Última oportunidad

Capítulo 3

3

 

 

Domingo, 1 de septiembre de 1957

Barbara Johnson

18 años

 

Quería gritarle a Michael, asegurarle que él no tenía ningún derecho sobre mí, sin embargo, lo único que escapaba de mi garganta eran gemidos y jadeos. Me sujeté a la sábana a la par que me movía de un lado al otro. Tenía que escapar, no podía morir. Sin embargo, ya comenzaba a sentir la cabeza ligera como si fuera a perder el conocimiento.

—Eres una chica fácil. Serás complaciente conmigo, ¿verdad? Porque no quieres que ese viejo sea sentenciado.

Asentí con vehemencia mientras las lágrimas me bajaban por las sienes. No quería que James pagara por mis errores. Y al fin pude comprender las palabras de mamá al asegurar que el profesor se encargó de Michael. Él rengueaba, además tenía el rostro inflamado y los ojos inyectados en sangre. El color verde en ellos me pareció inicuo. Me pregunté cómo pude compararlos con los de James, pues los suyos eran únicos.

Cuando estaba segura de que moriría por sus manos, me fui de frente y tosí con desesperación a pesar del atroz dolor que me recorría. Una fuerza descomunal alejó a Michael de mí y lo tiró al suelo. En tanto las lágrimas bajaban a borbotones por mi rostro.

Sonreí al reconocer a James, él seguía allí como mi más férreo guardián. Si alguien me observaba en ese instante aseguraría que yo era una histérica por mostrar emociones tan dispares. Pero al lado de James me sentía segura, era algo recóndito en mi corazón y perdido en mi memoria. Sin embargo, salí de mis fantasías al percatarme de que él golpeaba a Michael sin parar. Aspiré con fuerza para obligar a mis pulmones a tomar aire y las palabras pudieran abandonar mis labios.

—¡No! ¡Aléjate de él!

No obstante, James me ignoró y continuó con la golpiza mientras Michael reía. Sabía que de algún modo tenía que detenerlo, pues eso solo lo inculparía más. ¿Cómo pretendía que continuara mi vida con él privado de su libertad?

Con gran esfuerzo bajé de la cama y, tambaleante, me acerqué a donde ellos estaban. Si bien, la punzada que atravesó mi costado me recordó que Michael era el responsable de mi estancia en el hospital. Me pregunté cómo nunca me percaté de lo peligroso que era. Jamás debí dirigirle ni siquiera una mirada.

Extendí la mano y la coloqué en la espalda de James. Él giró con la camisa de Michael entre los dedos. Tuve que dar un salto atrás pues estaba tan cegado de furia que me lanzó un puño. Mi cabello me sacudió la frente por el impulso, mas el golpe cayó al aire.

Abrí los ojos con desmesura y me mordí el interior de las mejillas en tanto procuraba quedarme inmóvil. La turbulencia en esa mirada verde se incrementó. James frunció el ceño como si intentara comprender el porqué de mis acciones. Fijé la mirada en él, y comprendí que la única forma de lograr que se fuera era mostrarme indiferente, incluso furiosa por su conducta. Me llevé las manos a la cintura e intenté mostrarme impasible, no era el momento de mostrarle el torbellino de sentimientos que me recorría.

—Vete, nos reconciliamos. —Giré mi cuerpo para mostrarle la puerta—. No tienes nada que hacer aquí.

James soltó a Michael, quien, con un gemido, cayó al suelo cual saco de papas. Y a pesar de reírse, pude escuchar el suspiro de alivio cuando los golpes se detuvieron.

Cuando James dio un paso hacia mí, retrocedí. La intensidad en su mirada provocó que mi estómago diera una voltereta. Levanté la mano hasta el cuello, pero al percatarme la dejé caer. No obstante, segundos después repetí el gesto. Entreabrí mis labios cuando James se acercó tanto que mi piel recibía la tibieza de su aliento y no tuve que levantar el rostro para encontrar sus ojos. Sin percatarme, él dobló las rodillas. Estaba tan desconcertada que no intuí sus intenciones.

Cuando al fin pude reaccionar, él me llevaba sobre su hombro y ya estábamos fuera de la habitación. Me removí entre sus brazos. «¿Por qué no comprendía el error que cometía? ¿Por qué le interesaba tanto mi bienestar? ¡Tenía que alejarlo de mí!». Si bien, moverme era fútil porque él encontraba cómo aprisionarme más. Me sentía tan descolocada que lo único que escapó de mis labios fue:

—¡Te odio, James!

Por un instante hubo cierta vacilación en sus pasos, si bien continuó hasta la salida. El Ford del abuelo nos esperaba en la entrada. James me dejó en el asiento con una dulzura desconocida para mí. Con lentitud levanté la cabeza tras forzarme a tragar en un intento de eliminar la pesadez en mi interior. Me quedé inmóvil al percatarme de que James mantenía los brazos a mi alrededor con el cuerpo inclinado y sin permitirme escapar con tan solo la mirada.

—Ódiame, muñeca. Eso no evitará que me aferre a ti.

Extendí la mano, si bien la turbulencia que se apoderó de sus ojos me arrancó el aliento. Parecía… culpable. Fruncí el ceño con la mano suspendida en el aire. En esa ocasión él no huyó de mí y mi entendimiento se nubló por sus acciones.

—¡Alto! —gritó alguien y James se apresuró a subir.

El automóvil se puso en marcha. Y cuando dudé de que fuéramos capaces de escapar, el abuelo movió la palanca en el lado derecho del volante y maniobró hasta alcanzar una velocidad imposible para la máquina. Me aferré al borde del asiento, mas del lado izquierdo tropecé con algo. Me sobresalté al encontrar la mano de James. Quise apartarme, no obstante, él se aferró a mí y no se quejó de mis apretones.




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