Capítulo 9: El chico de la gorra

Desde ese día, prácticamente vivió en el hospital.

La quimio se convirtió en su nueva rutina, como si la vida le hubiese dado un trabajo cruel a tiempo completo. Lo acompañe en cada sesión. Me aprendí los pasillos, las caras de los enfermeros, el olor a desinfectante que nunca se iba del todo.

Y con las quimios, vinieron los síntomas. El vómito, el cansancio, los dolores de cuerpo que lo dejaban tirado por horas sin poder dormir. Pero lo que más lo golpeo, fue el pelo.

Sí, el pelo.

Puede sonar superficial, pero para él no lo era. Él era vanidoso, coqueto, de esos que se peinaban con estilo, aunque fuera solo para ir a la esquina. Tenía esa energía magnética que hacía que la gente se girara a mirarlo.

Y de pronto, ya no.

La caída del cabello fue lenta, pero despiadada. Una mañana, simplemente se hartó. Se lo rapo todo. Y cuando fui a verlo, ya tenía su gorra puesta. No me dejaba verlo así. Se avergonzaba.

Estuvo casi un mes con la cabeza cubierta, incluso para dormir. Yo le rogaba que se la sacara, que me dejara abrazar esa versión de él también. Pero él no podía.

"No quiero que me veas así", me dijo una noche.

"Pero yo te amo igual", le contesté.

"Ese es el problema", me susurro.

Y ahí entendí que no era el mismo. Que estaba perdiendo su esencia, su atractivo, su identidad. Que de ser el chico que todos miraban, paso a ser el enfermo.

Y eso... eso lo rompía más que la enfermedad misma. Me dolía que no me dejara verlo, sí. Pero me dolía más verlo sufrir así. Así que deje de insistir. Me puse en su lugar. Lo abrace con la gorra, con el vómito, con todo. Porque amar de verdad es aceptar incluso lo que no nos dejan ver.

Y esa etapa fue oscura. Pero también llena de momentos de luz chiquita. Porque a pesar de todo, él seguía haciendo chistes. Me decía que, si se tatuaba un emoji en la cabeza, por lo menos así haría reír a alguien.

Y yo, entre lágrimas y sonrisas, me enamoraba más.