—Perdón, de lo más profundo de mi corazón, te pido perdón.
—Tu perdón ya no resuelve nada Fernanda, tú me orillaste a esto, yo me humillé de tantas formas, me sentí un miserable, que me merecía todo y cualquier cosa que dijeras e hicieras, aun dejándome al día siguiente de la supuesta boda, hasta ahí te hubiera perdonado, dejar a mi familia en la calle, quitarme todo lo que tenía, hasta ahí te hubiera perdonado, porque te amaba ¡carajo, te amaba Fernanda! Pero lo que hiciste con mis hijos, eso no puedo.
—¿Ya no me amas?
—Estoy hablando de mis hijos, no si te amo o no, eso ya no importa. No llores, Fernanda, porque ya no me vas a conmover, antes caí en esa treta de hacerte la inocente, pero se acabó. El imbécil de Santiago Montiel que te creía todo se murió y tú lo mataste.
—Dijiste que tu amor soportaría cualquier cosa.
—Pues tú me hiciste dar cuenta de que no era así, de que realmente no podía soportarlo todo, nunca pensé decir esto; sin embargo, así lo siento, Fernanda, eres lo peor que me ha pasado en la vida, ojalá y nunca te hubiera conocido.