Yo, como joven, debo confesar que nunca pude amar la Navidad, excepto hasta ese día en que experimenté una verdadera “Noche Buena” y sentí a los ángeles de Dios hacerme compañía y un beso cálido y sagrado de mi amado Rey de amor.
Recibí la visita de un ángel especial, una bella persona, una Cassidy Montgomery, para hacerme cambiar mi visión con respecto a la Navidad. Yo recibí mis milagros aquella noche y desde entonces he dejado de sentir esa tormentosa y gélida soledad que abrazaba mi alma. Ahora puedo decir con un espíritu sereno y libre:
“Noche de paz, noche de amor… ¡Celebro tu nacimiento, oh mi buen Cristo Redentor!”
Señor mío: Aunque esta no sea la verdadera fecha, yo jamás olvidaré los milagros que hiciste en mi alma mirando solo por mi bien. Por tanto, destinaré a ti un día para rendirte honor por tu nacimiento tan humilde en el pesebre que habita en mi corazón.
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