Un Amor Para Nada Común #3

CAPÍTULO 41

THOMAS

Toda la cocina quedó en un silencio sepulcral, luego de la gran confesión de Erik.

¿Gustarle? ¿Qué? ¿Desde cuándo?

¿Tan mal mejor amigo soy qué nunca me enteré que es homosexual?

Mi cabeza empezó a maquinar a una velocidad impresionante, tratando de encontrarle sentido a todo esto. Tratando de recordar alguna vez que él haya hecho algo que me haya hecho dudar de su sexualidad, pero no encontré nada, o él es muy bueno ocultando lo que siente o yo soy demasiado despistado.

Miré a Alma, quién tiene sus ojos llorosos por el miedo y pánico que sufrió, tal vez, viendo a Erik con sorpresa y su rostro está tan desencajado, que dudo que no esté igual de pensativa que yo, que no esté incrédula, anonadada.

Alma, dios, la traté tan mal que me merezco que me golpeé hasta que logre desmayarme. ¿Por qué desconfíe de ella? No, que va, ¿por qué confíe en Ximena? Ella empezó con todo esto, a meter ideas absurdas en mi cabeza.

Sé que Alma no es una mujer que deslumbra por su belleza, aunque es bellísima y demasiado hermosa para mí, pero sé que ella no era del tipo que le gustaban a Erik. 

Ahora es cuando empiezo a darme cuenta de lo absurdo que sonó eso. ¿El tipo que le gustan a Erik? Ni siquiera sabía qué tipo le gustaban.

Pero tenía miedo de todas formas, porque Alma tampoco es el tipo de mujer que me suele gustar y terminé enamorado de ella.

—¿No piensas decir nada? —preguntó Erik viéndome asustado y preocupado.

Abrí la boca para decir algo, pero me quedé callado al ver que todos me están prestando atención y siento que esta debería de ser una conversación privada entre él y yo. 

—Vamos hablar en privado, por favor —ordené amable, haciendo que él asienta con la cabeza.

Los dos empezamos a caminar hacia mi despacho, dejando a todos en la cocina anonadados y sorprendidos.

Abrí la puerta de mi despacho y pasé, yendo directo hacia el escritorio, para apoyarme en él y dedicarme a verlo cerrar la puerta y caminar hacia el sillón, para luego sentarse tímidamente en el.

Ninguno de los dos decía nada. Yo me dediqué a verlo y él se dedicó a mirar sus manos sobre su regazo.

—Ya, dime algo —murmuró Erik en voz baja y aún con su cabeza gacha.

—¿Qué quieres que te diga? —pregunté tratando de no ser tan duro.

Me enoja que nunca me lo haya dicho, pero si me pongo en su lugar... Yo nunca lo hubiera podido decir.

—No sé —suspiró y levantó su cabeza para verme a los ojos—. Insultame, golpeame, no sé, lo que sea, pero no te quedes en silencio.

Suspiré y me enderece para caminar hasta él y sentarme a su lado.

Me quedé callado, tratando de encontrar las palabras correctas. Porque si voy a decir algo, no quiero que sea una estupidez.

De repente se vino a mi una pregunta que me estuvo rondando hace unos minutos, así que sin más, le pregunté:

—¿Desde cuándo?

Giré mi cabeza para verlo y supe que él siempre me estuvo viendo a la cara.

Ahora que veo sus ojos, puedo ver el temor que hay en ellos. Pero también noto que es un alivio el haber confesado todo esto.

—Desde chiquito a mi me gustaba jugar con vestidos y... —lo interrumpí negando con la cabeza.

Sin poder evitarlo, solté un pequeño jadeo divertido, haciendo que él me mire raro.

—No hablaba de eso —anuncié y él se sonrojo—. Me vale un cacahuate tu orientación sexual Erick —sonreí de lado, para que sepa que lo digo en serio y él suspiró asintiendo con la cabeza—. Me refería a que... ¿Desde cuándo te gusto?

Me vio por unos minutos a los ojos, hasta que apartó la mirada de mis ojos y bla posó en sus manos.

Suspiró y abrió la boca un par de veces, hasta que al fin pudo hablar.

—Desde que tenemos quince.

Abrí los ojos ante su confesión.

Él se volvió mi mejor amigo a los trece, se podría decir que prácticamente toda nuestra amistad estuvo enamorado de mí y yo sin saberlo.

Puse los codos sobre mis rodillas y apoyé mi cara sobre mis manos, para luego suspirar.

—Soy un asco como mejor amigo —reí para cortar la tensión y él también lo hizo.

—La verdad es que si —contestó, haciendo que gire a verlo—. Tú mamá lo sospechaba y vos nunca lo hiciste. —Soltó una pequeña risa que me sorprendió.

—¿Mi mamá? —pregunté asombrado y él asintió con la cabeza—. De todas formas, ¿estás enamorado de mí desde que salía con Esmeralda? —Erik bajó la mirada y suspiró, para luego asentir con la cabeza— ¿Por qué nunca me lo dijiste?

Tardó un par de minutos en responder y en levantar la cabeza para verme. Minutos que se hicieron eternos para mí.

—Por muchas razones, quizá —contestó al fin, logrando sorprenderme ya que había dejado de prestarle atención por unos segundos.

Me volví a verlo, notando que él me está mirando y fruncí el ceño.

—¿Cómo cuáles?

Luego de esa pregunta, Erik me miró nervioso y se rasco la nuca.

—Cómo qué me dejeras de hablar. Nuestra amistad deje de ser la misma. Te burles de mí. O sino... —se quedó callado, para luego suspirar y rascarse la cabeza. Lo mire curioso y él inhalo hondo—. No sé, tenía las esperanzas de tener una oportunidad, ¿sabes? Que en algún momento, no sé cómo ni cuándo, ocurriera algo entre nosotros que te hiciera dar cuenta que, pues, te gusto, ¿no? No sé, es lo que más me hacia quedarme callado, la ilusión de que si no contaba, pudiera ocurrir aquello. —sonrió de lado burlon, como si todo lo que dijo fuera una estupidez y se rasco la oreja. Sé que está nervioso, porque él cuando lo está, se rasca la nariz, oreja, cabello y manos—. Hice todo esto lo de Alma, porque sabía que empezabas a sentir cosas más fuertes hacia ella y los celos pudieron conmigo, creí... Soy un estúpido —bufó con exasperación mientras se tapa la cara.

Suspiré ante su confesión y me rasque la nuca tratando de pensar en la respuesta correcta. En decir algo que no lo llegue a herir.




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