Un ángel en la Tierra

01

La mañana es bastante fresca aquí en San Francisco, California, el sol brilla en lo alta más sin embargo no logra dar el calor suficiente como para no notar que el otoño ya se ha hecho presente entre nosotros, las hojas verdes de las frondosas copas de los árboles en el jardín delantero han comenzado a matizarse de varios colores, el verde vivo que solíamos ver hasta hace unas semanas ya no nos deleita, tonalidades naranja, amarillentas y amarronadas están presentes, tiñendo lentamente el paisaje, dando la premonición de un invierno crudo, como el de todos los años.

Desde la ventana de la cocina puedo ver con claridad la calle principal, los vecinos se saludan cordialmente, algunos autos van y vienen pero el panorama es bastante tranquilo, como todo domingo supongo yo. Tomo la pava, la lleno con agua del grifo y la coloco a calentar sobre la estufa, tomo algunos bizcochos de la alacena mientras trato de arreglar como puedo con mis manos mi cabello desordenado, apenas me he despertado hace una hora y de perezosa he estado revoloteando por la casa, me aseguro de que este todo en su lugar, de que no haya nada extraño, de que las mascotas estén dentro y que no hayan roto algo en sus travesuras nocturnas; suspiro, las diez de la mañana, algo se siente raro, me siento abrumada, como si estuviera inquieta por algo pero no logro identificar que es, mi trabajo ha mejorado mucho últimamente, subí de puesto e incluso mis ingresos económicos han podido darme algo de respiro en cuanto a las deudas y pagos se refiere. Niego con la cabeza, estás siendo paranoica, no hay nada malo que pueda pasar que no pueda manejar.

─Mamá, tengo hambre ─la dulce voz de mi pequeño me causa una sonrisa, volteo a verlo, se encuentra frente a mí, tallando sus ojitos, con un peluche en una mano, el cabello revuelto y sus pantuflas de conejo mal colocadas, en los pies erróneos. Sonrío─. Buenos días.

─Buenos días, amor ─me acerco, lo cargo y cuando lo tengo entre mis brazos beso su mejilla sintiendo sus brazos alrededor de mi cuello─, ¿Dormiste bien?

─No lo sé ─me ve encogiéndose de hombros.

─ ¿Cómo que no lo sabes? ¿Quién entonces? ─río sentándolo en una de las sillas más cercanas y colocándole bien las pantuflas─, ¿Desayunamos?

─Sí ─me sonríe.

─Dime, ¿Por qué no has dormido bien? ─preparo el desayuno para ambos, creo que podemos ir de paseo hoy.

─Tuve un sueño ─le ofrezco un bizcocho y me lo acepta─. Fue... mío.

─Un sueño, ¡Wow! ¿Quieres contarme? ─le sonrío.

─Quiero, pero, no puedo ─suspira─. Perdón.

─No hay problema, cuando quieras hablar conmigo, sabes que estoy dispuesta ─beso su frente y sigo con mi trabajo.

Tomo el control remoto, coloco la televisión, un programa matutino dando la síntesis de las noticias de la última semana, sigo en mi trabajo de preparar un desayuno rico para mí y para Tom, escucho vagamente lo que el conductor del programa está relatando, la verdad no es de mi interés pero supongo que es por costumbre ya que el silencio nunca ha sido de mi agrado; volteo a ver a mi pequeño, se encuentra observando atento la escena que se muestra, rápidamente me acerco a él, lo jalo en mi dirección evitando que siga viendo la forma en que unos protestantes se tratan, están golpeándose, insultándose con improperios que, ¡válgame Dios! Indico al niño que vaya por su ropa, se quite el pijama y lave sus dientes, tomo el control remoto y aprovecho su ausencia para cambiar el canal y que pueda ver algún programa infantil adecuado para él, suspiro, ya ni siquiera es seguro dejarlos ver televisión. No me considero una persona paranoica, tampoco soy sobreprotectora pero muchas veces desearía que Tomassin pueda crecer a su ritmo, sin tener que contaminar su mente con todas las barbaridades que sucede en el mundo, tal vez, cuando yo era niña parecía que la vida era un poco más armoniosa, cuando valía la pena o cuando las ilusiones y la esperanza era lo que nos movía, cuando el amor era importante, cuando ser la mejor personas y la mejor versión de ti no implicaba aplastar al otro. Ni hablar de la época de mi madre o mi abuela, maldición, amaba esas historias que contaban, amaba la manera en la vida parecía tener otro color cuando veía sus fotos viejas o sus anécdotas inundaban las reuniones familiares en las que todos estábamos de acuerdo en que nos hubiera gustado poder vivir aquellos tiempos de antaño. No me malinterpreten, esta época actual que gozamos me parece fascinante, los avances, las nuevas tecnologías, las facilidades, todo es muy próspero y positivo pero parece que no es suficiente, nunca lo es; tengo veintisiete años de edad y me asombra lo rápido y avasallante que el cambio se ha dado.

─Mamá, mamá, ¡mamá! ─regreso a la realidad, mis pensamientos me han tenido bastante ocupada.

─ ¿Qué sucede? ─Lo veo interesada.

─Tía Emilie se encuentra aquí, está tocando la puerta ─señala.

─ ¡Oh, ahora voy! ─dejo las tostadas y salgo disparada hacia la puerta, busco las llaves en el cajón de la mesita del recibidor, sonrío y abro la puerta; mi hermana me sonríe mientras carga algunas bolsas─, ¡Emilie!

─ ¡Hasta que me abres! ─ríe, beso su mejilla y tomo algunas de las bolsas para poder ayudarla a entrar.

─ ¡Tía Em! ─Tom corre hasta ella y se lanza a sus brazos.

─Hola, pequeño consentido ─lo estrecha con fuerza y me limito a verlos encantada, Emilie es la madrina de mi pequeño, ella lo adora─. Vine de paseo, ya que no me visitan desde hace más de un mes, decidí ser yo la que los sorprenda, traje algunos presentes.

─No tenías que hacerlo ─sonrío.

─Sabes que sí, ya no has ido a casa de nuestros padres, prácticamente no has vuelto a verlos y no voy a esperar a que arreglen sus problemas para poder ver a mi sobrino ─me ve seria.

─ ¿Los abuelos están enojados? ─pregunta el pequeño entre sus brazos.

─No, no lo están, solo hemos estado algo distanciados ─respondo─. Porque no buscas tus juguetes y vienes para que desayunemos.




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