—Te llamas igual que papá Noel —señaló Dawson sonriendo traviesamente, en medio del descanso que tomábamos de las lecturas que me había encomendado su padre que debía hacer.
Dawson tomaba clases en casa, aunque realmente no sabía si podía denominarse de esa manera a leer libros guías y resolver ejercicios. Sentía que la ausencia de algún tutor o de estudiar de manera presencial en el instituto, impediría que su método de aprendizaje fuera tan estructurado como debía serlo.
—Te diré un secreto —comenté, originando que él concentrara su mirada en mí—. Yo soy hija de papá Noel. Por eso me llamo así.
Los ojos azules del niño se abrieron sorpresivamente, se quedó meditando mi información por un momento.
—No es cierto, Papá Noel no tiene familia —contestó, viéndome con suspicacia.
—¿Quién te dijo eso? —cuestioné, tomándome seriamente el papel de hija indignada por ser negada.
—No sé, pero siempre hablan de Papá Noel como un hombre solterón y viejo que viene a traer regalos a los niños —aclaró, rascando su cuero cabelludo, desorientado.
Lancé una risotada, negando con la cabeza.
—Hay misterios en la vida que nunca podrán ser resueltos. —Me levanté de mi lugar y despeiné su cabello—. Vamos por unas galletas, Melissa no debe tardar en llegar para ir a visitar a tu hermano en el museo.
—¡Sí!
Puse mis manos sobre su silla, saliendo de la habitación.
—¿Hacemos carrerita por el pasillo? —propuse, deteniéndome frente a la puerta y pensando que sería una manera divertida de transitar hacia la cocina.
Él asintió emocionado, sonriendo.
—En sus marcas, listos... —me incliné levemente hacia delante, tomando una posición de salida—. ¡Fuera! —gritamos al unísono.
Corrí con precaución de no excederme en la velocidad, buscando evitar accidentes con él. Al final, fue una labor exitosa, concluida frente a la cocina, donde se hallaban Pat y Gale realizando el almuerzo.
—Gale, lleva esta taza de café al despacho del señor —pidió su compañera, mientras agregaba unos cuantos condimentos en una olla.
Dawson y yo terminamos de adentrarnos en el lugar, ubicándonos en una esquina para no estorbar en su trabajo.
—Siempre quieres tenerme de tu mandadera —refunfuñó la aludida, entornando los ojos y sirviendo el café de mala gana.
—Hola hola —saludé, tomándome el atrevimiento de entrometerme en su conversación y abriendo la puerta del horno para buscar las galletas.
—Hola Noelle —contestó Pat. Se encaminó hacia el lavaplatos y enjuagó sus manos de los rastros de condimento, las secó con una toalla y su mirada se dirigió a la otra chica—. Y eres la más joven Gale, aparte la que menos tiempo lleva trabajando para la familia, así que no te quejes si el mando lo tengo yo. Me lo he ganado.
—Pat es la líder de ésta casa —apoyó Dawson, causando que ella le guiñara un ojo.
—Sí, sí, como sea —murmuró Gale, tomando la taza de café ya preparada y dispuesta a salir. Se detuvo frente a mí, mirándome con hastío—. Quítate, muchachita, si no vas a hacer algo útil, no estorbes.
—¡Gale! —se quejó Pat.
—¿Qué modales son esos, Gale? —bromeé, sin brindarle relevancia a sus ataques.
No le daría el gusto de sacarme de mis casillas y lograr que arruine la oportunidad de empleo que conseguí.
Puso su mano sobre mi hombro, echándome a un lado, sin pronunciar palabra alguna y esfumándose de nuestro radar visual.
—Toma, peque. —Saqué una de las galletas del plato y se le entregué para que comiera—. Solo una o dos, porque aún no hemos almorzado.
—Mel ya debe estar a punto de llegar —anunció Pat, sacando la jarra con refresco de la nevera.
—Espero que sí, porque ya me anda atacando el apetito —agregué, terminando de comer mi galleta. Ella se sirvió un vaso de la bebida, me ofreció, pero negué con la cabeza.
—Te puedo que asegurar que en menos de cinco minutos entrará por esa puerta.
—Pero Mel se tarda mucho arreglándose, un día completo —dramatizó el niño, formando un puchero.
—Irá así como llegue, no te preocupes —afirmé, recordando que ella no usaba uniforme, así que tendría que hacer de cuenta que su jornada académica se alargó y ducharse y cambiarse luego del almuerzo—. Por cierto, ¿Por qué el señor Francis no almorzará con nosotros?
Mi pregunta fue contestada por el pequeño, quien acercó su silla a nosotras.
—Papá siempre está en su despacho, mi hermano dice que es porque le gusta estar solo para concentrarse mejor en su trabajo, pero yo creo que no le agrada estar conmigo. —Su semblante se opacó, consiguiendo que una opresión se instalara en mi pecho.
Observé con confusión a Pat, quien con la mirada pareció indicarme que no preguntara nada.
—No digas eso, cielo —replicó ella, inclinándose en frente suyo—. Ya te he dicho muchas veces que eso no es cierto.
—Pero él habla con Bladimir, con Melissa, con todos... menos conmigo.
Ella se tardó en contestar, al parecer no sabía qué decir.
—A veces los padres son ausentes, Dawson. No significa que sea porque no les agrademos, sino porque en sus vidas siempre habrán problemas que nosotros no lograremos entender. Tal vez tu padre ha vivido circunstancias que lo han hecho aislarse, pero igual te ama. Todos los padres aman a sus hijos, así no estén cerca constantemente. Me niego a creer que no sea así.
—¿Cómo puedes estar segura de eso? —preguntó con ilusión, detallando mis expresiones corporales.
—Porque mi padre un día se fue y nunca más volvió. Me dio lo mejor que pudo cuando estuvo presente y sé que a pesar de su ausencia, su amor por mí perdurará siempre en el tiempo.
Una sensación de pesadumbre me atosigó por completo. La evadí, acercándome a él y acariciando su cabeza. Esperaba que mis palabras le hubieran servido para descartar esos pensamientos de su mente.
No sabía nada de esa familia, pero haría lo posible para que ese niño fuera feliz y descubrir el misterio que rondaba en mi mente acerca de la historia de los Greiff.