Un olor exquisito a pan caliente y tortilla de huevo me hizo despertar. El domingo por fin había llegado, mi primer día de descanso y el que indicaba que había superado de manera satisfactoria mi semana laboral. Me recogí el cabello en una coleta desprolija y salí arrastrando los pies rumbo a la cocina y tallándome los ojos. Lo primero que divisé fue el cabello pelirrojo de Elián y acto seguido, la mirada tan simpática de Tyler.
—Te lo dije, mamá, el olor de la comida sería efectivo para despertar a la bella durmiente —enunció Nick, el cual servía con cuidado tres tazas de café.
—No puedo creer que desde tan temprano ya tengamos invitados —dije con cara de hastío, para contrarrestar la vergüenza que me daba que me vieran en estas fachas.
—Son las diez, hija —comunicó mi madre. Apagó la estufa y me miró, negando con la cabeza.
Ya sabía yo que esa mirada significaba que debía devolverme por donde había llegado y regresar cuando estuviera medianamente presentable.
—Está bien, está bien, ya entendí —murmuré con un suspiro exagerado mientras daba media vuelta, intentando ignorar las risitas que resonaban detrás de mí.
Regresé a la habitación arrastrando los pies, sintiendo todavía el aroma delicioso de la cocina impregnado en el aire. Me miré en el espejo del baño y formé una mueca al ver mi reflejo: el cabello despeinado, la marca de la almohada en la mejilla y una camiseta arrugada que claramente había pasado su mejor momento hace varios años.
Con razón mamá me observó de esa forma.
Me lavé la cara, recogí el cabello en un moño decente y escogí como atuendo del día un short de mezclilla, con una blusa de tirantes. El clima estaba cálido, así que quería estar lo más fresca posible.
Cuando volví a la cocina, mamá me inspeccionó de arriba abajo con un leve arqueo de ceja, como si fuera un vigilante evaluando si me dejaba pasar.
—¿Ahora sí puedo desayunar? —pregunté con sarcasmo, cruzándome de brazos.
—Por supuesto, princesa —se adelantó en contestar Tyler, cuando claramente mi pregunta no era dirigida a él.
Ya se estaba pasando de confianzudo.
—¿Y a qué se debe esta... inesperada visita? —inquirí, sirviéndome una taza de café y tratando de ignorar cómo Elián jugueteaba con mi patineta —. ¿Se mudarán con nosotros o...
—¡Noelle! No seas mal educada. Los amigos de tu hermano son bienvenidos a esta casa siempre que quieran —me regañó mi querida madre como solía hacerlo, provocando que lanzara un suspiro de pesadez.
—Ella nos ama en secreto, señora Jude. Solo que le gusta hacerse la ruda —intervino el muchacho de cabello cobrizo, ahora subiéndose sobre MI patineta.
—Bájate de ahí, imbécil —espeté, dejando mi taza de café sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.
Caminé hacia él y le di un manotazo en el hombro, pero Elián, como era habitual, no parecía tener intención alguna de obedecer.
—Relájate, no voy a romperla —respondió con una sonrisa perezosa y se impulsó con un pie, avanzando unos centímetros por la sala como si estuviera en un parque de patinaje.
—Verás, no tengo intenciones de descubrir si romperás algo o no, prefiero seguir mi instinto que me dice que sí lo harás —repliqué, tratando de ignorar el hecho de que mi madre miraba la escena divertida, sin intención de intervenir—. ¡Nick, dile algo a tu amigo! —exigí, girándome hacia mi hermano, quien, para variar, estaba demasiado ocupado untando mantequilla en una rebanada de pan como para prestarme atención.
—Déjalo, Noelle, es temprano para peleas —respondió el mencionado con indiferencia, llevándose el pan a la boca y encogiéndose de hombros—. Además, sabes que Elián no escucha a nadie.
Elián esbozó una amplia sonrisa, moviéndose de un lado a otro con la patineta.
—¡Te lo advierto, Elián!
—¿Siempre eres así de territorial o solo cuando se trata de tu patineta? —preguntó, haciendo un giro torpe que casi lo lanza contra la despensa.
—Siempre que se trata de idiotas invadiendo mi espacio, sí —contesté, dando un paso adelante para detenerlo antes de que causara un desastre. Tomé la patineta de un lado, pero él no la soltó, aumentando mi irritación.
Antes de que pudiera hacer algo más, Tyler dejó su taza sobre la mesa y se levantó de su asiento.
—Elián, ¿te puedes comportar por una vez? —preguntó con calma, pero con un tono firme que logró lo que parecía imposible: Elián detuvo su travesura y saltó de la patineta, sosteniéndola con una mano.
—Está bien, está bien, ya entendí. No más diversión en esta casa —murmuró Elián, pasándome la patineta con una sonrisa que no era ni remotamente de arrepentimiento—. Toma, guardiana de las ruedas.
—Gracias —respondí, arrebatándosela de las manos antes de girarme para dejarla fuera de su alcance.
Cuando volví a la mesa, mamá ya estaba sirviendo mi desayuno como si nada hubiera pasado. Nick seguía comiendo, y Tyler, ahora sentado de nuevo, me miraba con una expresión que mezclaba diversión y coquetería.
—¿Qué? —solté, sintiéndome incómoda bajo su escrutinio.
—Nada. Solo me sorprende lo fácil que caes en las provocaciones de Elián —respondió Tyler, tomando su taza de nuevo, con una sonrisa burlona.
—No caigo en sus provocaciones —dije rápidamente, cruzándome de brazos.
—Claro que no —se inmiscuyó Elián desde su asiento, alzando ambas manos como si declarara su inocencia—. Solo reaccionas como si fueras mi hermana mayor estricta cada vez que respiro.
—Es que eres insoportable —murmuré, apretando los dientes, pero decidí ignorarlo y centrarme en disfrutar del desayuno.
—Bueno, ahora que ya volvió la paz, quiero que terminen de desayunar y se preparen para salir porque hoy los chicos y yo seremos sus guías turísticos —avisó mi hermano, dirigiéndose a mamá y a mí.
Ambas demostramos que la idea nos gustaba. Por fin algo bueno harían.
—Me parece perfecto, así voy conociendo los lugares y aprendo a moverme sola por la ciudad —mencionó la señora Jude, asintiendo.