Narra Leah
10 años
Bajé las escaleras corriendo al escuchar el tiembre de la puerta resonar por tercera vez, casi tropezandome como consecuencia de la somnolencia que me invadía. Recién me había despertado de mi siesta, cuando alguien pensó que era el momento ideal para visitar.
¿Cómo se suponía que crecería lo necesario para ser la mejor modelo del continente? No, la verdadera pregunta era: ¿Dónde estaba mi hermano que no abría la puerta?
Bufé, pasando las manos por mis ojos para quitarme el sueño, antes de abrir la puerta y encontrar respuesta a la segunda pregunta que me hice.
Mi hermano gemelo estaba allí, con los zapatos llenos de lodo al igual que su short y el balón de fútbol que sostenía. Hablaba con un niño que no había visto antes, tenía el cabello muy oscuro y era tan flaco que por un momento creí que la brisa se lo podía llevar.
Era feo, muy feo.
- ¡Por fin abres! -exclamó mi hermano, empujandome para poder entrar a la casa. Miré las marcas de sus zapatos lodozos en el piso que mamá había limpiado esa mañana.
- Vas a tener que limpiar eso o tendrás problemas -señalé su desastre.
- Dejaré los zapatos aquí y lo limpiaré... En un rato -dijo, mientras se quitaba los zapatos, luego miró detrás de mí-. Kevin, no te quedes allí parado, ¡pero quítate los zapatos!
El niño, cuyo nombre ya sabía, entró con timidez a la casa, haciendo lo que mi hermano le dijo. Cuando terminó, me miró y extendió su mano hacia mí.
- Mucho gusto, me llamo Kevin -se presentó, con algo que parecía un intento de sonrisa. Miré su mano llena de lodo y no pude disimular mi asco.
- Ugh, deberías lavarte, niño -sugerí. Y luego caminé hasta mi habitación.
Era la primera vez que mi hermano traía a un niño a la casa desde que Bruno Waters, su ex mejor amigo, le echó gelatina de mora en la cabeza, delante de toda la escuela.
Había pasado un año, y él seguía preocupado porque decía que si hacía nuevos amigos, estos también le echarían gelatina en la cabeza. O peor: jugo de tomate.
Sentada en mi cama, pensé que tal vez yo debía echarle jugo de tomate para quitarle el mal olor a zorrillo. Me reí de mi ocurrencia, no era una mala idea.
Afortunadamente yo no tenía problemas para hacer amigos, era la niña más popular de la escuela por mi extraordinaria belleza, sentido de la moda y personalidad. Cualidades que me ayudarían a cumplir mi sueño de ser modelo.
- Leah -habló mi hermano, interrumoiendo mis pensamientos, desde el otro lado de la puerta-. ¿Quieres jugar con nosotros? Kevin tiene la nueva edición de Scrable.
Brinqué de la cama y me apresuré a abrir la puerta. Mason me sonreía.
- Dice que nunca ha perdido un juego -siguió hablando, sabía que quería provocarme.
Y por supuesto que lo logró, pronto estaba frente al mocoso del amigo de mi hermano, mirando cómo formaba palabras en mi juego favorito.
Era competitiva, sin dudas, y también la mejor en ese juego.
- E. R. I. Z. O -deletreó el niño cuyo nombre no recordaba. Sonreí, mirando mis fichas.
- E. N. T -hablé, poniendo las letras que, junto con la palabra que él había puesto formó una más larga y con más puntos-. Enterizo -sonreí-. Es obvio que gané, pero buen intento, niño -me levanté del piso-. Es obvio que no todos tienen la capacidad de formar palabras como yo lo hago.
- Estás siendo odiosa, Leah -me advirtió Mason. Lo miré, frunciendo el ceño.
- No es mi culpa que aparte se feo sea bruto.
- No es bruto, casi te empata en puntos -lo defendió, cruzándose de brazos.
Rodé los ojos y les di la espalda para ir a la cocina, donde pude escucharlos hablar.
- Lo siento, ella es un poco...
- ¿Arrogante? -completó el niño.
- Ni siquiera sé lo que eso significa, y eso demuestra que el bobo soy yo -y se rieron.
Tontos. Los niños eran tontos. Y ese Kevin, no me caía nada bien. Pero mi hermano parecía contento con su compañía (cosa que no entendía) por lo que trataría de ser amable con él para que no se alejara de mi gemelo.
Esperaba que pudiera conseguir más amigos para que el niño de cabello oscuro no pasara tanto tiempo con Mason y, en consecuencia, conmigo.
****
Mis deseos por no ver a ese tal Kevin eran cada vez más grandes, y las posibilidades de que se cumplieran eran casi nulas.
Mi bobo hermano pasaba demasiado tiempo con él, y constantemente escuchaba su voz irritante hacer comentarios bobos de niño bobo sobre sus bobos intereses.
Creo que una de las cosas que más me disgustaban era que Mason lo prefería a él antes que a mí cuando siempre fuimos hermanos muy unidos.
Yo era su mejor amiga, ¿cómo podía abandonarme por ese flacucho feo? No podía entenderlo pero tampoco gastaría mi tiempo en eso.
Había algo más importante, algo que ameritaba toda mi atención: conseguir ese bolso edición limitada de Hello Kitty.
Era precioso. Pequeño, con el tamaño justo para meter mi brillo labial. Tenía escrito "Hello Kitty" con lentejuelas y, lo que lo hacía perfecto era ese hermoso color, el más bello de todos: rosa.
Una obra de arte sin luhar a dudas.
Lo necesitaba, con urgencia. Y es por eso que, durante la cena de un viernes, decidí pedirle a mis padres ese maravilloso accesorio.
- No -respondió mi papá, sin más, rompiendo mi corazón.
- Pero es el bolso más bello de la temporada, lo necesito para más tardar el lunes -le expliqué, tratando de hacerle entender la seriedad del asunto.
- Te dije que no, Leah, es mucho dinero para un simple bolso.
- ¡Eres un ogro tacaño! -grité, sintiendo las lágrimas salir.
- ¡Leah! No le hables así a tu padre -me regañó mamá, terminando de romper mi corazón al ponerse del lado de su esposo el ogro. Ambos eran unos tacaños.
- Prefieren el dinero antes que la felicidad de su hija, ¿acaso no me aman? -cuestioné y, sin esperar respuesta, me levanté de la mesa y corrí a mi habitación.
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Editado: 26.07.2020