Capítulo 13: La esperanza no debería mentir

Después de esos dos meses buenos, le toco control sobre su scanner para saber cómo estaba el tumor. Él se veía bien. Tenía color. Energía. Volvía a bromear en la sala de espera.

Y entonces entramos. La oncóloga sonreía. Radiante. Nos dijo que el tumor estaba encapsulado.

Encapsulado. Esa palabra sonó como una llave mágica. Nos explicó que eso significaba que ya no podía esparcirse, que estaba más reducido a la mitad del tamaño en que estaba. Que podía operarse cuando quisiera.

--Mañana, en un mes, en un año... tú eliges -- dijo con esa tranquilidad que uno cree solo tener cuando todo está controlado. Yo la miraba, tratando de no llorar. Él apretaba mi mano fuerte, como diciendo "¿viste que sí?"

Y por un momento, le creímos.

Volvimos a casa flotando. Hicimos planes. Compramos helado. Él empezó a buscar en Google cosas como " cómo volver al gimnasio después de una enfermedad larga". Vivimos ese mes como si la vida nos hubiera perdonado.

Y entonces, todo se vino abajo. Otra vez urgencias. Otra vez el pecho. Otra vez sin poder respirar. Otra vez corriendo, con el corazón reventado, deseando que fuera cualquier cosa menos lo que parecía.

Lo dejaron internado. Otra vez. Y ahí fue cuando el alma se me cayó al suelo. ¿Y la operación? ¿Y el tumor encapsulado? ¿Y la promesa de la oncóloga?

¿Dónde quedaron esas palabras?

¿Nos mintieron? ¿Se equivocaron? ¿Fueron optimistas irresponsables o simplemente el cáncer no respeta ni siquiera las buenas noticias?

Yo no tenía respuestas. Solo tenía rabia. Y miedo. Y el peso de haberle prometido cosas ahora sentía vacías.

Él me miraba desde la camilla con la misma pregunta que yo tenía.

"¿Qué pasó?"

Y yo no sabía que decirle. Por primera vez, ni siquiera podía inventarle un chiste para aliviar el golpe. Porque esto... esto ya no tenía gracia.