Capítulo 1: El día que todo se rompió

El doctor no lo dijo con dramatismo, pero a mí me sonó como si hubiese lanzado una bomba. "Cáncer de pulmón" Yo miré a mi mejor amigo -- mi compañero de risas desde los 13 años-- y el solo bajo la mirada, como si el cuerpo ya supiera lo que la mente no podía procesar. Teníamos apenas 20 y reíamos como nunca hacíamos planes estúpidos de adultos y de pronto todo fue hospitales, medicamentos, silencios incomodos, fuerzas prestadas. Yo estuve ahí. Desde el primer resultado, hasta el último aliento. Pero, aunque han pasado años desde que se fue, a veces siento que sigo ahí, en esa sala blanca, deseando que el tiempo se devuelva solo un día.

Yo no lloré. No al principio. Me quede inmóvil, mirando a la nada como si pudiera encontrar una salida entre las manchas de la pared blanca. Él en cambio, solo bajo la cabeza y soltó una risa cortita, de esas que usaba para disimular todo lo que le dolía.

"Que loco ¿no?", dijo. "Y yo que quería llegar a los treinta para ver si maduraba."

Así era él. Hacía reír a todos incluso en las salas de espera donde nadie se atrevería a respirar fuerte. Habíamos sido amigos durante años y cuando nos hicimos novios justo fue diagnosticado. Desde ese día todo cambio, llegaron los síntomas. Lo clásico que todos subestimamos hasta que ya no se pudo ignorar más.

Lo acompañé en cada etapa. En cada quimio. En cada miedo que él disimulaba y yo absorbía como una esponja. Dormía al lado suyo con la angustia pegada al pecho. Me convertí en su enfermera, novia, amiga, psicóloga. y aun así, no fue suficiente.

Murió en 2016. Y aunque han pasado muchos años, hay días en que me despierto esperando su voz. O su risa burlona. O el mensaje de algún tonto meme que solo él podía encontrar gracioso. Escribir esto no me lo va a devolver. Pero quizás, solo quizás, me devuelva algo de mí.