Un Amor en el Tiempo

6. Lo que jamás debió repetirse

El silencio que siguió al último campanazo era imposible. No el tipo de silencio natural de una madrugada tranquila, sino uno profundo, pesado, como si el mundo entero contuviera la respiración.

Mateo—Gabriel—miró a su alrededor. La plaza, la torre del reloj, la gente que antes los rodeaba… todo se veía igual. Pero algo en el aire había cambiado.

Valeria—Elena—se llevó las manos a la cabeza. Su mente bullía con recuerdos que se encajaban a la fuerza en su conciencia, como piezas de un rompecabezas que por fin volvían a su lugar.

Samuel los observaba, expectante.

—Díganme que lo recuerdan —susurró, casi rogando.

Mateo tragó saliva.

—Recuerdo… que esto no debió repetirse.

El rostro de Samuel se contrajo de alivio y desesperación al mismo tiempo.

—Entonces, aún hay una oportunidad.

Valeria cerró los ojos, respirando hondo. La sensación de vértigo la golpeó de nuevo, pero esta vez no la rechazó. La dejó entrar, la dejó arrastrarla… y, finalmente, lo vio todo.

El principio. El verdadero principio.

Un pacto con el tiempo

Hace más de un siglo, Gabriel y Elena habían sido diferentes. Habían vivido en ese mismo lugar, en una época donde la ciudad aún era joven, donde las luces de gas titilaban en las calles y la torre del reloj dominaba el paisaje como el latido de un gigante dormido.

Se amaban. Se amaban con un fervor que desafiaba las leyes del mundo. Pero la vida no les pertenecía.

—Nos separarán —había dicho Gabriel aquella noche fatídica.

—No si encontramos la manera de evitarlo —susurró Elena.

Y entonces, cometieron el error que los condenó.

Buscaron a alguien. Alguien que no debieron buscar.

Un anciano sin nombre, de ojos oscuros como el abismo, les habló de una manera de burlar el destino.

—Si el tiempo los separa… hagan que el tiempo los traiga de vuelta —les dijo, con una sonrisa enigmática.

Les habló del reloj. Del poder que guardaba. De lo que significaría.

Un ciclo. Un bucle sin fin.

Podrían volver a verse una y otra vez. Pero cada vez que lo hicieran, olvidarían todo.

Y aceptaron.

Con cada campanazo, el tiempo los devolvía al punto de partida. Cada intento por recordar, cada fragmento de memoria, era solo una sombra de lo que alguna vez fueron.

Un castigo que ellos mismos se impusieron.

El presente… y el final del ciclo

Valeria abrió los ojos con un jadeo.

—Dios mío… —murmuró, sintiendo que las piernas le fallaban.

Mateo la sostuvo antes de que cayera.

—Lo hicimos… Nosotros lo hicimos.

Samuel asintió con gravedad.

—Y ahora, por fin, tienen la oportunidad de romperlo.

Pero una sombra cruzó el rostro de Valeria.

—Si lo rompemos… —Se mordió el labio, temblando—. ¿Eso significa que nunca más nos volveremos a encontrar?

Mateo sintió un peso helado en el pecho.

Romper el ciclo significaba aceptar la verdad. Que su amor, aquel amor que los había condenado, solo podía existir dentro de este eterno juego del tiempo.

Si lo terminaban, si finalmente elegían seguir adelante… el destino no les prometía nada.

Mateo entrelazó su mano con la de Valeria.

—Prefiero vivir un solo instante contigo y recordarlo… que seguir perdiéndote una y otra vez.

Valeria contuvo un sollozo.

Samuel les ofreció la única salida.

—El reloj marcó 6:08 a. m. Si llegan a 6:10… el ciclo se reiniciará. Si quieren acabar con esto… deben tomar una decisión antes.

Elena y Gabriel se miraron por última vez.

La respuesta era clara.

Y el tiempo, por primera vez en cien años, estaba dispuesto a escucharlos.




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