Un Bloody Mary, por favor

Capítulo 1 - Gnomo de Jardín

3 de noviembre 2023 d.c. Distrito de Toul (Francia)

Hacía rato que Jean no escuchaba la voz de Carlo. Cuando llego a la Calle Allemands, las luces de las farolas lo sorprendieron. No recordaba que allí hubiera tantas. Se recolocó la sudadera y corrió en busca de un escondite apropiado, lejos de la luz de las farolas. No tenía ni idea de lo que le haría Carlo si lo encontraba, pero no le hacía falta saberlo para que corriese cuanto pudiese.

Sus pasos le llevaron hasta el final de la calle, donde la abandonada mansión Bleicher se erguía al final de una alta reja de acero entre dos muros de piedra. Se detuvo solo un momento frente a la verja y observó que estaba cerrada con una gruesa cadena y un candado. Estudió la reja con cuidado, buscando lugares en los que apoyar los pies y las manos, antes de finalmente decidirse a escalarla.

El ascenso fue más ruidoso de lo que pretendía. Cuando descendió, ya al otro lado de la verja, echó un vistazo a la calle que había dejado atrás, esperanzado de que Carlo no hubiese escuchado los quejidos de la entrada. Algo extraño captó su atención de inmediato. Una luz emergía del callejón que había al final de la calle, por donde él había venido, y se proyectaba sobre la carretera y los edificios. Tras ella pudo ver al chaval de cabeza rapada y postura encorvada, sujetando una linterna del tamaño de su cabeza.

—Eso no vale —susurró Jean para sí mismo.

Buscó a su alrededor un lugar en el que esconderse, pero acabó convenciéndose, no sin antes soltar un insulto, que tenía que adentrarse aún más en los jardines que rodeaban la mansión si no quería que Carlo lo acabase encontrando.

—¡Verás cuando te coja! —escuchó que decía.

Jean pasó junto a distintos adornos bastantes deteriorados pertenecientes a la época en la que quizás fue construido aquel lugar, pero no les prestó especial atención salvo a aquellos que por algún casual pudiesen acabar sirviéndole como escondite. Acabó llegando a las puertas de la mansión, la cual se erguía ante él con hasta cuatro pisos de altura. La fachada era oscura, aunque Jean se preguntó por un momento si el edificio era en verdad así de negro o solo estaba cubierto por una capa de roña. También pudo ver que los cristales de algunas de las plantas estaban rotos, como apedreados, y que algunas de las enredaderas que crecían en la base del edificio ya habían alcanzado el segundo piso después de tanto tiempo. Por un momento, se detuvo a valorar si era buena idea usar como escondite aquella mansión ruinosa, de la que había oído desde su infancia tantas y tan terroríficas historias de fantasmas y monstruos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se obligó a tragar saliva.

La voz de Carlo lo sorprendió. Venía de la verja cerrada que él había saltado. Incluso vio la luz de su maldita linterna.

—¡Jeeeeeaaaan! —llamaba. Al aludido le recordó al protagonista de la película “El resplandor”, la cual había visto ya una decena de veces—. ¡¿Dónde estáaaaaaaas?! Si me devuelves la cartera, Jean, prometo dejarte en paz ¿Vale?

El muchacho reaccionó tan pronto como el eco de la voz de Carlo se perdió. Trató de abrir la puerta, pero, para su sorpresa estaba cerrada ¿O quizás atascada? La agitó bruscamente tirando y empujando del pomo varias veces; sin embargo, a pesar de los quejidos de las bisagras, la entrada de la vieja mansión parecía firmemente cerrada. Lanzó un insulto y salió corriendo para rodear la casa, en busca de otra entrada.

Para su sorpresa, las ventanas del primer piso resultaron estar a más altura de lo que esperaba, por lo que sus esperanzas de hallar otra manera de entrar en la mansión se redujeron considerablemente. La vegetación del jardín era más alta y descuidada cuanto más se alejaba del camino que llevaba a la entrada, hasta el punto de que tenía que dar zancadas y levantar los brazos si no quería acabar enganchándose con las malas hierbas; aun así, le hacían daño en las manos cuando las apartaba. En uno de sus saltos le pareció escuchar que el sonido seco que producían sus pasos sobre la vegetación era repentinamente sucedido por un golpe sordo que lo dejó clavado en el sitio. Al principio creyó estar equivocado, pero tras patear el lugar con la punta del pie, observó que estaba sobre alguna especie de trampilla. Sonrió, y buscó alguna forma de abrirla. No tardó en descubrir un candado viejo que, a la luz de la luna, observó que tenía un grabado siniestro.

A pesar del escalofrío que le sobrevino al verlo, escuchar de nuevo la voz de Carlo, esta vez más cerca, lo convenció lo suficiente como para obligarlo a reaccionar. Ese idiota había logrado saltar también la verja. Tiró del candado, tal y como ya había hecho con la puerta, pero no consiguió más que los mismos resultados. La luz de la linterna de Carlo le pasó por encima y él se agachó instintivamente, esperando que la abundante vegetación lo ocultase. Estando agazapado le pareció ver por el rabillo del ojo algo que le chocó, a pesar de sus escasos conocimientos sobre aquel lugar tan antiguo.

—¿Un gnomo de jardín? —se preguntó Jean al ver a la barbuda figurita de un hombrecillo con un colorido gorro en forma de cono. Se agarraba la barriga y parecía estar riéndose a carcajadas. El muchacho vio como Carlo inspeccionaba con la luz de la linterna la fachada del edificio, por lo que se permitió la imprudencia de estirarse para alcanzar el gnomo. La vegetación crujió bajo su peso, pero no pareció suficiente como para llamar la atención de su perseguidor.

Viéndose a salvo, Jean giró al gnomo y observó con incredulidad que, pegada a su base con cinta americana, había una llave de aspecto antiguo. La despegó con cuidado y probó a encajarla, tan en silencio como pudo, en la ranura del candado que cerraba la trampilla. Aunque al principio pensó que no funcionaría, debido al desgastado mecanismo, logró que la llave girase por completo. El candado emitió un victorioso chasquido.




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