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Ambientación: Nuevamente con Kuro, aun en el bosque "Aguaviva".
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Kuro avanzaba a paso lento por el bosque, sus ojos cansados fijos en el suelo, mientras las sombras de las ramas frondosas proyectaban un juego de luces en su rostro. Su estómago gruñó con fuerza, recordándole la poca fortuna que había tenido con la comida.
-No puede ser que me haya acabado todo en un par de días... —murmuró entre dientes, con una mezcla de resignación y enfado—. ¡Se suponía que debía durar una semana! Creo que me excedí un poco con las porciones...
Mientras avanzaba, algo se movió entre los arbustos a su alrededor. Kuro se detuvo, alerta. Una serie de ojos brillantes lo observaban desde las sombras, y en cuestión de segundos, un grupo de pequeños volkrans, mucho menos imponentes que sus parientes adultos, lo rodeó. Uno de ellos se acercó, olfateando su mochila con descaro.
-¡Eh, fuera de aquí! —dijo, tratando de ahuyentarlos con un gesto de la mano—. No tengo nada para ustedes...
Uno de los cachorros ladeó la cabeza, ignorando el gesto de Kuro, mientras otro tironeaba de su mochila. Kuro suspiró, resignado, y rebuscó en su mochila, encontrando apenas un par de trozos de pan duro. Con un suspiro, se los mostró a los volkrans, que se acercaron más, con los ojos encendidos de interés.
-bueno, bueno... —dijo, poniéndolos en el suelo y dando un paso atrás—. Pero esto es todo, ¿entendido? No me queda nada más para compartir.
Los pequeños volkrans se lanzaron sobre la comida con entusiasmo, y Kuro los observó, cruzado de brazos, intentando mantener una expresión severa, pero sintiendo un retazo de simpatía hacia ellos. "Incluso estos cachorros de volkran parecen tener más agallas que yo...", pensó, con una sonrisa irónica.
Cuando los pequeños terminaron de comer, se agruparon en un círculo alrededor de él, como si esperaran algo más. Kuro rodó los ojos, chasqueando la lengua.
-Está bien, ya basta. Yo también tengo hambre, ¿saben? —dijo, haciéndoles un ademán firme para que se fueran—. ¡Váyanse ya!
Finalmente, los cachorros retrocedieron, observándolo unos segundos más antes de dispersarse entre los arbustos. Kuro los siguió con la mirada, un poco más animado tras el encuentro, antes de retomar su camino con una sonrisa ligera en el rostro.
-Al menos estos eran más amigables que sus padres... —murmuró Kuro con una mezcla de alivio y sarcasmo—. Me salvé por ser un dragón, pero... si lo pienso bien... —hizo una pausa, soltando un suspiro—. Qué débil soy... Un dragón de siete metros, ¿y casi me vencen un montón de... ¿veinte? ¿lobos? Ni siquiera sé qué eran esas cosas...
Suspiró, dejando que una pequeña frustración se asomara en su rostro. Tras un momento de reflexión, volvió a retomar su camino, aunque el desánimo aún pesaba en sus pasos.
-Da igual... —murmuró para sí mismo, resignado—. Tal vez algún día sea más fuerte...
Mientras avanzaba, Kuro comenzó a notar los sonidos del bosque. Los murmullos de las hojas, el crujir de ramas bajo sus pies, y el canto ocasional de algún ave le hacían compañía en su soledad. Cada paso parecía arrastrar su cansancio, pero al menos el paisaje tenía cierto encanto, aunque él no estaba para apreciarlo en ese momento.
-¿Cómo era? Ah, sí... "el majestuoso dragón recorre el mundo", —bromeó para sí, sonriendo con ironía—. Bueno, al menos me gustaría recorrerlo sin sentirme tan... hambriento.
Con la vista en el suelo, se distrajo buscando algún rastro de comida. Cada raíz sobresaliente o piedra le parecía sospechosa; con suerte, quizá alguna baya o fruta olvidada aparecería en su camino. De vez en cuando se detenía, olfateando el aire, y hasta se atrevió a rascar la corteza de un árbol, esperando encontrar algo útil.
-Fantástico, mi noble travesía por el bosque, rascando árboles por... —se interrumpió con un suspiro, mientras negaba con la cabeza—. Debo estar perdiendo el juicio, ¿Por que carajo estoy hablando solo...?
Mientras continuaba, notó un pequeño arroyo que cruzaba su camino. El agua cristalina reflejaba los rayos de luz que lograban atravesar las copas de los árboles, creando un espectáculo efímero. Kuro se detuvo un momento, observando la corriente, sintiendo que el frío del agua podría al menos calmar su sed, si no podía hacer mucho por su hambre.
-Bueno... por algo se empieza. —Se acercó al arroyo y bebió unos sorbos, disfrutando del frescor en su garganta. Al menos su humor mejoró un poco—.
Después de unos minutos, retomó su camino, con el estómago todavía vacío pero el ánimo ligeramente renovado.
Kuro avanzaba por el bosque, dejando que el silencio y la sombra de los árboles le brindaran un respiro. El suave murmullo de las hojas bajo sus botas y el crujido de las ramas secas componían la única melodía en medio de la calma, y él se encontró agradecido por la tranquilidad, aunque su estómago vacío pronto le recordó que la paz no bastaba para sostener su viaje.