En cuanto se marcha, no puedo evitar pensar en si estaba haciendo una petición o una demanda, y eso solo me recuerda el lío en el que me estoy metiendo. Observo mi reloj y ya marca treinta minutos después de las dos. Eso indica que la hora del almuerzo ha terminado y, para colmo, la comida se ha enfriado por completo. No me queda más remedio que llamar al servicio de limpieza para que vengan a recogerla.
Mi alma duele por eso, y también porque mi apetito desaparece con la ansiedad que me embarga; sin embargo, lo que no desperdicio es la deliciosa tempura aisu de postre. Dejo el salón justo cuando vienen a limpiar los restos y regreso a mi oficina. Sin embargo, apenas me acomodo en mi silla, escucho golpes insistentes en la puerta. Me sobresalto un poco, pensando que tal vez es él, y que ha reconsiderado su propuesta. No divago más.
—Adelante —ordeno rápidamente.
La puerta se abre y, para mi decepción, no es ese hombre.
—Hola —saluda con sequedad la dueña de los golpes.
«¿Ahora qué?», pienso, un poco molesta. Se trata de Dafne, la secretaria personal de Arthur. Aparte de ella, Agnes y Lilley son las únicas mujeres de la revista que suelo distinguir por razones obvias.
—¿Puedo ayudarte en algo?
—Sí —contesta aún más seca.
Me pregunto qué se trae con esa actitud. Se supone que, con mi cargo, estoy por encima de ella y más cerca de Arthur, pero la realidad muestra todo lo contrario. Lo cierto es que odio admitir que mamá tiene razón; sin embargo, siento que ahora empiezo a ser consciente de esta situación. Como si antes solo hubiera estado viviendo en mi propia burbuja.
—Tengo mucho que hacer, puedes apurarte —le digo para que hable.
—Pensé que tenías mucho tiempo para perder. Bien, voy al grano.
Mi mandíbula casi cae con su irreverencia, y aunque me encantaría ponerla en su lugar, por el momento decido pasar por alto su comentario. Me contengo y, por el contrario, le hago señas para que avance. La verdad es que su repentina presencia en mi oficina me causa curiosidad. No es algo que suela hacer, ya que el poco trabajo que me delega lo envía por mensajería interna.
—¿Qué te traes con Marco? —pregunta, directa y sin vacilar, espantándome de verdad.
Mi mandíbula ahora sí cae; y hablando de chismes, ¿a qué viene esa pregunta tan explícita?
—No entiendo por qué me haces ese cuestionamiento —expongo, sin perder la calma.
La necesito.
—Ah..., verás... —titubea un momento, como si buscara la mejor manera de hablar, menguando un poco su valentía—, Marco y yo somos amigos, ¿tú entiendes? —dice esto uniendo sus índices, figurando la estrecha relación que debe unirlos—; y me preocupa que esté metiéndose en problemas —añade, por último, confundiéndome un poco.
Me sacudo.
—Eso no responde a mi pregunta. Además, creo que ser su amiga no te da derecho a meterte en sus asuntos o, ¿es que acaso son algo más que amigos? —indago, porque ahora tengo mucha curiosidad sobre su respuesta.
No es que tenga un interés particular; es que en serio me ha sorprendido su afirmación. Lo que me hace preguntar, ¿de dónde o cómo se conocen? Aparte de que es uno de los mensajeros en esta agencia.
—Todavía no somos tan íntimos; pero si nada o nadie se interpone en mi camino, lo seremos pronto —afirma, dejándome boquiabierta.
Lo extraño es la razón de contarme eso de forma tan abierta.
—Bien, ¿y qué te hace creer que me interesa meterme en tu camino para interferir en tu conquista?
—Eso es porque ya sé lo que él tuvo que hacer por ti; me lo contó todo —suelta con expresión astuta—; además, hoy te ves tan cambiada y le montaste cacería. Todo es extraño y me preocupa que tenga problemas por eso.
Ella dice todo esto sin dejar de jugar con sus rizos dorados. La observo un momento y, por así decirlo, Dafne es como una perfecta y linda muñequita de porcelana. Su cabello rubio, ondulado en las puntas, es difícil de identificar si es natural o hecho a propósito. Sus ojos grandes y verdes, una boca perfecta, y su resaltante piel de mármol.
De todas las mujeres que trabajan en la revista (y me incluyo), es quien más resalta por su encanto y belleza. Con esos atributos, ella podría tener al hombre que quisiera, y tal vez el señor Bello esté en su lista. Eso en realidad no me molesta; sin embargo, me inquieta la propiedad con que menciona el haberle contado todo y la manera en que lo llama por su nombre, sin ningún recato.
Que ellos tengan tal grado de intimidad me hace percatarme de que esto podría terminar muy mal y convertirse en un gran chisme que solo perjudicará la buena gestión de Arthur. ¡Es impensable! No puedo hacerle eso. Acomodo mis lentes, recobrando el instante de desconcentración, y vuelvo al ruedo del litigio.
—Dafne, no sé si entiendo tu postura; pero te aseguro que no hay nada de lo que tengas que preocuparte en lo que respecta a tu futuro romance con el señor Bello. ¿Es todo lo que venías a decirme? —expreso con seriedad.
Lo cierto es que, si mis sospechas son ciertas, es mejor poner fin a esta charla. Ella lanza un bufido, poniendo una mirada extraña, que me hace pensar si habré dicho algo raro, porque literalmente se transforma, aunque no para mal. De repente parece nerviosa.
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Editado: 12.06.2025