Alex se encontraba encerrado en las cuatro paredes de su habitación. La puerta tenía el seguro puesto y, por si acaso, una silla que obstruía el paso en caso de que la puerta fuera abierta. Al costado de su cama, había un buró gris de un solo cajón, pero este ocultaba un espacio secreto. Alex aprovechó cierto escondite para guardar todas sus cosas de maquillaje, desde brochas hasta bases y delineadores. También en ese pequeño espacio ocultaba vestidos, todos de color rojo, quizá porque es su color favorito. Por último, tenía tres pelucas, todas del mismo color y longitud; anhelaba tener el cabello largo y de color castaño.
Comenzó la preparación para su pasarela personal desdoblnado un vestido rojo sin mangas y con la espalda descubierta. Se lo probó una vez y empezó a modelarlo por toda su habitación. Mientras se admiraba en el espejo, notó que algo le faltaba: ¡el calzado! Buscó en un mueble viejo y encontró un par de botas cafés; aunque no combinaban con el atuendo, no tenía otra opción, se sentía como una modelo de pasarela.
Acto seguido, inició con su rutina de maquillaje. Aplicó la base uniformemente por todo su rostro y utilizó corrector para disimular sus ojeras. El intento de delineado no fue exitoso y terminó pareciendo los garabatos de su primo de tres años. Sin desanimarse, pintó sus labios de un rojo intenso y, para finalizar, se rizó las pestañas, dando el toque final a su look.
—Desde este momento, mi nombre será Aura. Soy Aura —dijo al mirarse al espejo.
Aura se sentía cómoda con todo lo que tenía puesto; realmente representaba su verdadera personalidad. En la privacidad de su cuarto, no necesitaba fingir ser alguien que no era. Todo era perfecto mientras disfrutaba probándose cada prenda que había comprado en línea. Sim embargo, la ilusión se desvaneció con un grito desesperado que provenía de la cocina.
—¡Alex, baja a comer! —gritó su madre.
—Maldita sea —murmuró Aura.
Con rapidez, comenzó a quitarse el vestido rojo y escondió las botas debajo de su cama. Se despojó del maquillaje, y poco a poco, la expresión femenina que había construido se fue desvaneció. Aunque su apariencia cambiaba, sabía quién era en su interior: Aura. Mientras intentaba ocultar todos los productos de belleza, alguien empezó a golpear la puerta con insistencia.
—Alex, te dije que bajaras a comer. La sopa se va a enfriar —gritaba su mamá mientras forcejeaba la perilla de la puerta—. ¿Por qué está cerrada con seguro? ¿Qué estás haciendo?
—Nada, mamá. Estoy limpiando mi cuarto, en un momento salgo —respondió Aura.
—Contaré hasta diez, o derribaré esta puerta.
Con rapidez, Aura escondió todas sus pertenencias y salió del cuarto.
—¿Qué tanto haces, jovencito? —preguntó su mamá con curiosidad.
—¿Yo? Nada importante.
—Pero, ¿no estabas limpiando tu cuarto? —insistió ella, echando un vistazo al interior.
—Sí, estaba ordenando mi habitación. Pero es mejor que bajemos a comer antes de que se enfríe la comida —respondió Aura, cerrando de golpe la puerta.
Ambos se dirigieron al comedor y se unieron con el resto de la familia. Alex, ahora Aura, tenía un hermano mayor, Sebastián, con quien no convivía mucho, pero mantenían una buena relación. Al otro lado de la mesa estaba su padre, un hombre bastante reservado y de carácter fuerte.
—¿Por qué no bajabas? —preguntó su padre, visiblemente molesto.
Aura no respondió ni una sola palabra; en lugar de ello, comenzó a comer en silencio.
—Sebastián, ¿cómo va tu relación? Laura me parece una chica estupenda —comentó la madre.
—Va de maravilla, parece que la relación va en serio —respondió Sebastián con una sonrisa.
La madre, entusiasmada, se volvió hacia Aura.
—Me da alegría oí eso. Alex, me gustaría que tú también tuvieras novia. No te he visto salir con nadie últimamente.
Aura frunció el ceño al oír su antiguo nombre, pero por esta ocasión contuvo su frustración. Ante la pregunta de su madre no quiso responder nada, pero la señora se mostraba insistente en querer saber una respuesta.
—Aún no es momento —dijo con voz baja.
La madre la miró con seriedad.
—Espera un momento, ¿qué tienes en el ojo? En el párpado, está rojo —exclamó, preocupada.
—¿Mi ojo? No tengo nada —respondió Aura, confundida.
—Parece pintura —observó Sebastián, quien se encontraba sentado junto a ella.
—No es pintura —grito Aura e inmediatamente corrió al espejo del baño para verificar lo de su ojo. Al inspeccionarse, se percató de que la sombra morada que había aplicado aún permanecía sobre su rostro. Rápidamente, se lavó la cara con fuerza.
—¿Te pintaste los ojos? —preguntó su madre.
—No, mamá. Seguramente es el polvo de los gises que usé para mi tarea de la escuela —respondió Aura, nerviosa.
El silencio se apoderó de la mesa mientras todos se concentraban en terminar su comida: sopa fría acompañada de un enorme trozo de pollo. Después de la comida, Aura ayudó a lavar todos los platos sucios.
—Mamá, volveré pronto, voy a salir un rato con Sam —anunció.
—Está bien, Alex. No te demores mucho, no quiero que regresas tan tarde a la casa —respondió su madre.
—Regresaré antes de que anochezca —respondió, ansiosa por ver a su amiga.
—¿Por qué vas tan abrigado? ¿A caso no tienes calor con esa chamarra? —inquirió su madre.
—Para nada, el clima está fresco —contestó, aunque por dentro todo su cuerpo estaba empapado de sudor. Tenía que aguantar, pues bajo la chamarra llevaba un top rojo y los pantalones ocultaban unos shorts blancos. Aún no se atrevía a mostrar esa ropa frente a su familia porque tenía miedo a las reacciones que tuviera cada uno.
Aura caminaba por las calles con un poco de inseguridad, pero por fortuna, la casa de Sam estaba solo cuadras de distancia.
—Hola, Sam —exclamó Aura con alegría al llegar.