—¡Ya me quiero ir, les dije! Me tienen como prisionera en contra de mi voluntad, me siguen tratando como si a cada segundo me pueda romper, no soy una muñequita de porcelana.
—Es por tu bien amiga, necesitas descansar.
—Descansar un carajo, las veo muy nerviosas, díganme en este instante la maldita verdad.
Ambas casi temblaban, es que tenían ese temor, que algo le volviera a pasar; sin embargo, también sabían que debían, por fin, decir la verdad o, por lo menos, parte de ella.
—Amiga, alguien te atacó, quiso asaltarte y puso tu vida y la de tus hijos en riesgo, por favor no intentes recordar, porque te hará daño—se acercaron a ella a abrazarla, pero por algún motivo aquel abrazo, no se sentía aquella calidez, como que una que había sentido antes, no quiso sobre pensar de aquello.
—Quiero irme de aquí, siento que me estoy ahogando, tanto amor me asfixia.
Ellas sonreían y la ayudaron con aquello, no vistiéndola, pero recontratando a la enfermera del turno nocturno que la atendía, no podía ni vestirse sin sentir algún tipo de dolor.
—Me siento como una niña, no puedo ni ponerme la ropa interior.
—No se preocupe señorita, para eso me contrataron—indico la enfermera, quien la ayudaba a vestirse.
—Quiero que mi abogado venga a verme, tengo muchas cosas de que tratar, no sé cómo ha ido mi empresa en este tiempo, llevo semanas alejada de todo, como si me hubiera desconectado de un momento a otro.
El abogado mientras tanto conversaba con James en su bufete.
—Tengo que decirle la verdad, que alguien más compró la empresa y que Luis huyó con el dinero, que solo tiene la casa donde vive y algo de dinero, sin embargo, la parte más cuantiosa se ha perdido, son millones de millones, él supo hacer todo muy bien. El poder que le firmó, le dio toda la libertad, de hacer lo que quiera con su fortuna. Ella no sabía lo que firmaba, ese acuerdo, no lo hizo conmigo, no tengo idea con quién lo hizo, pero voy a averiguar. Me mandó un mensaje hace rato, quiere que la vaya a ver para ponerse al día. Tengo tantos años en su familia, conocí a su abuelo, a sus padres y ahora no sé cómo verla a la cara sin agarrar la mirada al no poder ayudarla. Decirle la verdad, será un gran golpe para ella.
—Te entiendo perfectamente, pero es que no tenemos escapatoria.
—Yo lo haré —era la voz de Santiago, con las manos en los bolsillos y recostado sobre una de las columnas—, además necesito hablar con ella de ciertos temas pendientes.
James abrió los ojos como dos platos, le parecía casi irreal, las pocas veces que le había mencionado el tema, se había puesto siempre a la defensiva.
—¿estás seguro de lo que dices?
—James, no me mires así, como si me hubiera salido un tercer ojo, ahora si me disculpan, tengo cosas que hacer.
Salió de ahí queriendo mostrarse despreocupado, como si no fuera algo importante, sin embargo, la angustia lo apremiaba, debía reconocer que había sido un gran error, velar su sueño, tomar su mano mientras tenía alguna pesadilla, oler el aroma de su cabello recién lavado, su rostro calmado, se supone que debía arrancar aquel amor de raíz, en cambio, lo estaba alimentado como un estúpido.
Estacionó su auto frente a la residencia Fernanda, suspiró profundo y apagó el motor. Las amigas de ella, sabían que él iba a llegar, así como también que no le habían mencionado, por temor a que se negara desde mucho antes. Sigilosamente, se marcharon luego de saberla instalada y la enfermera fue a hacer unas compras.
—¡¿Qué haces aquí?! Mejor dicho, no entiendo quién te dejo entrar, por favor vete por donde viniste—ella también trataba de guardar la calma, se supone que no lo veía desde aquel día que lo dejo en la noche de bodas, sin embargo, lo que ella sentía era algo distinto, trato de guarda la compostura, que sus gestos no la delataran, su vientre abultado la delataba, entre cerro los ojos y se llevó las yemas de los dedos a la cien, como si un zumbido empezara a retumbar en su cabeza.
—Vine a hablar contigo y de nuestros hijos.
—¡¿Qué acabas de decir?! Mis hijos no tienen nada que ver contigo, por favor, márchate. —Antes que ella le cerraba la puerta, él puso el pie entre esta y el marco.
—esta vez no voy a retroceder, compórtate como una adulta y no como una niña inmadura.
—¡estás loco y vete de mi casa! No eres nadie para decirme esas cosas, te dije, son mis hijos y no tienen nada que ver contigo, no me interesa. ¿No entendiste aquella mañana? Cuando no me encontraste en la cama, cuando te dejé aquella nota, cuando te dije cuanto te odio y desprecio, no soy la chiquilla estúpida que caía en sus brazos como en esa época, deje de ser la incondicional, así que Santiago, ahórrate el discurso que seguro tienes preparado y márchate por donde viniste.
—No me vengas con discurso barato de novela, Fernanda Del Castillo, ellos también son míos y tengo tanto derecho como tú, te aseguro que no podrás alejarme, aunque te vuelvas a esconder en cualquier pueblito lejano, ni siquiera debajo de las piedras, te buscaré vayas donde vayas y más te vale que quieras vivir en paz o en zozobra constante.
Se sentía indignada, no como se atrevía, lo que tenía de guapo, lo tenía de descarado e insolente y ella no se iba a quedar callada, por lo que no se aguantó, no midiendo el peligro.