Un Amor Para Nada Común #3

CAPÍTULO 46

THOMAS

Abrí mis ojos y los retregué con ambas manos mientras bostezo a causa del sueño que aún tengo.

Vi la hora en el reloj que tengo en mi mesita de luz y note que ya van a dar las siete de la mañana. Eso quiere decir que, no puedo volver a dormir.

Giré para ver a Alma y sonreí al verla dormir con su cuerpo boca abajo y toda su espalda descubierta hasta la cintura.

Sonreí aún más al recordar todo lo sucedido de anoche.

Su horrenda cena, pero que con tal de verla sonreír como lo hizo, la volvería a comer. El muy rico helado entre besos. Sus besos. Sus caricias. Su forma de hacer el amor.

Pero aunque nada de eso hubiera pasado, yo seguiría sonriendo como ahora al recordar sus palabras.

Dios mío, hace tanto que no me sentía tan bien, tan feliz, tan lleno y lo supe, cuando ella dijo que me ama. Sentí algo tan grande esparcirse por mi pecho, un calorcito tan rico que fue tan acogedor.

Me recordó a cuando ella me abraza luego de tener un mal día en el trabajo y hace que me acueste sobre su pecho, para así poder acariciar mi espalda o cabello con más facilidad. Cuando ella hace eso, siento algo agradable en mi pecho, un calor inexplicable. Pero, ayer que confesó que me ama, algo dentro mío quemó, pero no dolió.

Me dieron ganas de acariciar su espalda, pero eso la despertaría y no quiero despertarla. Agarré la sábana y la cubrí hasta los hombros, para evitar que se hele.

Todo iba bien, sintiendo su delicioso aroma de manzana en el cabello, hasta que sentí un retorcijon en la panza.

Decidí ignorarlo, no es nada gra...

Me levanté como si fuera el mismísimo Flash de la cama y corrí hacia el baño, agarrando mi panza y evitando hacerme popo en los pantalones.

Llegué justo a tiempo a sentarme en el hinodoro, cuando, literalmente explotó mi retaguardia.

Jamás me había pasado de cruzar las piernas y empezar a transpirar, mientras no dejó de defecar. Hasta hoy día.

—Ay diosito, ¿por qué comí la comida de Alma? —me quejé, mientras ruego de que esto ya pase.

Mi panza empezó a sonar rarisimo, mientras que yo cierro los ojos fuertemente y siento la transpiración empezar a bajar por mi cara.

Levanté la cabeza y vi al techo.

—Hola Dios, soy yo de nuevo... —no pude seguir, porque me interrumpió un golpe en la puerta.

—¿Amor? ¿Estas bien? —preguntó Alma atrás de ella, con un tono de voz claramente de preocupación.

No desgraciada, no estoy bien. Me envenenaste anoche y ahora tengo tremenda diarrea, como para deshidratarme.

—Sí —respondí lo mejor que pude, tratando de sonar lo más creíble posible.

Con eso esperé que Alma se vaya, necesito paz para poder defecar tranquilo.

Aunque estoy seguro que con o sin paz, mi trasero no dejará de desechar aquello.

Es más, deberían de llamar a un exorcista, porque esto no es normal.

Quiero a mi mami.

—Thomas, ¿en serio estás bien? —preguntó nuevamente Alma.

Esta vez no pude responder.

Mis piernas tiemblan, mi panza y trasero duelen, mis ojos están cerrados fuertemente mientras le ruego a Dios que acabe con esta tortura, mis manos están hechas puño y siento que mi voz va a salir temblorosa.

Al no responder, Alma ingresó al baño con una expresión llena de preocupación en su rostro.

Al verme, soltó un pequeño grito, para después taparse la nariz.

—Perdón, que asco —dijo lo mas audible posible y salió del baño cerrando la puerta atrás de mí.

Fue ahora que me acordé de una iconica frase de la película dónde salen los hermanos Copeland.

“No me olviden”

¿Por qué me acuerdo de esas cosas, en momentos como este? Debo dejar de juntarme con Alma, definitivamente.

Luego de varios minutos más de agonía y dolor en ese baño, salí como Bambi cuando nació.

Me agarré de la pared para poder caminar bien sin caerme, ya que no siento tanto las piernas como quisiera.

Tengo acalambrado hasta el culo. ¿Será normal esto?

La puerta del cuarto se abrió y vi a Alma ingresar con una bandeja en sus manos.

—Le dije a Leti que estás indispuesto y me dio esto —informó mientras yo me vuelvo acostar en la cama, me siento sin nada de fuerzas—. Dijo que no me mueva de aquí, hasta que no te tomes todo esto —mencionó, señalando con su cabeza la taza que hay en la bandeja y la pastilla, para luego mirarme divertida—. No me digas que al doctor Mendes, le cuesta tomar una pastillita.

La miré mal, pero decidí no decir nada. Me siento hasta sin fuerzas como para responder.

—Dame —fue todo lo que pude decir y como predije, la voz me salió amortiguada.

Alma me vio preocupada y dejó la bandeja en mis piernas.

Mire la taza y vi que es algo verde. Después de la sopa azul de Alma, no quiero volver a probar algo liquido de un color que no sea normal.

—Tranquilo, es té con algunas yerbas que le puso Leti —explicó Alma y yo asentí con la cabeza.

Si lo hizo Leti, lo bebo hasta con los ojos cerrados.

Perdón Kopi, pero ahora la pensaré dos veces antes de volver a comer algo tuyo.

Lo pensé, pero no lo dije.

Agarré la taza y bebí un sorbo de aquel té y, sorprendentemente, está delicioso.

El calorcito y el sabor a algún yuyo mágico de Leti, pasaron por mi garganta, haciendo que mi cuerpo se relaje ante tal cosa maravillosa.

Alma se subió de su lado de la cama arrodillada y se quedó así, viéndome aún preocupada.

—¿Qué comiste? —preguntó viéndome curiosa y yo la miré pensando si en serio había preguntando eso—. Porque déjame decirte que lo que vi allá adentro —señaló el baño con su dedo índice—, no era normal. Tu cara toda contraída hasta el punto de casi llorar, tu cuerpo temblando, sudando como si hubieras corrido cinco maratones...

—¿En serio me estás preguntando qué comí? —cuestioné sintiendo mi voz normal luego de haber bebido un poco más del té maravilloso de Leti. Alma asintió con la cabeza, confundida—. Tú sopa azul y unas papas negras, comí, ¿lo recuerdas?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.