Un accidente del destino

Capítulo 1

El sonido insistente del despertador llenó el pequeño dormitorio de Sarah, acompañado por los rayos de sol que se colaban a través de las cortinas mal cerradas. Su móvil vibraba al borde de la mesita de noche, pero ella lo ignoraba, atrapada en un sueño que, a esas alturas, ya se había convertido en un lujo peligroso.

Fue Daniela, su compañera de piso, quien interrumpió el dulce letargo. La puerta se abrió de golpe, y una voz alarmada resonó en la habitación.

—¡Sarah! ¿No tienes una entrevista esta mañana? ¡Es tarde!

Sarah abrió los ojos de golpe y se sentó en la cama, con el cabello rubio completamente despeinado y la marca de la almohada dibujada en su mejilla. Miró el reloj con horror.

—¡Mierda! —gritó, saltando de la cama. Entró a la ducha, y menos de cinco minutos salió.

Buscó algo que ponerse entre la ropa amontonada en la silla junto a la ventana.

—¿Por qué no me despertaste antes? —se quejó mientras luchaba por meterse en una roja y ajustada.

—¡Te he llamado tres veces! Pensé que ya estabas despierta —respondió Daniela desde el pasillo, cruzando los brazos—. Aunque no sé cómo puedes dormir con ese despertador infernal.

—Tú lo programaste, no te quejes —gruñó Sarah, tirando de top negro y un blaiser del mismo tono limpia. Agarrando su mochila.

En la cocina, apenas tuvo tiempo de beber un sorbo de café antes de escuchar el pitido de un mensaje entrante en su móvil. Era un recordatorio de la dirección de la entrevista: Josefa Valcárcel 48. Frunciendo el ceño, se giró hacia Daniela, que la miraba divertida.

—Deséame suerte —dijo Sarah, colocándose el casco, y bajó las escaleras con Daniela siguiéndola hasta la vereda.

—¡Mucha suerte! Pero ten cuidado, ¿vale? No hagas locuras con esa Vespa.

Sarah hizo una mueca mientras encendía el motor.

—Locuras no, solo atajos.

El pequeño scooter arrancó con un rugido modesto, y Sarah se lanzó al bullicioso tráfico madrileño. Su mente estaba en todas partes: repasando posibles preguntas de la entrevista y calculando si llegaría a tiempo. Por supuesto, también estaba lidiando con el nerviosismo que siempre acompañaba a las oportunidades importantes.

***

El despertador de Oliver sonó a las siete en punto, acompañado de una suave melodía instrumental. No necesitaba un estruendo para despertarse; era un hombre de rutina, y su cuerpo ya estaba acostumbrado. Abrió los ojos y, tras un breve momento para adaptarse, se levantó con eficiencia, dejando la cama perfectamente estirada tras él. Las sábanas blancas quedaban tan impolutas como el resto del piso.

Su apartamento, ubicado en el exclusivo barrio de Salamanca, era un reflejo de su personalidad: minimalista, ordenado y absolutamente impecable. Cada mueble estaba colocado con precisión, cada superficie brillaba, y los tonos neutros predominaban, desde las paredes en gris claro hasta los sofás de cuero negro. Sobre la encimera de la cocina, una cafetera de última generación preparaba su espresso matutino mientras él consultaba la tablet que reposaba en la isla.

La agenda del día estaba perfectamente cronometrada:

8:30: Reunión con el equipo de inversores.

10:00: Llamada con el abogado de la empresa.

11:30: Visita al nuevo local en desarrollo.

13:00: Almuerzo con un cliente potencial.

15:00: Revisión de contratos en la oficina.

18:00: Sesión en el gimnasio.

Todo estaba calculado al minuto. Mientras bebía el primer sorbo de café, Oliver revisó el estado del tráfico en su móvil. La Gran Vía, su ruta habitual hacia la oficina, estaba bloqueada por un accidente que prometía horas de retrasos. Arrugó ligeramente el ceño, un gesto raro en alguien que solía mantener la calma. Detestaba los imprevistos.

—Muy bien, Plan B —murmuró para sí mismo mientras abría una aplicación de mapas y trazaba una ruta alternativa. Era un pequeño desvío, pero podía llegar a tiempo si se mantenía en movimiento.

Terminó su café, enjuagó la taza y la colocó perfectamente en el escurreplatos. A continuación, ajustó su reloj y se aseguró de que el nudo de su corbata estuviera impecable frente al espejo del recibidor. Con el maletín en mano, echó un último vistazo al piso antes de salir. Todo estaba en su lugar, como siempre.

Al bajar al garaje, su Audi negro lo esperaba reluciente. Oliver apreciaba la precisión en cada detalle de su coche, desde la perfecta limpieza hasta el brillo de la pintura. Subió al vehículo, encendió el motor y programó la nueva ruta en el GPS. No podía evitar sentir una ligera molestia por tener que desviarse, pero sabía que una buena planificación también incluía adaptarse a los cambios.

Con el tráfico avanzando con más fluidez de lo esperado, Oliver encendió el manos libres y comenzó a repasar mentalmente los puntos clave de la reunión con los inversores. Mientras tanto, su reloj marcaba las 8:12. Calculó que llegaría con al menos cinco minutos de antelación, justo como le gustaba.




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