Un beso para Noelle

Capítulo 2│El nuevo comienzo de los Bailey ☼

—¿Llevas todo? —inquirió mamá, mientras caminábamos al mismo paso. Asentí—. Tu hermano te recogerá en la estación de buses. Quiero que estés al pendiente de tus pertenencias, nada de hablar con extraños o recibir cualquier tipo de comida, y me llamas apenas llegues a la ciudad.

Me reí por aquello de «Nada de hablar con extraños o recibir cualquier tipo de comida» tenía diecinueve años y mamá aún seguía tratándome como una pequeña niña.

—No te rías, Noelle, hablo muy en serio.

Frunció su ceño, desaprobando mi semblante burlón, y levanté mis manos en señal de paz.

—Perdón, mamá, es solo que me has dicho esto tantas veces que ya está grabado como un tatuaje en mi cerebro. Tranquila.

Ella me lanzó una última mirada de reproche, antes de darme un abrazo rápido.

—Sí, pero las advertencias nunca están de más. Es la primera vez que viajas sola.

Bueno, en eso sí estaba de acuerdo, con el desastre de mundo en que vivíamos hoy día, era muy importante ser prevenidos. Como dice una sabia frase «Seguro mató a confianza».

—No te preocupes, estaré bien —agregué, mirándola fijamente, sonriendo y acariciando sus mejillas.

Nos ubicamos frente a una caseta donde se vendían los boletos con destino a Mentbridge. Eran las 5:45 pm y faltaban quince minutos para la salida del bus.

El sonido de mi celular se hizo presente, le entregué la patineta y me dispuse a sacar el móvil del bolsillo de mi pantalón, encontrándome con la imagen de un mini Nick y mamá abrazados. Sonreí por inercia, y respondí poniendo el altavoz.

—Es Nick —le aclaré a ella, quien observaba expectante cada uno de mis movimientos. Su rostro se iluminó por la emoción, y se acercó más al artefacto tecnológico—. ¿Aquí mua, allá quién? — pregunté con una ancha sonrisa adornando mis labios, mi hermano dejó escapar una carcajada antes de responder.

—Soy Nick “baja bragas” Bailey, la llamo para informarle que esperamos ansiosamente su llegada a la ciudad —usó su voz más gruesa en toda la oración, pero lo que más me causó gracia fue que se autonombrara con aquél patético apodo que le había creado mi amiga Ada, cuando aún iba en nuestro instituto.

Mi hermano disfrutaba de un gran atractivo, como todos los Bailey, claro está. Ambos compartíamos el tono de piel morena, y cabello negro y rizado como el de mamá. Sin embargo, él tenía los ojos marrones y yo verdes como nuestro padre. Nick poseía un cuerpo envidiable, debido a que era deportista, con preferencia por el rugby; realizaba ejercicio diariamente, tenía una alta estatura y un piercing en el labio inferior, que le daba un aire de tipo malo que a todas las chicas les fascinaba.

Por supuesto, ese apodo fundado por las féminas con hormonas revoltosas de nuestro instituto, consiguió que el ego del chico creciera de maneras exageradas, y, en la universidad no era la excepción, porque aún lo seguían denominando de aquel modo.

—Bájale diez rayitas, eh —me reí—. Por cierto, escuché mal, o dijiste ¿Esperamos? ¿De qué demonios hablas?

Mamá me propinó un leve golpe en la espalda, para que no usara las “palabrotas” que a ella tanto le desagradaban. Sonreí inocentemente, enseñando mis dientes.

—Ah sí, es que mi moto está en el taller, y Ty ofreció su auto para recibirte como la principesa que eres. Elián también estará.

—Princesa —corrigió mamá.

—Eso te pasa por comprar motos en la chatarrería —contesté, recordando su moto negra destartalada que nos enseñó por fotografías el verano pasado. Era un medio de transporte tan deplorable que daba tristeza de solo verlo, aparte de que la mayoría de tiempo lo dejaba estancado en mitad del camino.

—Esa “chatarra” es la mejor inversión que pude hacer, aunque no lo creas. Gasto menos en su mantenimiento que lo que costaba tomar el bus diario.

Resoplé.

—Ya que no queda otra opción —respondí con simpleza, encogiéndome de hombros.

Realmente aquello no me molestaba, eran simples chicos veinteañeros con los que, claramente, tendría que socializar todo el tiempo que pasara en la ciudad, así que sería buena idea que los fuera conociendo desde el inicio, para saber si me metería en la boca de corderos, o de lobos.

Un poquitín exagerada de mi parte.

Pero —siempre tiene que haber un pero para Noelle Bailey, su fiel servidora—, hoy era justamente el día en que no quería dialogar con nadie. El motivo: Viajar durante varias horas me caía como una patada en el estómago. Me mareaba, y mucho, dependiendo de las curvas que se presentaran en la carretera. Yo sé que podrían proponer que tomara unas pastillas para las náuseas, y ya está, asunto solucionado. Sin embargo, tampoco toleraba las pastillas, las devolvía apenas rozaban mi lengua.

Una completa chiquilla remilgada.

—Bueno, trata de distraerte, ya sabes, para que no enfermes, y no tenga que soportar tu humor de grinch cuando llegues. ¿Cierto, má? —casi pude verlo encogiéndose de hombros, y sonriendo burlonamente. No permití ni que mamá hablara, para ponerme en plan de contraataque.

—Jódete.

—¡Noelle! —me reprendió ella, pero Nick ya había comenzado con sus bromas.—. Tu hermano tiene razón, eres muy enojona, jovencita. Espero que estando una semana sin mi supervisión, controles ese humor de ogra, puedas evitar los problemas y dejes de ahuyentar a las personas.

Abrí la boca fingiendo indignación. Bah, pero si yo era un pan de Dios.

Era cien por ciento peace and love; amor para todos, odio para nadie; promotora de las relaciones sociales, con un gran círculo de amigos y… mentira, no los engañaré.

Sí era un poco enojona, lo admito, pero que tuviera problemas cada año del instituto con mis compañeros, no significaba que fuera una ogra. No no no. Además, no ahuyentaba a las personas, tenía… una amiga desde la secundaria. No la veía hace meses porque se mudó del pueblo, pero con eso me bastaba. Ya saben, no se trata de cantidad de amigos, sino calidad.




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