Última oportunidad

Capítulo 2

2

 

 

Sábado, 31 de agosto de 1957

Barbara Johnson

18 años

 

Respiré profundo y por primera vez fui consciente del latido en mi cabeza. Los ojos me pesaban tanto que tuve que forzarme a abrirlos. Al parecer, estaba en una habitación de hospital. Como una ráfaga invernal recordé la discusión con Michael después del baile y buscar refugio en casa de James. «¿James?».

Mi piel se erizó al rememorar la cercanía de él y mi necesidad de mantener el contacto en todo momento. No entendía mi proceder, si bien siempre me sentí en mi hogar cuando estaba en casa de James, era una familiaridad que nacía desde un lugar recóndito de mi corazón. Pero la noche anterior algo cambió. Fui osada e impertinente, le hice preguntas que no me correspondían y lo acorralé hasta obtener respuestas. Solo para confirmar que nunca sería correspondida. Hice el ridículo al exponerme como lo hice, al demostrar con tanta franqueza lo que él provocaba en mí. Tal vez tendría la suerte de que James ni siquiera se percatara, porque era una niña a sus ojos.

Antes de lo que sucedió, planeé entregarle mi pureza a Michael. Tonteamos algunas veces y Carol decía que era un regalo único y que fortalecería nuestra relación. Era extraño recibir un consejo así por parte de ella, pues yo solía ser la voz de la razón de ambas. Mas si no hubiera bailado con Robert, y Michael no hubiera inmiscuido a James en nuestra pelea, tendría un grave cargo de consciencia.

Sin embargo, dentro de todas las estupideces que Michael poseía en la cabeza, me dijo una verdad, James tenía un hijo. Y no me toleraba. Deseé huir, desaparecer o que no fuera una realidad. No obstante, le extendí la mano al joven e intenté tratarlo con todo el cariño posible. Era una parte de James, mas su hijo solo me vio como una intrusa. Quizás para todos era evidente cuánto amaba a James, menos para él mismo. Tal vez por eso Michael sabía que me dirigiría a su hogar y no al mío. Fui yo quien le causó problemas.

No podía detallar el accidente, si bien rememoré cómo James me inmovilizó en el asiento y salió por la ventanilla. Escuché los gritos de las personas y los de Michael. Al profesor nunca lo escuché, ¿y si estaba herido?

—¡James! —El corazón me latió errático por la posibilidad de no volverlo a ver.

—Estoy aquí.

Él tenía una escayola en el brazo izquierdo y podía distinguir cierta sibilancia en su respiración. Contuve el aliento mientras un nudo se me formaba en la garganta. Deseé extender la mano y comprobar que él era real. No obstante, me prohibí arrodillarme en la cama y envolver su rostro entre mis manos. James se mantuvo alejado, tenía la mano libre dentro del bolsillo, y sus estaban labios en una línea recta. Parecía molesto. Sin embargo, no tuve tiempo de preguntarle, de asegurarme de que estuviera bien, pues mamá me tomó entre sus brazos y me fundió en ellos.

—Dottie, hija, la lastimas. —A pesar de sus palabras, la abuela también se unió a nosotras. Nuestras lágrimas se mezclaron con sonrisas de alivio. Mamá me sujetó el rostro mientras me llenaba de besos.

—Basta, ustedes dos. —Sonreí al tono despreocupado del abuelo. Era imposible perturbarlo por algún motivo. Quizás porque estuvo cerca de la muerte.

—Abuelo. —Ellas me soltaron sin alejarse demasiado y él dejó un beso en mi frente.

—¡Oh, cariño! —Tenía los ojos brillantes y llenos de amor.

Tenía mucha suerte de tener a los abuelos junto a mí. Cuando el abuelo me abrazó con precaución, dirigí la mirada hacia James, pero él ya no estaba en la habitación. Inhalé y exhalé despacio en un intento de detener la humedad que cristalizó mi mirada. Sin importar cómo me sintiera le sonreí a mi familia, si bien estaba incompleta.

La puerta se abrió de golpe y abrí los ojos al ver a Carol, pues se suponía que ella estaba en Norfolk. Contuve el aliento y me quedé inmóvil cuando ella se lanzó sobre mí, el dolor y yo no éramos buenos amigos. Desde que tuve conciencia sufrí de dolores de cabeza con frecuencia, aunque jamás se lo confesé a nadie.

—¡Bobby!

—¡¿Carol?! —Ella me abrazó más fuerte y gemí. Me solté con disimulo de sus brazos y sonreí con tirantez—. ¿Qué haces aquí?

Ella me tomó de la mano con firmeza, en tanto un par de lágrimas le bajaban por las mejillas. La preocupación que la dominaba era evidente.

—Michael le aseguró a Rob que nos alcanzarían. —Las palabras le salieron atropelladas, no obstante hizo una pausa abrupta y ojeó a mamá. Entonces susurró—: Planeaba obligarte.

Asentí con vehemencia, si bien guardé silencio. No sabía cuánto de nuestra conversación compartió James con mamá, aunque algo me aseguraba que mis confidencias estaban a salvo.

—Pero… ¿Llegaron a Norfolk?

Los ojos le resplandecieron y una sonrisa ensoñadora se adueñó de sus labios.

—Soy la señora Robert Clift. —Tenía las mejillas sonrojadas a la vez que se acariciaba la inexistente barriga.

Sonreí. Y por un instante anhelé el instante en que me ruborizaría al decir —con tanto orgullo— el nombre de mi esposo. Los latidos de mi corazón se desbocaron cuando esos ojos verdes fueron fugaces en mis pensamientos. Debí recordarme con firmeza que era un imposible.




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