Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

Viviendo en una plegaria

Una niña Adela Rosa Neri, de siete años de edad, jugaba con un niño Antonio Magon, de ocho años de edad. Se arrojaban uno a otro una pelota de género con las manos, teniendo que agarrarla antes de que tocara el suelo. Esta el principal pasatiempo de ambos, además de jugar a las escondidas entre las ruinas y hasta recorrer algunas para ver si encontraban algo interesante adentro. Esto último no era del agrado de los padres la primera, mientras que los del segundo les daba igual.

Pero no importaba, porque casi nunca estaban los progenitores de Adela en casa. La madre tenía que ir a recolectar mariscos y otros productos marinos cerca de la Alameda inundada para luego ir a venderlas en las ferias, cosa que le quitaba mucho tiempo. En cualquier otra situación el padre habría cuidado de la hija, pero fue llamado para ser miliciano y participar en la defensa de Fruitvale. Cuando esto pasó, la familia Rosa Neri buscó quien pudiera cuidar a su hija en lo que la mamá trabajaba. Allí apareció la familia Magón, cercana a la misma, quienes se ofrecieron a eso.

—No se preocupe Señor Rosa Neri —dijo Antonio con una voz exageradamente seria e infantil —, cuidaremos a su hija, especialmente yo me encargaré de ella, será como una hermanita menor.

—Pero yo solo quiero ser tu amiga —le contestó ella. 

Los adultos rieron ante este intercambio, agradeciendo que la cuidaran.

El día en que el padre tuvo que irse, hicieron una cena comunitaria entre las dos familias. Cuando se habían reunido anteriormente, la joven vio que el padre no tenía pierna, y dependía de una silla de ruedas para poder moverse, así como que había una abuela paterna que aunque podía realizar ciertas actividades, no podía hacerlas todas y siempre necesitaba la ayuda. En ese momento Antonio estaba ayudando a poner la mesa con los utensilios y platos para cada uno, en lo que la madre y la abuela preparaban la comida. Su amiga le preguntó si podía ayudarle y él dijo que sí. Sus padres, por su parte, se habían quedado conversando con el Señor Magón de diversos temas. 

Cuando se sentaron, antes de comer, los presentes se tomaron de las manos y rezaron. Dieron las gracias por la comida, a las manos que las prepararon, la nueva etapa que se abría por delante. La cena en sí estuvo deliciosa, y consistió en arroz con verduras diversas y un plato de mariscos cocidos, un lujo que dejaban para ocasiones especiales. Antonio conversaba con su amiga sobre las cosas que podían hacer juntos, cosa que ella respondía efusivamente. Esto evitó que viera de las caras de consternación de sus padres, producto de lo que iba a pasar.

A la mañana siguiente, se reunieron para despedirlo. Tras un beso con su esposa, el Señor Rosa Neri fue donde su hija y le dio un beso en la frente.

—Cuídate y se buena niña, ¿de acuerdo?

—Lo haré papá. ¿Cuándo vas a regresar?

—No lo sé, pero prometo regresar. Incluso si no regreso para tu cumpleaños, traeré algo especial para compensarlo.

—Dale.

El hombre dio media vuelta y se fue, perdiéndose calle abajo.

Ambas familias eran religiosas, y asistían a misa cada domingo, en la parroquia de Saint Elizabeth, algo que continuó después de que el Señor Rosa Neri se fuera. A ambos niños les gustaba asistir, porque habían algunos relatos que gustaban de oír, en especial el Evangelio, que para ellos parecía una historia contada por partes cada semana. Y por si eso fuera poco, las canciones que tocaban, con guitarras y banjo, eran o muy movidas o muy lentas, pero memorables para ellos. Habían algunas que eran sus preferidas, y en cuanto las aprendieron, las cantaban con entusiasmo o emoción, incluso fuera de misa. Y cuando llegaban los rezos, ella siempre pensaba en algo que le gustaría que fuera mejor, y pedía a... lo que sea que fuera Dios, Jesús, la Virgen María, y los ángeles para que le ayudara. A veces, era a su familia (en especial su madre en el trabajo), alguna persona conocida enferma para que se recuperara, entre otras. La primera vez que fue a misa luego la partida de su padre, pidió por él, para que estuviera bien, y regresara lo antes posible con ella. 

Las primeras semanas fue todo bien, asistiendo a la escuela junto a Antonio, yendo a jugar con él o con otros varios, incluso jugó al futbol como le llamaban, y aunque demostró ser un desastre, pues le costaba correr con la pelota en los pies o patear en la dirección correcta, lo pasaba bien. Incluso su amigo le enseñó a leer con la ayuda de ciertos papeles y panfletos que distribuía la parroquia con fragmentos de las "lecturas" de las misas o las canciones que allí cantaban. Así fue como en la habitación de él aprendió las últimas letras que le faltaban, cómo se pronunciaban, y como leer frases simples.

Todo iba bien, hasta que un día, mientras jugaban al pilla pilla, llegaron a una zona del centro de Fruitvale. Allí vieron mucha gente reunida alrededor de un edificio y varios carros estacionados. Se acercaron a ver y vieron a varios de los presentes llorando. Allí también estaba el padre Pierre, diciendo una especie de oración por los muertos.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

—Llegaron unos cuerpos tras una batalla que hubo —contestó una persona que pasaba por allí.

Antonio vio como la cara de su amiga entró en pánico, abriendo los ojos como platos.

—¿Mi... papá está aquí? —preguntó ella nuevamente pero con voz nerviosa.

—¿Te llegó alguna carta dándote la noticia antes?

—No.

—Entonces no te preocupes, tu padre está a salvo.

El joven Magon agarró a Adela y se la llevó lejos de allí, dándose cuenta que no era lo mejor está allí. La llevó hasta su casa y allí preparó una comida especial, con algo de la harina y leche que tenía, preparó un queque, así como un zumo con algunas frutas. Como su madre trabajaba, y su padre y abuela no podían hacer todo por sí solos, él había tenido que aprender a cocinar y preparar ciertas comidas que no requirieran mucho riesgo para un niño. Esperaba con lo que estaba preparando distraer a su amiga de lo que acababa de presenciar.




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