Un amor de cuentos de hadas

Capitulo once: la grieta en el cristal y el último paso

Helen

"La grieta en el cristal"

Hoy, el aula tiene una atmósfera diferente. No sé si es la luz que entra por las ventanas o la sensación persistente de que algo está por cambiar. Tal vez es esa extraña calma antes de la tormenta que nunca llega, o tal vez soy yo. Lo único que sé es que al sentarme en mi puesto habitual, no puedo dejar de mirar a Eva, que se encuentra al frente, en su pedestal de siempre, observándonos desde su mundo de certezas.

Ella sigue siendo esa figura que domina el aula, la profesora imponente que no perdona ni el mínimo error. Pero algo ha cambiado. Y no tiene que ver con ella. Tiene que ver conmigo.

El silencio es espeso, denso, como si todo estuviera suspendido en el aire. Nadie se atreve a romperlo. Mientras ella se dispone a comenzar la clase, siento la mirada de Eva sobre mí, esa que siempre tiene algo de desafío, como si estuviera esperando que me equivocara. Me he dado cuenta de que, de alguna forma, le incomoda que no me someta a su autoridad. Y, por alguna razón, esa incomodidad me gusta.

—Hoy vamos a hablar sobre los límites de la literatura —comienza, su voz cortante como siempre—. ¿Qué es lo que define un buen texto? ¿El contenido o la forma? ¿Y qué pasa cuando la forma se deshace por completo? Es algo que solo los grandes escritores logran hacer. No todos podemos llegar a ese punto.

Me cuesta escucharla sin sentir esa ligera repulsión. ¿Quién decide lo que es grande y lo que no lo es? ¿Ella? ¿La academia? ¿Los críticos? Siempre me ha parecido que ese concepto de "gran literatura" está tan lleno de subjetividades como el propio arte. Y, sin embargo, no puedo evitar que sus palabras me inquieten.

Eva sigue hablando, pero mi mente divaga. La miro fijamente mientras habla, y me doy cuenta de algo extraño. A pesar de toda su fachada, sus palabras empiezan a perder peso. Quizás porque, aunque ella siempre ha tenido el control sobre el aula, ahora yo soy quien sostiene mis respuestas con más fuerza. ¿Por qué me he pasado tantos años intentando agradarle? ¿Por qué he permitido que su mirada me descoloque tanto? He estado buscando algo en ella, algo que nunca voy a encontrar.

En un momento, Eva se detiene y me observa. La clase se hace silenciosa. Un hilo invisible nos conecta, y siento que ella espera que yo sea la que responda. El eco de su mirada lo sé de memoria. Su desafío. Su necesidad de demostrar que está por encima. Y entonces, sin pensarlo demasiado, levanto la mano. El resto de los estudiantes parece sorprendidos, como si no se esperaran que fuera yo la que tomara la iniciativa.

—Helen —dice, su tono mezcla de curiosidad y desafío, como siempre. El brillo de su mirada me hiere, pero también me da fuerza.

—La literatura no necesita demostrar nada, Eva. Y tampoco necesitamos tener una respuesta definitiva para entenderla. A veces, lo más importante es lo que nos ocurre mientras leemos, lo que nos hace cuestionarnos, lo que nos obliga a mirar más allá de lo evidente. ¿No es eso lo que realmente importa?

Las palabras salen sin pensarlo demasiado, como si ya las hubiera dicho antes, como si las hubiera estado guardando para este momento. Y por un segundo, me siento bien. No porque haya dicho algo brillante o porque haya logrado sorprenderla. Sino porque finalmente soy yo quien está en control de lo que digo, de cómo lo digo.

Eva no responde de inmediato. Y eso me desconcierta más que cualquier crítica. El silencio se alarga, como si estuviera buscando una grieta en mi argumento, un lugar donde pueda desgarrarme. Pero no la hay. Porque lo que he dicho es lo que siento, y mis palabras son firmes, no por la aprobación de nadie, sino porque ya no dependen de sus ojos.

El resto de la clase continúa sin mayores sobresaltos, pero algo ha cambiado en el aire. Mientras Eva se retira a su esquina, y sus palabras ya no parecen tan poderosas, siento que mi presencia en este espacio ha dejado de ser un accidente. Ya no estoy aquí para demostrar nada. No me importa si me entiende o no. No me importa si ella sigue jugando a ser la autoridad que tiene todas las respuestas. He aprendido que las respuestas más importantes no se encuentran en los libros ni en los exámenes. Se encuentran en los espacios en blanco que dejamos por miedo a ser nosotros mismos.

Y cuando veo que Eva me lanza una última mirada antes de retirarse, ya no siento esa presión que alguna vez me dobló. Solo una ligera curiosidad. Porque ahora sé algo que ella no sabe. Que el control nunca fue suyo.

"Seis meses después"....

El tiempo ha pasado volando, aunque no siempre de manera agradable. La universidad se ha ido convirtiendo en un espacio familiar, un lugar lleno de rostros que ya no son tan extraños, pero que siguen siendo en su mayoría solo eso: rostros. Lo que antes era un mar de incertidumbres y dudas ha comenzado a tomar forma, aunque no siempre la que esperaba.

Estamos a mitad de semestre, y el final está a la vista. Me han faltado tantas respuestas, tantos momentos que se quedaron a medio vivir, pero también han sido tantos los descubrimientos. El aula, la biblioteca, los pasillos de la facultad, se sienten ahora como lugares de paso. Ya no soy una novata. Ya no soy una extraña. Pero tampoco soy quien imaginé que sería cuando todo comenzó. He cambiado. Y en ese cambio, he aprendido a abrazar la incertidumbre, a encontrar paz en el caos.




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