta última visión los que hizo que varios repararan en lo que iba a pasar. Sus músculos se tensaron, su corazón latió mas fuerte, y su visión se puso mas aguda.

Habían además dos niños cerca de allí. Daniel y María Belén habían dormido entre unas ruinas al costado del parque Lowell, alejados de la vista cualquier persona, y ahora se habían subido a la zona alta del mismo para ver de cerca todo. El ajetreo de personas corriendo, gritando instrucciones y artillería moviéndose les había despertado, y no tardaron en entender lo que eso significaba. Buscaron la zona mas segura, lo mas alejada de los focos de acción.

—Aquí es —dijo el joven conteniendo la emoción en sus palabras—. Aquí los verás en acción.

—Estoy nerviosionada —le contestó su amiga. Por un lado estaba nerviosa de estar allí, tan cerca de las balas, pero otro lado, estaba ansiosa de ver un combate contra citadinos tan cerca. A fin de cuentas, ya había sobrevivido a algo así antes. Era una extraña mezcla de emociones que le permitía evadirse de que sus padres ya no estuvieran con ella. 

Entre los defensores, en tanto, empezaron a aparecer las dudas en algunas personas, principalmente rangers y las akashinga. ¿Por qué estaban allí? ¿Valía la pena proteger a gente que no les quería allí, y que solo les querían usar como carne de cañón? Y entonces, escucharon sonidos a lo lejos. Parecían cañonazos, disparados varios uno detrás de otro. Inmediatamente todos se pusieron a mirar al cielo, girando para intentar mirar los proyectiles que venían. Entonces los vieron, y notaron que iban a caer en pleno parque. Todos se prepararon para una posible explosión, pero para sus sorpresa, no hubo detonación explosiva. Mas bien, hubieron unos pequeños flashes, y de los puntos de impacto empezó a salir un humo muy denso que cubrió el lugar. Mille Collines, que había leído las dudas de algunos soldados presentes, carraspeó.

—¡No se rompan! ¡Las gentes de Oakland cuentan con nosotros para detener a los fascistas de Pancho! —exclamó tan fuerte que todos le alcanzaron a escuchar.

—¡No disparen camaradas! —exclamó Waris —. ¡Esperen a que estén a la vista!

Y entonces, otros silbidos de proyectiles cayendo. Eran morteros, y aunque estaban impactando cerca, ninguno llegó a hacer daño. Aun así, estos fueron suficientes, para acelerar todavía mas sus corazones y ponerse todavía mas en tensión. Las explosiones y los gritos de sus compañeros, hicieron que varios empezaran a dejar su mente en blanco. Solo había una cosa en sus cabezas. La batalla y la gente a proteger.

—¡CAMARADAS! —exclamó todavía mas fuerte Mille por sobre las explosiones —. ¡POR LOS OPRIMIDOS, LOS QUE ESTÁN VIVOS, LOS QUE MURIERON Y SUS DESCENDIENTES, PREPARENSE!

Y entonces cayó el último proyectil. Le siguió un calmo silencio que para varios fue engañoso. Y entonces, unos gritos llegaron del parque entre el humo, para luego aparecer corriendo hacia ellos las siluetas de varios soldados con los uniformes citadinos, saliendo a descubierto. Un estruendoso "¡AAAAAAAAAAAAH!" llegó hacia los defensores.

—¡Aquí vienen! ¡Abran fuego!

Todos abrieron fuego casi al unísono hacia ellos. Entre los atacantes, algunos se quedaron quietos e intentaban devolver los disparos, buscando matar a algunos o poner a los defensores a cubierto. Otro grupo cargó hacia la trinchera, logrando llegar y comenzar a despejarla. Los que estaban en los edificios no notaron esto último pues estaban mas centrados en los que estaban quietos. Antonio alcanzó a notar esto y ordenó que comenzaran a devolver los disparos hacia los que llegaban a la trinchera, la cual estaba siendo sobrepasada y ya habían varios de los suyos heridos o muertos allí.

—¡No se replieguen, no se retiren! —exclamó entre los disparos mientras disparaba a quemarropa hacia la misma.

—¡Maten a los fascistas! ¡No muestren piedad! —agregó Mille poniéndose a cubierto al notar que mas balas de lo normal le habían pasado rozando.

La batalla se había vuelto general. No solo cargaban en las calles laterales, siendo los milicianos atrincherados en parapetos los que debían contenerlos, si no también entre los edificios, con soldados que pretendían intentar atacar por los puntos ciegos, pero para su sorpresa, se encontraban con escuadrones armados con automáticas cortas, listos para contenerlos en distancias cercanas. Algunos incluso luchaban a pistolas, armas blancas, o algo improvisado, como un garrote con alambre púa enrollado, cuyas heridas dejaban manchas de sangre en las paredes al golpear a sus víctimas, las cuales se retorcían de dolor ante los cortes que dejaba. Daniel y María Belén habían escuchado a unos soldados marchar entre los pisos inferiores, incluso los gritos y balazos de las batallas que se libraban en ellos, pero ninguna parecía acercarse a ellos.




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