13 de junio 2015
El sol se filtraba a través de las persianas, pintando rayas doradas en la habitación de Cleopatra Marino. La joven de 16 años se revolvió en su cama al escuchar la voz de su amigo, Leo.
— Cleopata, ¿ya despertaste? —preguntó Leo, observando a Cleopatra fijamente, ella intentaba hacerse la dormida, pero él no era tan fácil de engañar.
— Sí, ya me desperté. Y te informo que es Cleopatra, no Cleopata. —Respondió ella, girándose para mirarlo. Su cabello oscuro caía en cascada sobre la almohada, y sus ojos brillaban con complicidad.
— Amada amiga mía, ¿me puedes preparar el desayuno? —Suplicó Leo, haciendo un puchero irresistible. Cleopatra frunció el ceño.
— ¿Por qué yo? Ve tú. Además, tú me has querido despertar, no se vale. —Replicó ella.
— Es TÚ casa, además, me da flojera levantarme. —Insistió Leo, sabiendo que estaba ganando terreno poco a poco.
— ¡Está bien! Lograste convencerme, Lolito, pero no te salvas y te vienes conmigo. —Accedió Cleopatra.
Ambos descendieron a la cocina, donde los aromas de pancakes recién hechos y café llenaban el aire. Leo señaló algo en la cara de Cleopatra.
— Cleo, tienes algo en la cara. —Dijo.
— ¿Qué? ¿Qué tengo? —Preguntó ella, confundida.
— Esto... —Respondió Leonardo, metiendo la mano en el pote de Nutella y esparciéndose por la cara de ella—. ¿Comes como perro o qué? Tienes Nutella por toda la cara, Cleopatita. —Se burló.
Cleopatra no se quedó atrás y le devolvió el gesto, embarrando Nutella en su mejilla. Ambos se miraron fijamente, y la complicidad entre ellos era palpable.
— Guerra de comida. —Gritaron al unísono, desatando una batalla de risas y manchas de chocolate. La cocina quedó hecha un desastre, pero la diversión había valido la pena.
Después de limpiar y bañarse por turnos, Leo se vistió con ropa que tenía guardada en la casa de Cleopatra. A veces, sus madres pensaban que eran más que amigos, pero la verdad era que su conexión iba más allá. Si Cleopatra lloraba, Leo también lo hacía; si ella reía, él se contagiaba. Ella era su confidente, su guardaespaldas y su felicidad.
— ¿Ya te conté? —Le preguntó Lolo a Cleopatra, el tono de emoción en su voz delataba una buena noticia.
— ¿Qué cosa?
— Hoy por la noche tengo un evento súper importante. —Sonrió.
— ¿El de arte? —Cleopatra alzó las cejas, sorprendida. Una sonrisa de oreja a oreja apareció en su rostro, sintiendo la alegría de su mejor amigo.
— Ese mismo, costó que consiguiéramos el dinero para que pueda pagar el pase, pero el esfuerzo valió la pena, lo logré. —Ella le sonríe, abrazándolo.
Leonardo había estado ahorrando durante varios meses para poder comprar los pases para ese evento de arte, significaba demasiado para él y ella lo sabía.
— ¡Dios mío! Es increíble. —Cleo saltó hacia él, cruzando sus brazos en su cuello y dándole un cálido abrazo.
Leo no quería aceptarlo, pero tenía que admitir que había logrado eso gracias a ella y a su ayuda para poder conseguirlo. El evento era esa noche, donde él conocería a varios de los pintores, vivos, que admiraba, incluyendo a otros artistas y músicos.
— Cleo. —La llamó.
— Dime, Lolito.
— ¿Podemos vernos más tarde en el parque de aquí cerca? Tengo algo importante que hablar contigo, aunque ahora tengo que irme. —Le avisó, comenzando a salir de su casa.
— Está bien, ¿A qué hora?
— A las cuatro y media estaría bien.
— Bueno, allí te veré. —Cleopatra aceptó. Leo intentaba despegarse de su abrazo, pero se le hacía imposible.
— Cleopata, tengo que irme.
— Bueno, nos vemos luego. —Le responde, sin dejar de abrazarlo.
¿No se daba cuenta? —Pensó él, riendo por sus adentros.
— ¿Me puedes soltar? —Ella se quejó, pero finalmente lo soltó, abrió sus brazos de modo que Leo pudiera salir.
Después de un rato, Leo se encontró con Eva y Hanna en la cafetería del centro. Había venido a pedirles consejos sobre cómo confesarle a Cleopatra lo que sentía. Las chicas hicieron lo que pudieron, y Leo se sintió un poco más seguro sobre la forma en que debía expresar sus emociones. Cuando el reloj marcó las cuatro de la tarde, él se despidió de sus amigas. Sus palabras de ánimo resonaron en su mente mientras salía de la cafetería. —Va a salir todo bien—, le habían dicho.
El parque estaba a unas cuadras de distancia. Leo comenzó a caminar, su corazón latiendo con fuerza. La brisa de la tarde acariciaba su rostro, y el sol se filtraba entre las hojas de los árboles. Pero algo no estaba bien. Durante el camino, él tuvo la extraña sensación de que alguien lo seguía. Se detuvo, mirando a su alrededor, pero no vio a nadie. ¿Era solo su imaginación o algo más?
Continuó avanzando, cada paso más pesado. Cuando estaba a punto de llegar al parque y solo le faltaba cruzar una calle, un rugido de motor lo sacó de sus pensamientos. Un coche venía hacia él a toda velocidad.
Intentó reaccionar, pero ya era demasiado tarde. El mundo se volvió borroso mientras el coche lo embestía. El impacto lo lanzó al aire, y todo se volvió negro.
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El dramático giro de los acontecimientos dejó a Cleopatra en un estado de shock. Su mundo, que hasta ese momento había sido una mezcla de risas, complicidad y momentos compartidos con Leo, se desmoronaba ante sus ojos. El sonido del teléfono, la voz entrecortada de Jordan y las palabras que resonaban en su mente eran demasiado para asimilar.
Cleo no recordaba haber corrido tan rápido en su vida. El hospital apareció ante ella como un edificio imponente y sombrío. Sus piernas temblaban mientras atravesaba las puertas giratorias. Allí, en la sala de espera, encontró a Jordan, Eva, Hanna y los padres de Leo. Sus rostros reflejaban el mismo dolor que sentía en su pecho.
Editado: 08.04.2025